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Aprender de Cataluña

Cuando la exposición de Bancaixa, sobre la Real Sociedad Económica de Amigos del País, nos recuerda la importancia que una sociedad civil, moderna e inteligente, tuvo para nuestro pueblo, no puede menos que constatarse que Cataluña no ha dejado de contar con este tipo de colectivos ciudadanos, que en su día también existieron en Valencia.

Valga un ejemplo: Mientras que por estas tierras la apuesta por un ferrocarril moderno es objeto de debates romos y localistas, en Cataluña ya se han tomado decisiones, tienen proyectos solventes, asumidos por su sociedad y respaldados por sus gobernantes, no importando su color político. En Barcelona se habla, nada menos, de cinco estaciones relacionadas con la Alta Velocidad (El Prat, Sants, Passeig de Gràcia, Sagrera y Vallès-Sant Cugat). Todas nuevas, si incluimos la reforma de Sants. Antes de tacharlo de desmesura, hay que oír las justificaciones, que al unísono dan, tanto los técnicos de la Generalitat como de los ayuntamientos. Se defiende un inteligente doble objetivo: a) La conexión ferroviaria con los grandes destinos nacionales e internacionales, b) El servicio rápido a los territorios de Catalunya, siguiendo el modelo de las lanzaderas que ya conectan Madrid con Ciudad Real y Puertollano, con la infraestructura del AVE con Sevilla. Así, Lleida, Tarragona o Girona quedarán escasamente a 40 minutos de la capital. En palabras de técnico: "Una revolución en la geografía económica de Cataluña". La metrópolis se ensancha hasta el punto que cuando el AVE funcione en plenitud, el Principado tendrá las características propias de una gran ciudad metropolitana.

Al contrario de lo que se piensa en Valencia, la alta velocidad no es necesariamente para Cataluña una cicatriz, sino una forma de acercar el territorio. Un diseño argumentado y adaptado durante años. Fue en 1985 cuando la Generalitat se planteó acercar Barcelona a Francia (ya se sabe que la tendencia, allí, es mirar primero al Norte) conectándose con el primer servicio europeo de alta velocidad, el París-Lyon, estrenado en 1981. Para ello se pensó en una gran estación obviamente en la zona norte (Sagrera). A continuación, con el planteamiento del AVE a Madrid, se decide llegar por la A-7 hasta Martorell, y bordeando Barcelona, alcanzar la Sagrera; pero como no sólo de pasajeros es el futuro del tren, se diseña una pata desde el Vallès hacia el puerto y así evitar que las mercancías tengan que cruzar la ciudad, es el momento de Sant Cugat y con ello asegurar el futuro del puerto de Barcelona (de hecho la competencia del puerto de Valencia no impresiona demasiado en Barcelona, ya que la conexión ferroviaria hacía el Norte de nuestros Graos es inexistente).

Cuando Madrid prepara el túnel bajo la Castellana que conectará Atocha y Chamartín, en Barcelona se habla de trenes que pasen por la ciudad, con el citado doble servicio de la alta velocidad (largo recorrido y regionales). Ello configura el apeadero de Passeig de Gràcia y que, ahora, Sants cobre protagonismo como principio y final de los trenes del norte y Sagrera para los del sur.

La intermodalidad indica que, además, la línea debe recalar en el aeropuerto, para que éste se convierta en un polo de atracción, no solo para el resto de Cataluña, sino también para Zaragoza, la Comunidad Valenciana y el sur de Francia. De aquí surge la estación vinculada a El Prat.

Mientras en Cataluña se vivía y defendía este proyecto, la Comunidad Valenciana carecía de un Plan coherente de transporte ferroviario, y se desgastaba con decisiones que acaban con este balance: Valencia se conectará en Alta Velocidad antes con Albacete que con Alicante; la ciudad de Castellón tendrá un innecesario aeropuerto, una conexión con Tarragona llena de problemas y seguirá a una distancia ferroviaria de Madrid de mas de 500 kilómetros; y Valencia con una supuesta línea por Cuenca que el Prestige y las promesas hechas a Galicia acaban de enterrar para muchos años.

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La sociedad civil valenciana tiene un serio problema a resolver en lo referente a una movilidad no dependiente de la carretera. Aunque no sea fácil, además de envidiar a Cataluña, habrá que argumentarle que deje de mirar al Norte y empiece a hacerlo hacía el Sur, somos competidores, pero también complementarios si sabemos articularnos, más allá de una historia y una cultura común. Es importante estar ahora a la altura de aquéllos que hace 225 años plantearon una Sociedad de Amigos del País. La Comunidad Valenciana debe saber ubicarse en esta constante doble referencia que representan Madrid y Cataluña y para ello necesitamos hombres y mujeres que estén a la altura de las circunstancias.

Gregorio Martín es catedrático y director del Instituto de Robótica de la Universidad de Valencia.

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