Biografía en sangre
Entre 1974 y 1978, un impecable ciudadano de nombre Ted Bundy, un guapo licenciado en psicología que dominaba perfectamente el chino y trabajaba para el Partido Republicano, además de para un centro de atención a mujeres maltratadas, mató nada menos que a 35 féminas en varios Estados norteamericanos, antes de dar con sus huesos en la cárcel, primero, y achicharrarse en la silla eléctrica en 1989, cuando ya era reconocido por los medios de comunicación como uno de los más prolíficos asesinos en serie de la convulsa historia criminal americana.
Bundy ha seguido la senda de otros ilustres tarados más o menos recientes con biografía cinematográfica (Ed Gein, el Carnicero de Rostock, Henry Lee Lucas), de la mano de un director con años en el género, Matthew Bright (aunque su crédito más conocido sigue siendo un filme criminal, el irregular Freeway). Es honesta su opción de biografiar a tan siniestro personaje sin demasiado dramatismo, incluso desmontando cuidadosamente toda tentación moralista y dejando al más crudo desnudo las pulsiones homicidas y sexuales del tal Bundy.
TED BUNDY
Director: Matthew Bright. Intérpretes: Michael Reilly Burke, Boti Ann Bliss, Jualianna McCarthy, Jennifer Tisdale, Michael Santos, Anna Lee Wooster y Steffani Brass. Género: terror. EE UU, 2002. Duración: 99 minutos.
El despojamiento de la puesta en escena, la aparente neutralidad con que Bright rueda las andanzas de su dudoso héroe hacen que Ted Bundy resulte un filme áspero, hirsuto y desangelado, un compendio de horrores y traumas íntimos protegidos por la inveterada tendencia del criminal a considerarse un ser normal; una película que disgusta (aunque sin duda es ésa la intención de quien la propone) por la imposibilidad, que el director elimina de un plumazo, de que el espectador se identifique con un protagonista omnipresente, siniestro... y tan corriente, en su apariencia, como cualquiera.
Gustará sin duda alguna a los amantes de psicologías torturadas, pero seguramente mucho menos a la mayor parte de la platea juvenil a la que parece destinado: no hay aquí placer sádico, no hay escapismo escópico; sólo desolación y preguntas, muchas preguntas -quién era de verdad Bundy, por qué se comportaba así, qué placer sacaba de su furia homicida- que quedan finalmente en el aire.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.