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Tribuna:DESAPARECE EL GRAN PATRÓN DE ITALIA
Tribuna
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El príncipe inconstante

Se ha ido un hombre que ha vivido mucho, esto es cierto. Testimonio privilegiado de un siglo breve, que para él comenzó tras las dos guerras mundiales y que pasó por todos los acontecimientos que hasta hoy se han sucedido no sólo en Italia sino en el mundo. Conoció a todos los personajes destacados que movieron las ruedas de la historia y de la crónica durante 80 años, los políticos, los gobernantes, los hombres de negocios, los actores y los comparsas de la jet-set, las damas, los caballeros, las armas y los amores de su tiempo. Heredó una gran fortuna y con ella construyó un imperio. Dictó con su carisma los comportamientos y las modas. Al final, se había convertido en una institución y esto es lo que más le gustaba: ser considerado como una cabeza coronada en un mundo de repúblicas ya repleto de advenedizos.

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¿Tuvo una vida plena? Ésta es una pregunta a la que es muy difícil responder incluso para aquellos que lo conocieron bien, porque Gianni Agnelli fue en el fondo un enigma incluso para sus más allegados, y probablemente para él mismo. Su vida fue plena porque él quiso llenarla y lo quiso cada día y a cada instante, porque de otro modo hubiese quedado vacía, sólo colmada de tedio existencial. No creo que quisiese nunca descubrir las causas de ese tedio, no creo que quisiese nunca indagar en su interior, viajar al descubrimiento de ese yo con el que cada uno de nosotros debe convivir desde el nacimiento hasta la muerte. Y tal vez ese mismo rechazo fue la causa de ese tedio que lo persiguió y del que debía huir para sobrevivir a la espera de un mañana sin sorpresas.

Su destino no preveía sorpresas, por lo que tuvo que buscárselas por su cuenta. Sorpresas pequeñas y grandes, a las que su sed por vivir le mantenían agarrado, por poco tiempo, ya que enseguida se cansaba de ellas y se lanzaba en pos de otras. Vivió apresuradamente su vida de príncipe inconstante pero, debido a una contradicción muy frecuente en este tipo de temperamentos, sintió la obligación o más bien la necesidad de puntos fijos, de actos repetitivos, de puertos y muelles donde echar el ancla.

Turín, los negocios y la familia fueron esos pilares que lo sostuvieron en su constancia apresurada y fugitiva. Tal vez no calculó que los puntos fijos también se mueven y se transforman: Turín cambió, incluso los negocios cambiaron, cambiaron los trabajadores, los dirigentes, los colaboradores. No sólo sus rostros y sus nombres, sino su naturaleza, la esencia de sus funciones, la fidelidad a un estilo que era aquel heredado del abuelo fundador, pero que no podía resistir ante los envites del tiempo y las transformaciones de la sociedad.

El destino se vengó de él de forma implacable y repetida. Primero golpeó a su padre cuando más le necesitaba: por razones opuestas, ni su madre ni su abuelo supieron llenar ese vacío. Le golpeó varias veces en su propio físico. Le hirió mucho más profundamente con la inestabilidad mental de su hijo y, más tarde, con la muerte repentina del hijo de Umberto al que adoraba y al que había nombrado su sucesor. Por último, le golpeó con el suicidio de Edoardo, que cerró un ciclo de pérdidas y abandonos. Una historia oscura que podría calificarse de shakespeariana si no fuese porque no se vio marcada por el poder y por la codicia que la caracterizan, sino por el destino fortuito y casi por una dura ley de compensación: tan grande era la fortuna de nacer con ese apellido y tan grande fue la desgracia que se abatió sobre dicho apellido.

Frente a estos golpes diseminados a lo largo de su larga vida, Gianni Agnelli reaccionó con el instinto, de la única forma que se lo permitía su naturaleza: desdramatizando, negando dentro de sí y a su alrededor el elemento trágico de dichos acontecimientos, encubriéndolos y apartándolos rápidamente con esa ceremonial ley de vida según la cual ésta debe proseguir sea como sea.

¿Cinismo? ¿Dureza de sentimientos? Son estas otras preguntas a las que también resulta difícil responder. Uno no nace cínico, se hace. Y él pudo volverse cínico por varias razones: oportunismo, codicia, desgracias sufridas, traumas padecidos o por esnobismo. La causa no modifica ni aclara el hecho, pero lo explica y aporta luz.

No fue políticamente indiferente. Como todos los grandes capitalistas inteligentes advirtió con lucidez las miserias del capitalismo, hacia el que en varias ocasiones manifestó desprecio y distanciamiento. Ugo La Malfa fue su punto de referencia político mientras vivió; estuvo muy ligado a Ciampi, me refiero de institución a institución; Berlusconi le divirtió a menudo pero, si hubiese sido por él, ni siquiera le hubiera encomendado dirigir el municipio de Villar Perosa al que, por otro lado, quería mucho.

Sintió un gran cariño por John Kennedy, y cuando éste fue asesinado en Dallas pasó momentos muy dolorosos de los cuales ha habido testimonios ocasionales. Otro gran amigo suyo hasta el final de su vida fue Henry Kissinger. Estos dos estadounidenses no se parecían en absoluto, pero Gianni era muy contradictorio y éste fue uno de los elementos de su fascinación.

Se ha marchado coincidiendo justo con la crisis más grave que la Fiat ha sufrido nunca, casi como si hubiese querido cerrar los ojos en eterno descanso para no asistir al drama que está sacudiendo al imperio familiar. No sé si las coincidencias son fruto del azar o del destino. Tan sólo sé que así es como ha sucedido.

No puedo concluir esta remembranza de un hombre que amó mucho la vida y no sufrió mucho el tedio sin enviar un saludo afectuoso y apesadumbrado a la encantadora Marella, tal vez la única que conoció el enigma de este alma inquieta.

Eugenio Scalfari es fundador y ex director de La Repubblica.

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