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Columna
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Homenajes

No todos los bares se llenan del mismo modo. Hay mesas y barras que soportan la rutina con una aseada inexistencia, mundos de paso para gente de paso, representaciones teatrales sin más argumento que la fugacidad. Pero otras veces los camareros trabajan sobre esa materia de luces y de sombras almacenadas que salta de la primera cerveza a las conversaciones y de las últimas copas a los pliegues fabuladores de la memoria. Hace muchos años que La Tertulia vive en el presente de Granada con una voluntad de memoria. Por eso se llena de jóvenes que hablan abiertamente sobre sus odios y sus amores, dejando que la capacidad de admiración dibuje las fronteras de sus desprecios. Cuando la burocracia de la vida firma los títulos oficiales y los certificados, la realidad sufre ya un punto de nostalgia costumbrista, una inclinación a los huecos íntimos y a las desapariciones. Los futuros poetas, arquitectos, directores de cine, pintores, se miran en el espejo del baño y descubren sus caras de artistas con una nitidez que no volverán a sentir nunca. En los espejos de La Tertulia los ojos sucesivos del presente han descubierto el futuro, un porvenir sin canas ni contradicciones, porque el arte empieza por ser un sueño que nos acoge con absoluta seguridad. El bar se llena de jóvenes rostros que ríen y discuten en medio de una sobrecarga de deseos, apuestas y verdades. Miradas decididas a llevarse el mundo por delante.

Recuerdo una noche del año 1982. Un grupo de jóvenes poetas granadinos nos reunimos en La Tertulia para homenajear a Rafael Alberti. En la mesa de Rafael, como un invitado generoso y conversador, se sentó la historia del siglo XX, y en las palabras flotaban las huellas de la república, la guerra civil, el exilio, la dictadura, abriéndose camino entre las ilusiones de una democracia recién conquistada. La atmósfera más leal de la poesía es la admiración, el deseo de recoger una antorcha que siga iluminando los libros y las noches. De nada sirven las palabras cuando traicionan al adolescente deslumbrado que descubre su propia intimidad en unos versos. Los jóvenes descubrimos en Alberti nuestra poesía, nuestros matices, la intuición de un futuro más civilizado y habitable. Los años han pasado, ya no somos los mismos, pero por fortuna hay gente nueva que llena La Tertulia para darle sentido a los pliegues fabuladores de la memoria. Con motivo del congreso que la Universidad le ha dedicado a Rafael Alberti, el poeta Ángel González vino a Granada. Y los jóvenes de ahora, los que se miran en el espejo y descubren sus rostros perfectos de poetas, le dedicaron un homenaje para sentar en la mesa a otra parte de la historia de España y de la historia de la poesía. Los versos incipientes abrieron sus sílabas y sus discusiones junto al autor de Palabra sobre palabra, del mismo modo que hace 20 años nuestros versos tímidos buscaron la verdad de un Marinero en tierra. La clientela de La Tertulia sigue esperando el porvenir, sigue buscando las palabras, los versos que están por hacer, las estrofas que puedan encerrar el frío de la calle y el humo de las mesas. Mientras tanto la admiración supone un estado necesario de complicidad. Debemos agradecerle a Ángel su poesía, un motivo para seguir admirando sin reticencia.

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