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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Recuerdos de posguerra

Por una vez, el subtítulo de esta película, La ciudad oculta, revela curiosamente más que el propio título. Porque si bien la Casita Blanca significa, para cualquier barcelonés, algo muy preciso, una casa de citas situada en la zona de Plaza Lesseps que, creada en 1912 como discreta fonda con liberal trastienda, en lo que entontes eran las afueras, llegó a ser el símbolo de todos los mueblés de una ciudad que llegó a tener nada menos que 118 establecimientos censados de este tipo, poco dirá a quien no disponga de tal información. Y a tenor de lo visto en la película, tampoco demasiado a quien termine de verla. Y esto, a pesar de las apariencias, no es un demérito, sino todo lo contrario.

LA CASITA BLANCA

Dirección: Carles Balagué. Intérpretes: Roger Casamajor, Ricard Borràs, Vicente Gil y Elvira Prado, con la participación de Rafael Abella, Carmen de Lirio, Josep Martí Gómez, Hilari Ragué, Jaume Boix y Santi Tarín. Género: documental de entrevistas, España, 2002. Duración: 80 minutos.

Porque el verdadero interés del documental rodado por Carles Balagué, coherente, estimable cineasta muy interesado por los vericuetos de la crónica de sucesos (sus dos mejores películas, Mal de amores, 1992, y Asunto interno, 1997, salen directamente de las páginas de crímenes, en el segundo caso, un asesinato legal) no radica tanto en un lugar físico concreto, sino en el clima histórico y moral en el que la Casita Blanca alcanzaría el cenit de su clandestina fama, en lo más crudo de la cruda postguerra, los años del estraperlo y la triunfante doble moral burguesa de los vencedores. De tal forma, más que una historia de los desahogos que encontraba la reprimida sexualidad de entonces para manifestarse, lo que va goteando lentamente de las apasionantes confesiones de gente que vivió el período (desde algún franquista, como Villarrubias, hasta amigos o parientes de muertos o ajusticiados, pasando por una amplia galería de periodistas e historiadores) es un retrato de ganadores de la guerra civil, estraperlistas, fulanas más o menos caras, espectaculares e influyentes, aspirantes a burócratas con amplia carrera por delante, toda una historia secreta de la ciudad de los prodigios.

Nombres como los del constructor Antonio Masana, muerto por el anarquista Facerías mientras yacía, según testimonios varios, con su sobrina en el mueblé Pedralbes (objeto, por cierto, de la opción más discutible del filme: una reconstrucción de ficción que en nada ayuda al discurso general que articula sabiamente el montaje del mismo); del estraperlista Julio Muñoz Ramonet y su amante, la asesinada Carmen Broto, dos personajes míticos en el imaginario de la época; la llamada Brigada del Amanecer, una suerte de droite divine (derecha divina), en acertada definición del periodista Jaume Boix, unos "niños bien" de los que formaba parte Juan Antonio Samaranch, de quien se menta el origen de su prodigiosa carrera...

Testimonios autorizados, un montaje ágil y, en fin, la opción principal, el utilizar la Casita Blanca como gancho para un discurso de mayor calado, hacen del filme de Balagué un imprescindible testimonio sobre Barcelona entre la entrada de los nacionales, en 1939, y el Congreso Eucarístico de 1952, momento en el que la ciudad, y el país entero, se abrieron a otro proceso histórico. Y al tiempo, sirven para recordar el papel central que el documental está adquiriendo, en el cine español de nuestros días, como necesario medio para recuperar nuestra dormida memoria; para recordar, en suma, de dónde venimos: nada más y nada menos.

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