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Columna
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Chiquilladas

Josep Ramoneda

En una entrevista reciente (La Vanguardia, 5-1-03), José María Aznar dice: "Soy partidario de que los europeos asumamos más responsabilidades en materia de seguridad y soy más partidario de una estrecha relación entre Estados Unidos y la Unión Europea. Es absolutamente fundamental para la estabilidad, la paz y la seguridad del mundo. No participo, por lo tanto, de los cantos antiyanquis. Me parecen a estas alturas sencillamente una chiquillada. Y tampoco participio de estas actitudes de mirar hacia otro lado, en el sentido de no querer asumir ninguna responsabilidad".

Aznar, arropado por una fotografía de su gran hazaña bélica, la conquista de Perejil, exhibe este resentimiento -digno de estudio psicoanalítico- contra todo aquello que le suena a progre, que le induce siempre a la descalificación ridiculizadora: "chiquillada", "chistoso", "trasnochado", etcétera. Insisto en mi apelación a algún madrileño con memoria para que nos explique qué le hicieron a Aznar los progres en la Universidad cuando él todavía no había descubierto el patriotismo constitucional y se preparaba para participar en la renovación de las élites dirigentes del franquismo. Algo grave debió de ser para que la amargura perviva aún después de haber derrotado a los progres en las urnas. El hecho es que Aznar en materia de susceptibilidad política vive con cierto retraso: debe de ser una de las pocas personas que todavía dividen el mundo entre los que son progres y los que no son progres. El tiempo pasa, presidente. Aznar ha hecho un oficio del desprecio a los que se le oponen o a los que piensan diferente. Este modo de ejercer el poder, guste o no, se llama arrogancia. Le acompaña siempre. Y le ha ayudado mucho a complicarse la vida en el asunto del Prestige.

Pero dejemos lo anecdótico y vayamos a lo político. Yo también pienso, como el presidente, que el antiamericanismo ha sido una forma muy cómoda de eludir las responsabilidades. Otorgar a los americanos la culpa de todo lo malo que ocurre en el mundo, además de una pérdida de tiempo porque no ayuda en nada a conocer la realidad, es una vía directa hacia el inmovilismo y, encima, salvando la conciencia. Esta actitud ha debilitado mucho a Europa, que vive, sin duda, un grave problema de asunción de responsabilidades políticas. A veces parece que Europa occidental sigue viviendo en el balneario que para ella fue la guerra fría, bajo el manto bipolar. Demasiadas veces ha tenido que acudir Europa a los criticados yanquis para que le salvaran de un apuro, empieza a ser hora de emanciparse. Y emanciparse quiere decir afrontar los problemas y no cargarlos en las espadas de papá Bush. Pero simétrica a esta actitud -y coincidente en sus efectos- es la contraria, la de aquellos a los que Xavier Rubert llama "liberal-leninistas", que sólo ven virtudes en el hacer de los americanos y todos los problemas son culpa de los demás. La aportación de Aznar a la cultura política española tiene mucho que ver con esta figura, que garantiza la permanencia de Europa en estado de irresponsabilidad: lejos de Bush no hay salvación. Abracémonos a Bush y nos ahorramos de pensar y de tomar iniciativas.

Ser antiyanqui puede ser una enfermedad ideológica infantil. Bashkim Shehu se preguntaba por qué hay gente que se llama antiamericana y, en cambio, ni los antipinochetistas se autollamaban antichilenos; ni los antifranquistas, antiespañoles; ni los anticomunistas, antirrusos. El antiamericanismo utiliza una figura concreta -Estados Unidos- para criticar una abstracción -el sistema-. Pero allá los antiyanquis con sus problemas político-psicológicos. La sumisión acrítica a la política de la Administración americana también es ideológicamente una enfermedad infantil. Y valdría contra ella una descalificación simétrica a la que Aznar hace de los antiyanquis.

¿Por qué les llama chiquillos? Sencillamente para obviar el debate político. Bush o los chiquillos: éste es el dilema ante el que nos coloca Aznar. Justo después de apelar a que Europa asuma mayores responsabilidades. No es precisamente con un argumento tan burdo como las responsabilidades se asumen. Porque el dilema de Aznar sólo conduce a la sumisión. El verdadero debate político es otro. Y tiene dos partes: la amenaza terrorista y el modo de enfrentarse a ella. Este debate es el que Aznar quiere escamotear. Pero no podrá hacerlo mucho tiempo si la guerra de Irak se produce. Porque tendrá que explicar su sumisión, a una opinión pública nada convencida, con algo más que descalificaciones.

La primera parte del debate, la amenaza terrorista, Aznar la elude por el procedimiento de la amalgama. Toda violencia política no de Estado es, para Aznar, terrorista y todos los terrorismos son iguales. Una doble afirmación que no aguanta el menor rigor analítico y que no sirve para nada más que para falsear la realidad. Para resolver un problema hay que empezar por entenderlo. Y la amalgama de cosas distintas no clarifica, sino que confunde.

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La segunda parte es el modo de hacerle frente. Y concretamente, en el caso al que Aznar se refiere, si la guerra contra Irak es un procedimiento eficaz y ponderado de luchar contra las redes terroristas de Al Qaeda. La responsabilidad de la que habla Aznar pasa precisamente por este debate: por ver si hay opciones alternativas mejores. Y esto es lo que Aznar quiere escamotear dando a entender que cualquiera que proponga otra opción es antiyanqui y, por tanto, un chiquillo.

Y sin embargo, las razones para cuestionar la opción Bush-Aznar son muchas. Y si algo se puede reprochar a Europa es no haber tenido el coraje de plantearlas con toda su fuerza. ¿De qué puede servir la guerra contra Irak en la lucha contra Al Qaeda si no se ha aportado hasta el día de hoy una sola prueba de que exista una conexión entre el Gobierno iraquí y la red terrorista? "La mayor amenaza de todos es la vinculación del terrorismo con las armas de destrucción masiva", dice Aznar. Y tiene razón. Pero tampoco se ha probado que Irak disponga de armas de destrucción masiva. Es más, el hecho de que Estados Unidos esté dispuesto a atacar a Irak da motivos para sospechar que no las tiene. ¿Por qué razón Corea merece un trato distinto que Irak?

Razones para el debate y para que Europa asuma sus responsabilidades las hay. Pero para ello lo primero y principal es no falsear el dilema: porque entre el prejuicio antiyanqui y el prejuicio liberal-leninista no hay ninguna diferencia de naturaleza ideológica, ambos nos muestran la realidad con lentes voluntariamente deformadas. Ambos pueden encontrarse en el reino de las chiquilladas: Aznar y estos molinos de viento contra los que esgrime sus lanzas.

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