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VISTO / OÍDO
Columna
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La mosca cojonera

Oí el sábado a mi compañera -y muy buena amiga- Isabel Estapé hablar de la posibilidad de que Aznar pudiera ser presidente de la República, y me estremecí. A mí no me importaría si lo fuera de la de Guinea-Bissau, o de Etiopía, pero se estaba refiriendo a la de este país: qué fastidio. Decía ella que es una bobada considerar que la Fundación que ha creado va a ser su destino: le esperan mayores. Me sentiría encantado de que fuera secretario general de la ONU; lo mismo da uno que otro, siendo una institución de obediencia de Estados Unidos. Por cierto, Bush es republicano, por el nombre de su partido que se opone al otro, que es demócrata. Sigamos en la Torre de Babel de cada día. Bush está ya en Europa visitando algunos países y acudiendo a la conferencia de la OTAN en Praga: todo ello para sumar palabras a su deseo de hacer la guerra a quien quiera y cuando quiera. No le van a faltar. El hombre es el lobo del hombre, y la verdad es que a los de Estonia, Lituania o Polonia les da lo mismo que se destroce a Irak, y luego el norte de Corea, a condición de que se les dé a ellos algo de comida, que podría salir de su ingreso en Europa y de algunos dólares de ayuda. La cuestión es que la república y los republicanos son una doctrina, una ideología, que no tienen ni Bush ni Aznar.

Lo que no sé es si ya Aznar es presidente de una república clandestina: dada la limitación del Rey, su actuación es la de un jefe de Estado. A mí no me parece que sea monárquico en la forma que no lo son tantos españoles: aceptan al Rey sin ser monárquicos. Como aceptan la Constitución sin amarla, o la Justicia sin creer en ella. "¡Dios, qué buen vasallo si hubiera buen señor!", decía del Cid su cantor; se puede decir en general del español, tan gobernable; tan preparado para cualquier régimen, aunque sea el de una mosca cojonera (es expresión malsonante, pero es una imagen muy útil). Éste no es gobierno de Dios con política de Cristo, como decía Quevedo de su iglesia y religión; ni por arriba ni por abajo tiene Aznar a nadie en España ni en el cielo. Que a él le gusta (cada uno tiene el suyo).

La dificultad esencial está en que se produzcan las circunstancias históricas por las cuales pudiera presentar su candidatura a una presidencia de la República, y de si entonces tendrá los poderes necesarios para que le voten a él y no, por ejemplo, a Felipe González.

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