_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Herida

EN UN SINGULAR libro de poesía, Páginas de la herida (Visor), John Berger intercala versos de intenso lirismo y reflexiones melancólicas sobre el asediado destino del hombre contemporáneo, pero sin dejarse atrapar por las fatales circunstancias que nos agobian, porque su perspectiva de observación abarca el misterio del cosmos, que no sólo comprende la existencia, sino el inmenso más allá que la franquea. Antes incluso de meterse en materia, inserta Doce tesis sobre la economía de los muertos, mediante las que ya nos avisa acerca de que no está dispuesto a aceptar que éstos desaparezcan de nuestra comunidad, amputando desastrosamente el venero de su experiencia. El libro está dividido en dos partes, la primera dedicada al tiempo y la segunda al espacio, las condiciones que limitan nuestra percepción y, asimismo, las que explican por qué nos sentimos fatalmente atrapados por una existencia vulnerada: por el tiempo, nos encaminamos a la muerte; por el espacio, no dejamos de medir las distancias que nos separan. La melancolía de Berger no es, sin embargo, metafísica, y sólo en parte, histórica, en la medida en que hoy nos distanciamos artificialmente más de nuestros semejantes, no sólo rompiendo con el pasado, lo que nos priva de sentido, sino alejándonos del hogar, que es el centro ontológico del mundo. Ante esta situación de pérdida y desamparo, Berger nos propone el amor como el único recurso para que la herida del existir se vuelva luminosamente fecunda y borre la distancia de nuestra estéril separación. Como particulares antídotos para combatir lo que de veneno tiene el tiempo y el espacio nos indica respectivamente, para el primero, la pintura, porque "el lenguaje pictórico, por su carácter estático, es el lenguaje de esa intemporalidad", cuyo substrato es simultáneamente compartido por pasado, presente y futuro, y para el segundo, la poesía, porque, aunque no pueda reparar ninguna pérdida, desafía al espacio que separa "y lo hace con su trabajo continuo de reunir todo lo que ha quedado desperdigado".

Verso o prosa, en Páginas de la herida, Berger anuda, de principio a fin, la poesía y la pintura, proporcionándonos emocionantes revelaciones sobre el misterio que resplandece en Caravaggio, Rembrandt, Vermeer y Van Gogh. Aún más: Berger nos entrega su propia experiencia: "Lo que no sabía cuando era joven es que nada puede borrar el pasado: el pasado va creciendo poco a poco alrededor de uno, como una placenta para morir". Pero ¿cómo dejarse abatir por la melancolía ante el renacido milagro del amor? He aquí su evocadora invocación: "Reposa con la cabeza entre las piernas de ella. ¿Cuántos millones de hombres han yacido así? ¿Cuántas mujeres, con la cabeza reclinada sobre una mano y sonriendo ensimismadas, han pensado en el nacimiento? Todo aquí es repetición, todo aquí es regreso. El hogar es la vuelta adonde la distancia todavía no contaba".

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_