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LEGISLACIÓN

Año 2001: un australiano patenta la rueda

John Keogh pidió la patente para un "aparato circular que facilita el transporte". Corría el año 2001 Depués de Cristo, incluso en Australia, y la oficina de aquél país aceptaba que John Keogh patentara la rueda.

Este australiano no pretendía que todos los vehículos dejaran de usarlas. Tampoco pretendía el copyright y el cobro de una indemnización multimillonaria. Simplemente, Keogh, un abogado de Melbourne especializado en patentes, pretendía demostrar las graves lagunas que presenta la nueva ley de su país sobre propiedad industrial, destinada a agilizar el sistema de concesión. Esta norma estableció en mayo de 2001 las "patentes de innovación", un sistema que en tres meses concede protección por un periodo de ocho años. Con el sistema, el Gobierno australiano no exige el peritaje de un abogado para que se pueda presentar una patente. Al final la oficina corrigió su error.

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Europa debate las ventajas e inconvenientes de patentar los programas informáticos

El ejemplo de la rueda es uno más de los cientos de patentes absurdas que las oficinas de concesión de este derecho de propiedad industrial están cometiendo en todo el mundo, y que se pueden encontrar en Internet en la Galería del Horror.

Para conceder la patente, en Europa el solicitante debe demostrar tres requisitos básicos: que su artilugio sea novedad mundial, que presente actividad inventiva y que haya aplicación industrial.

Al aparato circular de Keogh le falta, al menos, un requisito: las ruedas más antiguas que se conocen fueron construidas en la antigua Mesopotamia, entre los años 3500 y 3000 antes de Cristo.

Las voces europeas, no sólo representantes del software libre, que rechazan la directiva sobre patentes de programas informáticos alertan de la dificultad que supone evaluar la novedad en una invención; más aún cuando se trata de una aplicación que consta de miles de fórmulas matemáticas (algoritmos), susceptibles individualmente de ser patentadas.

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