La música viva de Riccardo Chailly
Los ciclos orquestales del Festival de Canarias tienen este año una particularidad: su programación lógica, coherente y casi didáctica. Las sinfonías de Schumann por Barenboim y la Staatskapelle berlinesa; las sinfonías y conciertos de Brahms por la Orquesta del Concertgebouw con Chailly y la modernidad desde Stravinski al último Stockhausen por la Radio de Colonia. Los días 27 y 28 asistimos a los primeros conciertos del Ciclo Brahms en manos de Riccardo Chailly, a la altura de su prestigio, enraizado desde su juventud en una sensibilidad refinada que tiende a sustanciar lo expresivo y hace de lo cantabile razón de ser de sus versiones. Chailly hace música viva porque la vive intensamente en sí mismo, la razona y la transmite con penetrante afectividad. Su Brahms, en la maravilla de esa segunda sinfonía o en el estremecedor primer concierto pianístico, en el que Yefim Bronfman fue protagonista confidencial y grandioso, dieron prueba fehaciente de una ideal identificación. En el concierto para violín la pasión brahmsiana sonó filtrada a través de la sensibilidad y la redonda concepción de Chailly y del solista Franz Peter Zimmermann.
El público, visiblemente internacional, que abarrota cada día la gran sala del auditorio Alfredo Kraus ovacionó con justicia y sin tasa a los intérpretes y obtuvo un par de propinas naturalmente brahmsianas, después de cada concierto; la gran virtud de la música perdurable es la de sorprender una y otra vez a quien la escucha, sobre todo si nos llega con la hermosa veracidad de intérpretes tan fieles, creativos y clarificadores como los de ahora.