Amistad, no sumisión
Les contaba en julio lo difícil que se está poniendo ser amigos leales del socio americano. Y con la emoción del primer aniversario del horror del 11 de septiembre no sólo se estrechan los márgenes, sino que los que tienen algo que decir, desde posiciones solidarias pero con criterio libre, empiezan a pasar al campo de los condenados de la tierra.
Repetiré, como hace un año, que la solidaridad incondicional es comprensible con las víctimas de aquel asesinato en masa. Incluso con el dolor del pueblo americano y de sus representantes. Pero esta solidaridad no puede, ni debe, confundirse con la incondicionalidad respecto de las iniciativas, sean éstas las que sean, del Gobierno de Bush en su campaña de lucha contra el terror.
A esta conclusión (y confusión) parece haber llegado el presidente del Gobierno de España, añadiendo con un estilo excluyente y amenazador que aquellos que discrepen de la actitud que mantiene serán responsables de los próximos atentados, si éstos se producen. O sea, transfiriendo la responsabilidad de lo que pase a los demás, no a los que toman las decisiones que corresponden a su cargo, acertadas o erróneas.
Se continúa produciendo una terrible confusión entre la condición de amigos, de socios incluso, y la aceptación sumisa de las propuestas de la Administración de Bush. Pero la sumisión es incompatible con la amistad, porque niega la posibilidad de ayudar, de manera relevante, a conseguir el objetivo que se pretende.
Desde la guerra del Vietnam no se conocía una ola más dura y contradictoria de rechazo a Estados Unidos. Contradictoria por el hecho de que muchos millones de ciudadanos comparten el dolor por los atentados del 11 de septiembre, cosa que no ocurría en aquel conflicto lamentable, al tiempo que crece su rechazo y su incomprensión por la actitud unilateral y arrogante de la única superpotencia mundial tras la guerra fría.
Ha pasado un año desde el 11-S y, pese a la ausencia de atentados de esas características, nadie afirma que se ha avanzado consistentemente en la ruta de la eliminación de la amenaza que representan. En el propio seno de Estados Unidos empiezan a levantarse voces que advierten de los errores del camino emprendido, que aumentan con la crisis galopante en relación a Irak, a pesar de los límites que imponen a estos análisis la emoción revivida de los acontecimientos.
Como no debemos estar dispuestos a aceptar ni 'el que no está conmigo está contra mí', ni la estúpida e inútil sumisión a cualquier designio, ni la transferencia de responsabilidad del 'aquellos que no concuerden con mis posiciones serán los responsables de todo lo malo que pase', tenemos que afirmar posiciones que ayuden a cambiar el rumbo y a aumentar las posibilidades de combatir el peligroso escenario que representa el terrorismo internacional para todos, no sólo para Estados Unidos.
En la crisis iraquí podemos y debemos compartir la necesidad de que el Gobierno de ese país cumpla las resoluciones del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, en sus propios términos, sin elementos que la condicionen en las tareas de inspección y vigilancia sobre el posible desarrollo de armas de destrucción masiva. Y en este tira y afloja llevamos una larga década, cuyas consecuencias han pagado los ciudadanos iraquíes sometidos al sátrapa que los oprime, sin que éste y sus compinches sufran el menor daño.
Pero este asunto, sea cual sea la decisión que adopte el Consejo de Seguridad, es claramente diferenciable de los sucesos del 11 de septiembre. Nada muestra que Irak, como nación, esté detrás de esta estrategia de terror. Pero sobre todo nada tiene que ver el intento de hacerse con el arma atómica -como lo hizo Pakistán, tras la India, y antes Israel- con los instrumentos empleados por los terroristas en las Torres Gemelas y el Pentágono. Estamos ante amenazas diferentes, que exigen tratamientos diferentes, si no queremos aumentar hasta límites insospechados el caos internacional que empieza a producirse.
Pero, además, tenemos que salir cuanto antes de la confusión entre mundo árabe e Islam, y de la más peligrosa aún, entre Islam y amenaza terrorista. Para empezar, sólo la cuarta parte del Islam está representada por el mundo árabe. Los árabes son considerados extranjeros en Afganistán, incluido Bin Laden. Y en las zonas de fractura más delicadas de los conflictos abiertos, ya se trate de la India y Pakistán con la cuestión de Cachemira, o del conflicto ruso con Chechenia, no estamos hablando de árabes, como tampoco cuando se refieren a Irán.
Lamento hablar en términos tan elementales, pero estamos contribuyendo a aumentar peligrosamente la tendencia a reducir a categorías simples de nuestra visión como occidentales cuando se analiza al otro, al diferente. Esta deriva nos está conduciendo al conflicto de civilizaciones sin realidades subyacentes que lo justifiquen.
Si, en estas circunstancias, se produce un ataque a Irak, más allá de la desafección o de la aceptación aparente de los Gobiernos árabes, será inevitable una oleada de protestas y revueltas de millones de gentes, como caldo de cultivo para los protagonistas del terror internacional. Se puede convertir en un juego dramático de consecuencias incontrolables, tanto para la estabilidad de los Gobiernos frente a los movimientos integristas, cuanto para el crecimiento de la amenaza que tratamos de combatir.
Desgraciadamente, la Unión Europea aparece ya fracturada en sus posiciones respecto a la deriva que impone unilateralmente la Administración de Bush, con lo que su pérdida de relevancia en el nuevo escenario internacional tenderá a aumentar. Temo que la fractura de posiciones en un tema clave de definición del futuro orden (o desorden) mundial retrasará indefinidamente cualquier avance en una política exterior y de seguridad común. Y la conclusión no es difícil de extraer. No habrá unión política sin una política exterior que nos una.
Algunos piensan que Estados Unidos sacará ventaja de esta debilidad política de la Unión Europea, pero en mi visión de socio leal, ésta es una conclusión errónea para ambas partes, aunque claramente más dañina para los intereses europeos.
Y más allá de Europa, que seguirá siendo el socio fundamental, aunque no tenido en cuenta en la otra orilla del Atlántico Norte, en otras regiones del planeta Estados Unidos no está ganando afecciones, sino más bien lo contrario.
Los Gobiernos árabes no dejan de advertir, con mayor o menor contundencia, según su nivel de dependencia, de los riesgos que se están corriendo con las políticas anunciadas por Bush. La mayoría de ellos están más que dispuestos a colaborar en la erradicación de las amenazas terroristas que tienen su origen en integrismos radicales que también amenazan su propia supervivencia, pero sus márgenes de maniobra se hacen cada día más difíciles. El conflicto entre Israel y Palestina, taponada la válvula de salida de la esperanza de paz, aumenta exponencialmente el riesgo de rechazo a EE UU.
Y estos Gobiernos, incluso cuando sean moderados, se verán
enfrentados a sus propios ciudadanos, atrapados entre la necesidad de alinearse con las políticas hegemónicas, con represiones internas crecientes, y el riesgo de ser arrastrados por el descontento.
¿Es posible que este escenario no se esté contemplando por los halcones norteamericanos que llevan a su país a un difícil callejón sin salida? ¿Es posible que sus incondicionales sumisos, vecinos de esta realidad, no hagan nada para evitar esta deriva?
En el área iberoamericana, poco significativa en los términos de la amenaza que perciben EE UU, la profundidad de la crisis y su gravedad -ante lo que están percibiendo como indiferencia del norte, cuando no como animadversión, como ocurre en Argenti-na-, las corrientes de opinión son cada vez menos favorables. Con poco esfuerzo, Estados Unidos podría recuperar una parte del terreno que está perdiendo en las opiniones públicas. Por ejemplo, cambiando su posición en el Fondo Monetario Internacional y permitiendo que las economías de la otra América aprovechen sus márgenes internos sin crear problemas de equilibrios con el exterior. ¿Cómo va a pagar Argentina su deuda si no puede crecer su economía interna?
Sólo con que los países de la región pudieran hacer algo de lo que Estados Unidos hace para luchar contra la crisis propia, la situación cambiaría a mejor. Brasil y México, con sus diferencias de situación, pero atravesando momentos de gran dificultad, merecen una atención especial del vecino del norte porque su destino condiciona al resto. Más allá de sus prioridades inmediatas, vividas con obsesión, Estados Unidos necesita una América Latina con desarrollo económico y democracia que se una al destino de los países centrales, eliminando la pobreza y aprovechando, para el bien de todos, su inmenso capital humano y de recursos naturales. También lo necesitamos nosotros, los europeos. De lo contrario, la crisis de esta región del mundo dificultará la recuperación de EE UU y Europa.
En estas zonas del mundo, como en otras, EE UU puede aumentar el número de sus aliados, pero parece preferir el reducido de los sumisos incondicionales, que, a la postre, nunca serán leales para expresar sus discrepancias, aunque las tengan.
En esta 'extraña crisis' de la globalización, nada indica que nos encaminemos hacia una buena salida, ni en sus aspectos políticos y de seguridad frente al terror, ni en sus aspectos económicos. Por eso se impone un cambio de rumbo concertado para ordenar con sentido este espacio público mundial que compartimos.
Felipe González es ex presidente del Gobierno español.
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