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Columna
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Los inventos

En alguna parte se guarda la estadística de las invenciones que produce de continuo el ingenio humano. Debe ser vertiginosa la velocidad a la que se olvidan, incluso las que dan resultados prácticos. En cualquier tiempo sucedería algo semejante sin el estrépito que proporciona la publicidad. La posible diferencia se puede encontrar en que el hombre torturaba el magín en pocas direcciones: crear nuevas y más poderosas armas de guerra y mejorar el nivel de vida de un reducido sector.

Es un error pensar que ambas cosas eran antagónicas, pues una gran proporción de las ideaciones que han contribuido al progreso tienen origen y desarrollo en lo que se llama industria bélica. Poco de extrañar, ya que la mayor parte de la existencia de la humanidad se ha desarrollado entre guerras de diferentes envergaduras. Sin presupuesto para actividades civiles, lo inevitable es que, falto de aplicación militar, o excediendo ese propósito, muchas terminaron incorporadas a la vida común.

Los ferrocarriles y la misma aviación, como tantas cosas, se deben a la imaginación y el talento inventivo de los ingenieros militares. La primera transmisión de noticias a larga distancia se produjo armando fuego de una colina a otra, como las señales de humo de los indios. Palomas, telégrafo y satélites, señales todas para los guerreros.

Pocas veces sucede al revés, como en el caso de la firma Dupont de Nemours, que pasó -durante la II Guerra Mundial- de fabricar complementos indumentarios femeninos a cañones, bombarderos y barcos blindados, o al revés.

Aparte de los avances cosméticos y sanitarios, a los que tanto debemos, son muchísimos, raros los descubrimientos que han influido en el desarrollo de la vida planetaria. Pescamos, cultivamos la tierra y cazamos -o estabulamos nuestros alimentos proteínicos- con escasas variaciones. En el terreno de las diversiones, una de las raíces del teatro y la literatura fue la épica, y los dioses nacieron y vivieron peleando lo mejor de su existencia inmortal.

La frase unamuniana "que inventen ellos" indica un extraño refinamiento en hombre teóricamente tan tosco. La falacia de que las mujeres eran intelectualmente inferiores al hombre se viene abajo al considerar que buena parte de las ingeniosidades que hacen más cómoda y llevadera la existencia se maquinaron pensando en ellas. Es un chiste el origen de los tacones de aguja en los zapatos femeninos, atribuido a una mujer bajita, harta de que los hombres la besaran en la frente. La ropa con que se cubrieron en pasadas edades era cosa de climas fríos, porque la ocasión que propicia las modas recorta tela, unas veces por arriba, glorificando el escote, y otras gana el espacio que va de la tobillera, rodillera, hasta la "muslera y algo más" que picardeaba una canción precursora de la minifalda.

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Por razones que se me escapan, nuestras coetáneas se decantan por el uso universal de los pantalones, contra lo que luchan, tan denodada como baldíamente, los modistos, ilustrando las exhibiciones con ilusorias transparencias que nadie está dispuesto a endosar. En esa disciplina creativa, España ha dado universales creadores, como Balenciaga, Rabanne o Del Castillo, entre tantos. Comparativamente, Madrid, en ese importante sector, se repliega entre la institucionalizada pasarela Cibeles, las boutiques de Serrano y Lista, y las plantas específicas de El Corte Inglés. Para recreo de la nostalgia, aquellas maniquíes de Pedro Rodríguez y de Marbel tan altas, guapas y profesionales que fugazmente tomaron el relevo de las floristas de la calle de Alcalá.

El arco de la imaginación transcurre entre la psicológica trampa de Doña Baldomera y la estafa actual de Gescartera, que es absolutamente lo mismo, variantes ambas del viejo y castizo tocomocho que, aunque cueste creerlo, sigue propinándose a las últimas personas crédulas y codiciosas que van quedando. La necesidad aguza el ingenio y acusamos el crepúsculo de los inventores, desahuciados por la sociedad del consumo y del bienestar, confinados en los enrevesasdos juguetes.

De ayer a hoy se anduvo largo trecho. El que va del último teléfono móvil o argucia electrónica al patético "Don Nicanor, tocando el tambor".

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