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Columna
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Ombligos

José Luis Ferris

Hubo un tiempo en el que el ombligo era una zona erógena de impresionantes resultados. Se hacía difícil, en los años de apretura y represión, echar la vista al abdomen blanco y desnudo de una mujer. Por eso, descubrir en la penumbra de una alcoba ese orificio sellado era un tránsito excitante hacia lugares imposibles. Pero con la explosión turística de los sesenta y el desembarco en nuestras playas de mujeres de otro mundo llegó el bikini y el secreto salió a la luz. Ahora, no sólo es una zona neutra y desdeñable de la anatomía humana sino que, además, se ha escapado del contexto playero e invade indiscriminadamente el paisaje urbano. Las adolescentes lo exhiben sin el menor pudor, es más, si no muestran esa zona abdominal servida en crudo o ilustrada con un piercing no se sienten a gusto. El alto vientre ha pasado, pues, a ser un rasgo externo de identidad tan lícito como las manos, la boca o la mirada. La moda facilita estos juegos y se ha extendido a situaciones tan literalmente embarazosas como el estado de preñez. Salgan si no a los paseos, a las calles más concurridas para ver la indumentaria de las futuras parturientas. El globo desnudo de la creación abre camino y avisa al viandante de su sagrada verdad. Aquí no hay impostura. Lo que muestra al pairo veraniego la feliz madre es una barriga plenipotenciaria, con su grandeza tersa y carnal. Y lo hace por debajo de una camiseta mona pero escasa y por encima de un pantalón último grito que agoniza en las ingles. Se podría decir que el ombligo ya no guarda secretos para nadie, ni siquiera es la órbita vital. Sentirse el ombligo del mundo resulta, hoy por hoy, una magna estupidez, también obstinarse en mirar el propio cuando hay otros sensiblemente mejores. Les confieso que los agarbanzados suelen ser tristes, delatan un desafecto materno casi nunca superado. Los chatos fomentan una visión de la vida bastante óptima. Los que perecen hundidos en las profundidades carnosas son víctimas, mayormente, de un exceso nutricional que no se debe achacar al prójimo. El ombligo ya es patrimonio visual de la humanidad pero cada cual ha de cuidar el suyo y responder de cualquier liviandad que se le achaque.

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