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Reportaje:BALONCESTO | Michael Jordan cumple hoy 40 años

Un mito y 40 velas

El mejor jugador de la historia entra en la cuarentena con el reto de clasificar a los Wizards de Washington para la fase final de la NBA

Javier Casqueiro

Michael Jordan cumple hoy 40 años jugando un partido de la NBA. Tenía que se así. Ya no compite por un anillo de campeón (posee seis) ni por una medalla de oro olímpica (exhibe dos). Tampoco necesita romper un récord, entre otras razones porque los ha destrozado casi todos. Jordan, seguramente el mejor jugador de baloncesto de todos los tiempos y el que ha marcado la pauta de este deporte y otros en los últimos 20 años, persigue ahora el reto de colar a su equipo, los Wizards de Washington, en una simple fase final de la NBA. No es un desafío menor. Ya no vuela, pero tampoco se arrastra por los suelos. Jordan pretende así mostrar a las futuras generaciones cómo debe portarse un mito para no extinguirse.

Aprendió a convivir con la gloria y la presión en sus duelos infantiles con su hermano mayor
Sigue abarrotando las canchas y, aunque ya no machaca, nadie le hace todavía sombra
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Es relativamente fácil recurrir a las estadísticas para demostrar, con todo tipo de datos abrumadores, que Jordan es más que probablemente el mejor jugador de baloncesto de todos los tiempos y una de las grandes leyendas de la historia del deporte. Ha roto moldes y ha esculpido un modelo. Pero hay dos sencillos detalles que se remontan a su infancia y que explican de otra manera su personalidad. Los innumerables duelos infantiles mano a mano que disputó con su hermano mayor, Larry, bajo la canasta de su casa, en los que pulió sus fantásticos fundamentos técnicos y aprendió a disfrutar y convivir en solitario con la gloria y la presión del que se sabe predestinado a grandes cosas. También fue en esa época cuando adquirió la manía de su padre de sacar la lengua y apretarla contra los labios cuando se disponía a arreglar alguna avería complicada en el taller de coches en el que trabajaba. Los Jordan se estrujan la lengua contra la adversidad. Para superarse.

Jordan no ha dejado de volar desde entonces. Él creía que era pequeño para el baloncesto, lo que le trajo algún problema en la escuela, y hasta coqueteó entonces con el béisbol. Pero cuando tomó la decisión de hacerse un hueco en la cancha y sobre los aros fue para marcar una época: en la Universidad de Carolina del Norte (título en 1982), trece temporadas en los Bulls de Chicago (seis campeonatos), en la selección (oro olímpico en Los Ángeles 84 y Barcelona 92 con el Dream Team). Ha desbancado todas las plusmarcas de anotaciones y también de ganancias deportivas y publicitarias. Ha sido el primer gran hito mediático.

Para la mayoría de los niños americanos es el modelo que seguir. Ya lo advirtió en su día su manager, David Falk, cuando le preguntaron qué había que hacer para labrar una estrella: "Necesitas un talento espectacular, una estatura normal (1,98 metros), hablar bien, ser atractivo, accesible, disponer de los valores de los viejos tiempos, ser saludable y natural y unas pequeñas dosis de demonio: Jordan". Los más críticos también le encuentran defectos. El ego, fumar puros, apostar en el golf y derrochar en los casinos o permitir que Nike, de la que es la insignia, contrate niños para su trabajo. Él responde con un comportamiento público ejemplar, tiene tres hijos y destina muchos recursos a donaciones: su primer salario con los Wizards lo cedió a las víctimas de los ataques terroristas y a fundaciones benéficas.

En 1999, Jordan, hastiado, se retiró para pesar de los aficionados y del comisionado de la NBA, David Stern. Después de tres años de inactividad y preocupado sobre todo por el mundo de los negocios, se embarcó primero en la gestión de una franquicia olvidada de la Costa Este. Pero hace dos años, con 38, decidió volver a sudar para echar otra mano más, pero sobre la pista. Anotó un promedio de casi 23 puntos y su equipo ganó 30 partidos con él y sólo siete en su ausencia, ya que se perdió 22 tras ser sometido a una operación en su rodilla derecha.

El pasado verano, tras pensárselo mucho, optó por cumplir totalmente el contrato de dos años que había firmado con los Wizards. Aconsejó algunos refuerzos y habló con su entrenador, Doug Collins, para dosificar sus apariciones ya desde el banquillo de los reservas.

El equipo, con demasiados novatos, notó esa dosificación. Perdía muchos partidos, sobre todo en la fase decisiva. Jordan volvió a hablar y optó por retornar a la titularidad con más que dignos resultados individuales (promedia 18 puntos y más de 40 minutos por partido) y colectivos (los Wizards están a punto de meterse en la fase final). Además, abarrota cada cancha por la que pasea sus nostalgias para regocijo de los que le aclaman, en las gradas y en el parquet, con constantes piropos de jugadores y entrenadores.

Algunos han ironizado con su antiguo apodo, Air Jordan, y le han llamado Floor (suelo) Jordan. Ya no machaca, pero nadie le hace aún sombra y permanece con la lengua fuera.

Hoy, en un frío y nevado Washington, cuando la ciudad celebra la fiesta de homenaje anual a todos los presidentes y soporta la tensión y el miedo ante un posible ataque terrorista, Jordan saldrá a la cancha de los Wizards para cumplir su cometido: ganar al Toronto Raptors, una de las peores formaciones de la NBA. Sabe que este año no podrá ostentar ningún título oficial, pero se ha propuesto otra meta que trasciende colar a su equipo en los playoffs de la Conferencia Este, algo que los Wizards, en cualquier caso, no logran desde 1997.

Jordan, que ha disfrutado con todas las posibilidades imaginables que ofrece este deporte, se fijó este año, el de su retirada definitiva, como el periodo de transición de su magisterio a las nuevas generaciones. Quiere legar su herencia en las mejores condiciones. Que no se desaproveche su experiencia. Sabe que el futuro de la NBA y, por tanto, el del baloncesto de élite no está claro. Jordan cumple hoy 40 años y sigue hablándose y escribiéndose sin parar de él. Es más que significativo que para presagiar un relevo se escarbe en el porvenir de un chaval de 18 años en la liga escolar, LeBron James. Naturalmente que hay grandes jugadores en su apogeo en la NBA, pero... ¿podrán sostener Bryant, Iverson, O'Neal, Garnett o McGrady este tinglado el próximo curso? Jordan quiere creer que sí.

En la reciente fiesta del All Stars, donde se le homenajeó entre otras cosas por sus 15 participación consecutiva, Jordan subió a mitad del partido al escenario invitado por una Mariah Carey entripada en una espectacular elástica del jugador que le alcanzaba hasta los pies y con su mítico número 23 sobre su pecho. Todo el mundo, hasta Jordan, no pudo dejar de fijarse en el esplendor de Carey, pero el jugador quiso decir además un par de cosas: "Ahora ya puedo irme a casa y sentirme en paz con el juego del baloncesto. La antorcha está en buenas manos". Pero, como ha recordado con ocasión del estertor de Jordan otro mito del baloncesto, Magic Johnson, "éste es también el fin oficial de una era".

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Sobre la firma

Javier Casqueiro
Es corresponsal político de EL PAÍS, donde lleva más de 30 años especializado en este tipo de información con distintas responsabilidades. Fue corresponsal diplomático, vivió en Washington y Rabat, se encargó del área Nacional en Cuatro y CNN+. Y en la prehistoria trabajó seis años en La Voz de Galicia. Colabora en tertulias de radio y televisión.

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