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Tribuna:LA CRÓNICA
Tribuna
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Mucho más que un 'falafel'

El karkadé es un hibisco, una flor de color cereza que, una vez seca, se utiliza como infusión refrescante. Es una bebida muy común en el África central, México y Jamaica (aunque en esos dos países lo llaman "agua de Jamaica"). Lo probé por primera vez este verano en casa de unos amigos y lo que seduce enseguida es ese tono cereza que coge el agua. Su gusto es suave y en la boca te deja la certeza de que has sorbido el aroma de una flor. Había olvidado el karkadé cuando, antes de las fiestas, quedé para cenar con una panda de amigos en un restaurante que no conocía. Se llama Karkadé y está situado en la calle de Maria Aurèlia Capmany, en el extremo superior de la Rambla del Raval. Karkadé es el único restaurante sudanés de Barcelona -y no es extraño porque, según los propietarios, en este momento apenas hay 25 sudaneses en la ciudad, casi todos estudiantes-. Los sudaneses se desplazan a Europa por negocios, para entrar en la Universidad o como exiliados políticos. Los que emigran para buscar trabajo se quedan en los países del Golfo.

Karkadé es un restaurante de suculenta comida sudanesa, a pesar de que en aquel país nadie come fuera de casa

Lo primero que me llamó la atención antes de cruzar la puerta de Karkadé son las dos palabras que acompañan al nombre: espai intercultural. Poco después sabría, no sólo que ofrecen un falafel exquisito, sino que me encontraba en un restaurante fuera de lo común, con una filosofía que va más allá de servir un buen plato, que ya es mucho. Sayed y Gregoria son las almas del invento: él, un sudanés afincado en Barcelona desde que llegó para estudiar Empresariales -de esto hace 25 años-, aunque acabó de intérprete de árabe e inglés en los juzgados; ella, una andaluza idealista y comprometida con la lucha obrera, abogada de oficio y desencantada de cómo funciona la justicia y los políticos mal llamados de izquierdas. Ambos dejaron sus trabajos hace dos años para lanzarse a esa nueva aventura que se llama Karkadé. No tenían mucha idea de lo que era un restaurante -cuenta Sayed que en Sudán nadie come fuera de casa-, pero llevaban dentro sensibilidad, buen gusto gastronómico y una gran generosidad que se nota en cada plato que presentan. "Aquí no escatimamos nada: ni el trabajo de preparar cada día los ingredientes básicos, ni los condimentos, ni la calidad del producto. Por eso nos dicen que nunca nos ganaremos la vida", comenta Gregoria convencida. Cualquier cliente mínimamente sensible con la buena cocina se dará cuenta de que come en un lugar privilegiado, y por poco dinero.

Pero la idea de la pareja no era sólo servir suculentos platos, sino poner en contacto a gente de diferentes culturas, gente sin prejuicios. Para ello hay una sala en el piso superior del restaurante abierta a cualquier iniciativa que promueva la diversidad cultural. Exposiciones, tertulias, lecturas... "La gente sólo conoce los problemas y los aspectos negativos de la inmigración. La ignorancia nos hace racistas y lo que pretende Karkadé es ofrecer esa otra cara positiva de la diversidad". Hablo con Gregoria una de esas tardes que han pronosticado heladas. Karkadé se convierte en bar hasta la noche y allí se encuentran marroquíes, paquistaníes, alguno de los pocos sudaneses - todos amigos de Sayed- y también chicos que salen del trabajo, parejas que toman su café, el solitario que lee el periódico y se va. Sayed es generoso y por poco que le sonrían no les deja pagar. "Así nunca pagaréis la hipoteca", dice un sudanés divertido que, por cierto, tampoco paga. "Me gustaría que la gente que viene hablara entre ella, pero nos hemos vuelto muy individualistas", dice Gregoria con un deje de amargura.

Gregoria habla de sus años en el barrio del Pozo del Tío Raimundo, en Madrid, de cómo pasó su juventud tirando octavillas en vez de ir a la discoteca, de las asambleas de distrito, las jornadas y reuniones viendo siempre las mismas caras, proyectos para el Ayuntamiento, colaboraciones con SOS Racismo, defensa de inmigrantes a los que no se les hizo un juicio justo, la frivolidad con que se dictan sentencias... Todo esto quema y agota y produce impotencia. "Ahora intento hacer algo más cerca de lo cotidiano", explica ella, "pero el resultado también es lento y difícil. La gente está saturada, son pocos los que trabajan y pasan los días y no se hace nada".

Mientras, siguen cocinando para su clientela, que cada vez es mayor porque lo que funciona mejor en estos casos es el boca a oreja. Platos del norte de Sudán, como el foul madamas, unas habas pequeñas cocidas y acompañadas de crema de sésamo, tomate y cebolleta. O el Judea, que es el plato nacional: habas con espinacas que terminan siendo una pasta oscura acompañada de otra salsa. O la ensalada sudanesa, una delicia de berenjenas fritas que se sirven con crema de cacahuete y una loncha de queso feta con trocitos de tomate, huevo duro, cebolla tierna, comino y aceite. O el mahchy, que puede ser una berenjena o un calabacín relleno de carne, arroz, piñones y especias que se cuece al horno y se acompaña de una salsa de tomate. Por no olvidar el exquisito hummus y el falafel, y también una selección de platos del sur de Francia -el cassoulet au canard y la ensalada tibia del Aude. Termino mi karkadé y me voy. Se acerca la cena y por mi mente pasan los platos que Sayed y Gregoria preparan con devoción religiosa para paladares exquisitos y curiosos. Déjense sorprender.

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