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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Blair, en capilla

Tony Blair ha batido este mes la marca de primer ministro laborista en ejercicio, pero su crédito y hasta su cargo penden en buena medida de su próxima comparecencia, recién llegado de vacaciones, ante el juez que por encargo del propio Gobierno investiga el aparente suicidio del científico David Kelly el mes pasado. Experto en armas biológicas y asesor del Ejecutivo, Kelly, un hombre íntegro según todos los testimonios, era la fuente de una información de la BBC sobre las presuntas manipulaciones gubernamentales de un informe a propósito del arsenal de Sadam Husein para fundamentar el ataque británico contra Irak.

Si algo está quedando claro en la investigación judicial londinense es que nadie es inocente en la polémica entre Downing Street y la fiable emisora pública. Los testimonios descubren a la vez los poco ortodoxos métodos del reportero Gilligan es busca de una exclusiva -criticado abiertamente por su jefe en una carta al director de la BBC- y a la vez la debilidad de los dictámenes del espionaje británico. Según ha declarado un alto cargo de Blair, Jonathan Powell, el dossier en que se apoyó el primer ministro socialdemócrata para ir a la guerra como entusiasta socio de Bush no contenía prueba alguna sobre una amenaza inminente por parte de Bagdad. Alastair Campbell, mano derecha del primer ministro para la comunicación, ha dicho al juez que ni él ni nadie bajo su control ordenó exagerar el informe gubernamental sobre el armamento iraquí que, publicado en septiembre, representó un aldabonazo en favor de la invasión.

La evidencia no exculpa ni a la BBC ni al Gobierno británico, pero los reiterados engaños de éste a propósito de Irak le hacen mucho más vulnerable que la cadena pública. En un sondeo reciente, el 68% de los preguntados consideran deshonesto a Blair sobre la guerra. Pero la desconfianza popular se pone de manifiesto en otra encuesta según la cual el 52% no confía ni en la BBC ni en el Ejecutivo a propósito del caso Kelly.

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Blair llegó al poder hace más de seis años en volandas de sus promesas de moralización de la vida pública. Su popularidad ha caído en picado y las discrepancias sobre Irak le han hecho perder a un buen número de sus más estrechos colaboradores iniciales. El líder socialdemócrata ha hecho del control de la información oficial y su presentación deslumbrante una manera de gobernar. Esta política de spin, una metáfora para la manipulación, ha alcanzado su apogeo con el tema de las armas prohibidas, que siguen sin aparecer cuatro meses después del derrocamiento de Sadam.

Pero el pulso entre Downing Street y la emisora pública sobre el caso Kelly no es, pese a su evidente atractivo, el meollo del asunto. La cuestión de fondo que se ventila ante el juez Hutton es si el Gobierno británico mintió para persuadir a la opinión pública y al Parlamento de que había que atacar Irak. En este sentido, el efecto político de la indagación judicial determinará probablemente si Blair mantiene todavía la confianza de sus conciudadanos o si, pese a su cómoda mayoría parlamentaria, su tiempo político se ha acabado.

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