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Reportaje:CULTURA Y ESPECTÁCULOS

Las crónicas rosas de la España más gris

Ava Gardner, The Beatles y Sara Montiel fueron algunos de los protagonistas de la farándula en el franquismo. La primera antología de la revista 'Destino', referente intelectual en la dictadura, recupera anécdotas y personajes célebres de aquel tiempo

The Beatles componían "versos de romance juvenil"; Ava Gardner era una "rica desocupada" enamorada de una España "sangrienta y voluptuosa"; y Sara Montiel, una artista que "leía a Eurípides y quería ser actriz". Así escribían plumas como Francisco Umbral, Manuel del Arco o Xavier Montsalvatge las crónicas del mundo del espectáculo y la farándula durante el franquismo, artículos que se publicaban semanalmente en la mítica revista Destino. La editorial que lleva el mismo nombre sacará a la venta en octubre La crónica de Destino, un libro que recoge testimonios entre los que se encuentran, además de ensayos y crónicas de deportes, política y cultura, un gran número de artículos que retratan la vida social y artística de la época. Como hoy, toreros, músicos, tonadilleras, cantantes y actores eran los protagonistas predilectos de las crónicas de sociedad y espectáculos. Personajes similares, eso sí, dibujados de manera muy distinta.

"Spain is different'. El eslogan explica la atracción que nuestro país ejerce sobre muchos desocupados y ricos extranjeros"

"Al fin los Beatles acudieron en persona para actuar por primera vez en Madrid y en Barcelona y, para todo aquel que tuviera suficientemente desarrollado el sentido de la percepción, el mito Beatles se habrá visto bastante resquebrajado. (...) Estos cuatro muchachos liverpoolianos no son sino un grupo rítmico-vocal de los que están en boga actualmente". Éste era el retrato que hacía el conocido periodista catalán Alberto Mallofré de la que sería la banda de pop más influyente de la historia. Corría el año 1965 y los cuatro británicos ya se habían convertido en punto de referencia de la juventud de medio mundo, incluida la española, como reconocía Mallofré: "Tratando de seguir a los Beatles, muchos golfos semigamberretes de todo el mundo han abandonado sus correrías más o menos delictivas para ocupar todas sus horas libres en el ensayo de nuevas canciones. (...) Los Beatles, en rigor, son cuatro inofensivos y despiertos muchachos, bien vestidos, educados y aseados, que viven dedicados por entero a su profesión. (...) Ellos mismos se confeccionan su repertorio componiendo sus canciones de hoy, con versos de romance juvenil".

Los versos románticos de los Beatles llenaron muchas páginas en los sesenta, aunque en años precedentes tal vez fueran los toreros los que más juego daban a la prensa de la época. Por guapos, por valientes, por millonarios o por ligones, en la España de Franco los matadores eran los caramelos predilectos de la crónica social.

A finales de los cuarenta, Luis Miguel Dominguín ya comenzaba a despuntar como estrella indiscutible de las plazas y el cuché. Lo tenía todo: arte, planta y desparpajo. El periodista y caricaturista Manuel del Arco, especialmente célebre por Mano a mano, una sección fija de entrevistas breves que mantuvo durante años en La Vanguardia, pasaba unos minutos con el padre de Miguel Bosé poco antes de que saltara al ruedo. El lenguaraz Dominguín había puesto "de vuelta y media" a Arruza, un compañero de profesión mexicano. Del Arco visitaba al torero español para pedirle explicaciones y le advertía de que "midiera" sus palabras para no tener que andar luego con renuncios, desmentidos y rectificaciones. Dominguín no se amilanaba y le respondía al periodista que lo publicado de su polémica con Arruza no era exacto, pero no por exagerado, sino por prudente: sus declaraciones eran mucho "más fuertes", aseguraba el torero. Cuando Del Arco comenzaba a desliar la madeja -"sólo les falta a ustedes llegar a las manos"- irrumpía en la habitación el padre del matador, que se echaba las manos a la cabeza y rápido ponía punto final al asunto: "¡Nada de hacer declaraciones! ¡Basta ya!".

Mucho cambiaron las cosas tan sólo unos años después para Dominguín. En 1954, Sempronio, seudónimo con el que firmaba el dramaturgo, pintor, periodista y cronista por excelencia de la Ciudad Condal, Andreu Avel·li Artís, recorría en coche la Barcelona flamenca con Ava Gardner y el torero, que meditaba entonces su regreso a las plazas mientras protagonizaba el que fue, probablemente, el romance más sonado de la época. "Spain is different", comenzaba Sempronio. "El eslogan explica la atracción que nuestro país ejerce sobre muchos desocupados y ricos extranjeros. Entre estos desocupados coloco a la señorita Ava Gardner". La "desocupada" Gardner acababa de estrenar La condesa descalza y ya había participado en más de una docena de películas, entre ellas, Mogambo y Las nieves del Kilimanjaro. De su romance con Dominguín salió una de las frases más célebres del cotilleo de la época, aquella en la que el torero aseguraba que lo mejor de haberse acostado con la bella actriz había sido contárselo a sus compadres.

Otro torero que dio mucha cancha fue Manuel Benítez El Cordobés. En 1963, Francisco Umbral tomaba una copa en casa del matador, que andaba enfrascado en una película de novilleros con tanto hambre como coraje, una historia de "torerillo que no triunfa, torerillo que no da una, y al final, apoteosis", que decía el escritor. "Uno había oído que El Cordobés era analfabeto. Pero uno pensaba que tampoco Sancho Panza había leído el Quijote. Y era Sancho Panza", reflexionaba Umbral al comienzo de su entrevista-retrato. Entre trago y trago, matador y cronista hablaban de los versos de Pemán, de niños, coches, sombreros y cornamentas. "Yo no sé si el bluff, yo no sé si la publicidad, pero este chico sabe estar", concluía el autor de Mortal y rosa.

Si los toreros eran protagonistas de la crónica social de la España de la dictadura, no menos lo eran las tonadilleras. En 1956, Juan de Orduña comenzaba a rodar El último cuplé. Su estrella: la eterna Sara Montiel, que por aquel entonces ya había protagonizado Veracruz y acababa de sorprender a media España con su repentina boda con el director norteamericano Anthony Mann. "No me doblan, aunque no se lo van a creer", le contaba la cupletista a Manuel Arco. "Cantaré el Ven y ven, Tus pícaros ojos, La Madelón, y ¡yo qué sé!". Y Sara cantó, protagonizó casi una veintena más de películas y todavía sigue apareciendo como estrella de revistas y programas del corazón.

A partir de la década de los sesenta, nuevos nombres empiezan a copar las páginas de la publicación. De la mano de personalidades como el compositor catalán Xavier Montsalvatge o el periodista Alberto Oliveras, la antología que verá la luz en octubre da cuenta de los "escandalosos" montajes de Fernando Arrabal, de los primeros pasos de la "compañía de mimo y teatro" Els Joglars, de un "desconcertante muchacho" llamado Raimon, de un "poético Joan Manuel Serrat" y hasta del salto a la fama de Gila, un "dibujante metido a intermediario". Un afilado y revelador retrato de una España que, poco a poco, comenzaba a redefinir su identidad.

De órgano falangista a "oposición tolerada"

El semanario Destino aparece en Burgos, en 1937, como publicación falangista dirigida a los catalanes del bando insurgente contra el Gobierno de la República. Como recuerdan los escritores Manuel Vázquez Montalbán y Eduardo Haro Tecglen, hasta el propio nombre era un término predilecto por la Falange. Finalizada la guerra, la revista se traslada a Barcelona. Experimenta entonces un gradual cambio de orientación y evoluciona hacia posiciones liberales lo que, junto a sus matices catalanistas, la convierte en un referente cultural y político para la burguesía e intelectualidad tanto catalana como española. "Era un semanario que representaba a la derecha inteligente de la España de entonces", explica Haro Tecglen, "una derecha antifranquista, civilizada, muy catalana. Nos aliviaba a todos de la falta de libertad". Por las páginas de Destino pasaron gran parte de los periodistas, escritores y personalidades de la cultura de la época, nombres como Josep Pla, Camilo José Cela, Miguel Delibes, Carmen Laforet, Ana María Matute, Josep María Espinàs, Francisco Umbral, Baltasar Porcel, Terenci Moix o Pere Gimferrer. Para Vázquez Montalbán, Destino "ofrecía pautas culturales muy diferentes a las que imperaban entonces en nuestro país". Todo, eso sí, dentro de un orden. "Destino era una oposición al régimen", afirma el escritor catalán, "pero un oposición tolerada". La revista dejó de publicarse en 1980, reapareció en 1985 y cerró definitivamente ese mismo año.

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