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CARTAS AL DIRECTOR
Opinión de un lector sobre una información publicada por el diario o un hecho noticioso. Dirigidas al director del diario y seleccionadas y editadas por el equipo de opinión

La memoria en la solapa

Hace tres años, por lazos que la historia se empeña en seguir hilando, solía pasar las noches compartiendo tabaco y alevosía con mis amigos Andrés y Driton, congolés y kosovar, respectivamente. Me hablaban de sus guerras y sus exilios, y yo les contaba viejas historias de las que mi abuela le cuesta mucho hablar, de los libros de Max Aub y, al final, pareciera que compartiésemos un mismo idioma.

La víspera a que Driton regresara a su Prístina añorada, tras buscar un lugar que no encontró entre nosotros, le regalé algo que no tuve que explicar: una bandera republicana que se colocó orgulloso en la solapa. Yo le había contado que en los años de la Guerra Civil española, unos cientos de brigadistas vinieron desde los Balcanes que él estaba a punto de reencontrar a defender un Gobierno legítimo cuya caída, observada por la pasiva Europa, abrió la veda de la barbarie fascista que asoló el continente.

El exilio debe ser algo como permanecer en una cárcel sin rejas físicas que te aleja sin descanso de tu tierra, tu memoria y el futuro que imaginamos cuando somos pequeños. Pero, además, tristemente, suele ser la pérdida del recuerdo que esa tierra tiene de ti, de tu pasado, tus obras, tus luchas, tu pincelada individual en el mural colectivo que es todo país.

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En España se ha obviado por demasiado tiempo ya la huella de todos aquellos que tuvieron que huir perseguidos por el fascismo, de aquellos que murieron defendiendo valores de universalidad y justicia, y de los amigos que vinieron de extramuros hasta este rincón del continente a luchar por lo que también les concernía.

Es motivo de alegría que, en los últimos años, hayamos homenajeado a los brigadistas internacionales, se estén exhumando cadáveres enterrados en madrugadas de paredón y fosa fácil, y ahora se recuerde a tantos españoles exiliados por el mundo. Por favor, no paremos de mostrar esa memoria que nos da dignidad a todos. Mi abuela se emocionará seguro al ver las fotografías y los objetos que se exhiben estos días en el Retiro de Madrid. Quizás en la capital kosovar algún anciano se emocione igual al tropezar por la calle con Driton, que, me consta, sigue enarbolando nuestra memoria en su solapa.-

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