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LA DEFENSORA DEL LECTOR
Columna
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De errores y gazapos

Todos los Defensores del Lector que ha habido en EL PAÍS, desde 1985, han tenido un inexorable caballo de batalla, que también lo es de Troya: los errores y las faltas de ortografía, o, si lo prefieren, las faltas de ortografía y los errores que salpican a diario las páginas del periódico. Algo de lo que parece imposible librarse, no por extraños maleficios, sino por una suma de hechos, entre los que se cuentan los propios despistes y desconocimientos de los redactores, o su pertinaz incumplimiento del Libro de estilo.

Un atento y vigilante lector, Vicente Fraile Martín, me comunica que está transcribiendo "todos estos gazapos" a un documento que ha llamado, "parodiando al maestro Evaristo Acevedo, El desPAÍSte Nacional", y promete enviar el libro. "Espero tardar siglos", dice, lo que esta Defensora también espera, aunque es mucho menos optimista con el tiempo. De lo que no duda es de que será divertido, además de sonrojante para todos quienes trabajamos en este diario.

Pues bien, don Vicente asegura: "No he podido resistir tanta dejadez, por llamarle algo suave, a lo que últimamente ocurre en el diario (mi diario)". Y enumera a continuación una serie de errores apreciados en este mes de abril. El primero de ellos se refiere a los pies de fotos, "que son un verdadero banco de inexactitudes". En el suplemento Domingo del pasado día 13 apareció una fotografía, a cinco columnas, de unos soldados en Irak cuyo pie decía: "Tres soldados estadounidenses de la 16ª Brigada de Asalto (...) vigilan una zona del desierto en Ramala, al sur del país, en una zona rica en pozos de petróleo". "Cualquier observador, sin ser un técnico", dice el señor Fraile, "podrá observar que son soldados británicos, fácilmente identificables por los cascos, equipo y fusiles de asalto. Por cierto, la ciudad de Ramala, ¿no es donde está el cuartel general de Yasir Arafat, en territorio palestino, o es que existe otra Ramala en Irak? Yo no la he encontrado".

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Pues bien, aunque es mucho suponer que "cualquier observador" pueda deducir, por la indumentaria, que los soldados son británicos y no estadounidenses, efectivamente el comunicante tiene razón y los soldados eran británicos, pese al detallado pie de foto de la agencia EPA, que el suplemento Domingo dio por bueno, que especificaba que los soldados eran de la "16 Brigada de Asalto de Estados Unidos, perteneciente al III Cuerpo del Ejército". En cuanto a la segunda cuestión, la relativa a Ramala, el texto no decía que fuera una ciudad, que parece que no existe en Irak con ese nombre, sino "una zona del desierto en el sur del país", donde efectivamente existe un campo de petróleo llamado Ramala, cerca de la frontera con Kuwait (según documentos del Ministerio de Exteriores francés, de octubre del 2001), lugar que, ciertamente, no es fácil de encontrar en un mapa.

Don Vicente solicita también la dirección de los autores de las crónicas del Prestige "para enviarles una brújula", ya que cada vez que nombran el rumbo 330º indican Noroeste, "cuando Noroeste es rumbo 315. Ese error de 15º supondría que si una persona sale de La Coruña hacia Nueva York, si el error es hacia el Norte, llegaría a la península del Labrador, y si es hacia el Sur, a La Habana (aproximadamente)". José Manuel Romero, redactor jefe de España, asegura que el lector lleva razón. "Hay un error de transcripción de las cintas de comunicaciones entre el barco y la torre de Finisterre. Donde el capitán Mangouras dice rumbo 320, nosotros hemos puesto 330. Pido disculpas".

Por último, este detallista lector hace referencia a un gazapo, del que asimismo se ha quejado Belén Bermejo, aparecido en la sección de Cultura el pasado 1 de abril. Esta lectora madrileña se sorprende de que el corresponsal en Londres, Walter Oppenheimer, se refiriese, en una crónica sobre los pintores hermanos Chapman, a Goya como "el pintor de Cifuentes". Se pregunta la señora Bermejo si este Goya de Cifuentes "no será el mismo Goya de Fuendetodos. La duda aumenta más cuando leo, unos párrafos más adelante, que se trata de un tal Francisco de Goya y Cifuentes. Por lo tanto, entiendo que este Goya no es nuestro Francisco de Goya y Lucientes. ¿O si?". Pese a la irónica pregunta, no caben dudas. Se trata del mismísimo Goya, confusión que lamenta el corresponsal Walter Oppenheimer y que atribuye a un lapsus debido a las prisas con las que cerró la crónica. "Sin duda se me cruzaron los cables. Lo siento". Error que también lamenta Ángeles García, redactora jefe de Cultura, que asume el fallo: "Tendría que haberse resuelto en la edición".

Más desaparecidas

Un ciudadano mexicano afincado en España, Manuel Pérez Suárez, comenta el error cometido en la contraportada de EL PAÍS del pasado día 14, en la información titulada Las desaparecidas de Tijuana, en la que se hacía referencia a un alto número de mujeres desaparecidas en los últimos años en México. "Por años los mexicanos hemos estado al tanto de la tragedia de jóvenes mujeres que son asaltadas, violadas y asesinadas en Ciudad Juárez, una urbe fronteriza con Estados Unidos. Ahora tuve la desagradable sorpresa de leer que había un caso varias veces peor en cuanto a cifras, que ha venido transcurriendo desde hace 10 años y del cual nadie se ha querido enterar en México, esta vez en Tijuana. ¿Estamos tan enfermos? ¿Simplemente nos hemos negado a verlo? (...) Se trata del mismo caso, pero por algún extraño designio del reportero, que firma en Tijuana, trasladó a esa ciudad lo que en realidad ocurre en Ciudad Juárez. La única relación entre ambas ciudades es que son fronterizas con Estados Unidos. En el título de la crónica se dice Tijuana, y esto se repite dos veces en el primer párrafo. En cambio, en el penúltimo párrafo se remite a Ciudad Juárez (...)". El lector reconoce que es un caso que EL PAÍS ha tratado antes, y que cabría esperar información nueva, "pero además de confundir al lector, se manejan datos contradictorios e insuficientes. En fin, flaco favor se le hace al grupo de defensa de las mujeres cuya lucha pretende difundir el reportero".

El autor de la crónica, Javier Torrontegui, confirma el error denunciado y asegura que, efectivamente, la ciudad en cuestión es Ciudad Juárez y no Tijuana, aunque justifica, de algún modo, la confusión que pudo surgir al editar la crónica en Madrid, ya que, de acuerdo con lo que establece el Libro de estilo, él la dató en Tijuana, localidad donde fue escrita.

Torrontegui explica que retomó el tema de las desaparecidas mexicanas porque había una novedad: el gran movimiento de solidaridad que se estaba produciendo a ambos lados de la frontera -Estados Unidos y México- porque el conocido grupo de rock mexicano Los Jaguares había incorporado a su gira de conciertos a Rosario Acosta, portavoz del movimiento Nuestras Hijas de Regreso a Casa, quien en los conciertos explicaba el caso de las desaparecidas y solicitaba firmas para su envío al presidente Fox. Torrontegui siguió al grupo Los Jaguares en su gira por varias ciudades de la frontera, entrevistó a Rosario Acosta en Tijuana y la fotografió luego en San Diego (Estados Unidos). "Siempre hablé de Ciudad Juárez, aunque es cierto que mencionaba continuamente la frontera. En la edición, al ver la data en Tijuana, seguramente pensaron que había un error. Siento esta confusión".

La encargada de editar la crónica, Susana Pérez de Pablos, reconoce que tuvo que cortarla "más de la mitad, dada su extensión", pero añade que el nombre de Ciudad Juárez no se mencionaba hasta el final de la información, en la que desde el principio se hablaba sólo de Tijuana y la frontera. "Deduje que se refería a desaparecidas en toda la zona fronteriza. No tuve dudas. Y eso, unido a que escribía en Tijuana, me llevó a la confusión de la ciudad. Intenté contactar con Torrontegui para clarificar algunos puntos, pero estaba ilocalizable".

Prisas

Decía al principio que estos errores, sólo una pequeña muestra, que parecen imposibles de evitar -hasta el extremo de que un lector sugiere: "Manden a paseo el famoso Libro de estilo del que tanto hablan-, tienen varias causas. Una de ellas, nada despreciable y conocida de todos ustedes, y que, como verán, se repite en las justificaciones de los autores, son las prisas con las que trabajamos, haciendo y deshaciendo textos sobre la marcha. Otra es el número creciente de páginas que cada día escriben los periodistas. La combinación de prisas y cantidad causa estragos en las redacciones. Sin olvidar que la rutina, a la hora de no comprobar determinados hechos, aumenta los fallos.

Ante todo esto, no es de extrañar que un indignado lector, Emilio Abraham, enviara esta sucinta misiva: "¿Suscribirme a un periódico sin correctores de pruebas? No gracias, primero sírvanse mejorar la calidad".

Pero ese tema, las faltas de ortografía, se queda para otro día.

Los lectores pueden escribir a la Defensora del Lector por carta o correo electrónico (defensora@elpais.es), o telefonearle al número 91 337 78 36.

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