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Sobre ídolos, héroes y futbolistas

Manuel Cruz

Doy por descontado que a ninguno de ustedes se le ha olvidado la multitudinaria presentación, hace pocos días, del nuevo jugador del Real Madrid, David Beckham. Ahora que ya ha pasado algún tiempo desde aquel acto y ha descendido en buena medida el estruendo mediático alrededor del personaje, quizá sea un buen momento para intentar emprender una reflexión algo más sosegada, no ya propiamente acerca de este futbolista, sino más bien acerca del lugar que ocupan figuras como la suya en nuestra sociedad. Figuras que, por cierto, acostumbran a ser definidas mediante términos como ídolos o héroes.

Ambos términos no son sinónimos, por más que a veces puedan ser utilizados como tales. Un ídolo, de acuerdo con la definición más habitual, es un dios imaginario, un falso dios. Por extensión, es toda persona a la que se adora como si fuera un dios. Si aceptáramos que los futbolistas son considerados como ídolos, estaríamos por lo pronto deslizando una idea que no dejaría de tener algo de sorprendente, y es que aquellos deportistas se habrían constituido, en tiempos de descreimiento y laicismo generalizados, en los nuevos dioses, afirmación que, desde luego, está lejos de ser obvia o evidente por sí misma. Por su parte, el héroe suele ser definido como alguien que posee una virtud excepcional o que posee una virtud ordinaria en grado excepcional. Hegel, como es sabido, añade a esta definición un rasgo que probablemente nos resulte de utilidad tener presente aquí: para el autor de la Fenomenología del espíritu, el héroe es aquel que toma sobre sus hombros, que asume como cosa propia, el destino de un pueblo. Es decir, que si del ídolo cabe predicar su condición de adorable, de acuerdo con la naturaleza que se le atribuye, lo propio del héroe es su condición de admirable, en función de la tarea cumplida.

No es un matiz banal. Porque mientras que en el primer caso estamos planteando una relación de incondicionalidad, el segundo supone un vínculo en el que, precisamente porque el héroe es también un humano -sólo que un humano que se adorna con virtudes excepcionales-, la decepción es posible. Desde esta perspectiva, da la sensación de que resulta más adecuado referirse a ciertos futbolistas como héroes que como ídolos. De algunos jugadores en concreto se espera que "asuman la responsabilidad del partido", que "carguen sobre sus hombros el peso de todo el equipo" u otras tareas semejantes, que exceden, con mucho, lo esperable del común de los jugadores. Pero se observará que, justo por eso mismo, en el caso de que no estén a la altura de las expectativas generadas, la decepción tiene lugar de manera inexorable. Por eso no tiene nada de extraño ni de contradictorio que el mismo público que celebró en el pasado las proezas de un determinado futbolista lo increpe e incluso lo condene en el momento en el que sus condiciones físicas flaquean o su entrega a los colores del club está en cuestión.

Pero las precisiones y distingos anteriores debieran servir para plantear en mejores condiciones el asunto realmente importante, que a mi entender es éste: ¿qué función cumplen los héroes? O, lo que es lo mismo, ¿cuál es la persistente razón que explica la permanencia de la figura, por más que puedan mudar los rasgos o virtudes que se le atribuyen? Una cosa al menos parece clara: el héroe encarna, en su desmesura, los valores y las características de cada época. A través de él podemos leer lo que cada sociedad ha ido considerando admirable. El repaso por la historia resulta, en ese sentido, sumamente ilustrativo. En diferentes momentos del pasado el lugar de la admiración lo ocuparon los profetas, los protagonistas de gestas guerreras, los descubridores, los grandes líderes políticos... de acuerdo con las cambiantes circunstancias y los valores dominantes.

Aplicar esta perspectiva a nuestra época -esto es, utilizarla como un indicador para leer el presente- arroja resultados ciertamente inquietantes. Y no porque no podamos encontrar en estos días personas que podrían encarnar aquellas cualidades tan celebradas en el pasado. Continúa habiendo guerreros (generales victoriosos en campañas militares publicitadas a escala planetaria), líderes políticos (incluido alguno con pretensiones revolucionarias), descubridores (probablemente representados por los astronautas actuales) y otras figuras equiparables a las que resultaban heroicas antaño. Y a pesar de ello, nuestra sociedad ha preferido elevar a la categoría de héroes a un tipo de personas ciertamente distintas. En los últimos años cantantes y grupos de rock, top-models y futbolistas ejemplifican (al tiempo que encarnan) los valores y los rasgos en los que la sociedad gusta de contemplarse. De entre todas las hipótesis para interpretar tan notable mudanza, me quedo con la más simple, o tal vez con la más tautológica. Ha llegado un momento en que el éxito es un valor en sí mismo, sin necesidad de que implique ulteriores réditos. La repercusión mediática de la presentación de Beckham era la propia noticia (una especie de metanoticia, en suma). En los reportajes que se emitían por televisión, el grueso de las imágenes estaba dedicado al ingente número de periodistas y espectadores que seguían el acto. Aparecer ha terminado por constituir un fin en sí mismo. Quizá porque es la última forma de ser que nos queda, en estos tiempos de insoportable ligereza (incluso en materia de artículos).

Manuel Cruz es catedrático de Filosofía de la Universidad de Barcelona.

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