Gibernau se estrella en cabeza

'¡Ojo a Sete que está lloviendo! Y cuando llueve este tío se transforma'. Frases de este calado podían escucharse ayer, en los instantes previos a la carrera de MotoGP, en cuanto corrillo se formó en el paddock del circuito de Estoril, donde se diseccionan las carreras antes incluso de que ocurran. La lluvia había convertido las pruebas de 125 y 250cc en sendas loterías, y lo que aconteciera en la categoría reina parecía depender de cualquier hecho accidental que se produjera. Y así fue. Porque de no mediar la espectacular caída de Sete Gibernau a falta de dos vueltas y media, Valentino Rossi no habría logrado el triunfo número 48 de su carrera, el noveno de los 11 grandes premios que se llevan disputados.

Y que conste que, desde el inicio, Rossi estuvo ahí, al acecho, que a constante nadie gana al italiano, sin alejarse demasiado de Gibernau, líder casi desde el arranque, sin quitarle ojo. Porque para un tipo como él que considera que ser segundo es un fracaso -por mucho campeón del mundo que se sea y que se vaya a ser- aquel escenario no era el deseado. Pero Gibernau estaba en su ambiente preferido, con la moto a punto, con los neumáticos, por fin, adecuados, con el diluvio universal golpeando su casco, 'ojo a Sete y la lluvia'!, que decían en los corrillos.

Pues sí. Desde que en la tercera vuelta se colocara en la primera posición, Gibernau soñó con ese día de gloria que a sus 29 años sólo vivió una vez, la pasada temporada, en Valencia, hace ya mucho, demasiado tiempo, para un piloto por el que Suzuki apostó y al que dio una moto de cuatro tiempos que, supuestamente, le iba a permitir luchar por empresas mayores, lo que hasta ayer no había sucedido.

El caso es que el piloto de Barcelona puso tierra de por medio cómo y cuando quiso. En esas primeras vueltas, Rossi se vio atascado y decidió pasar a la acción. Gibernau se iba y, como lo del podio de los vencidos no va con el italiano, se quitó de en medio a cuanto piloto pudiera taparle el paso y se lanzó a por el líder.

Pero no le cogió y nunca pareció que pudiera cogerle. La diferencia entre ambos, que llegó a superar los seis segundos se redujo, cierto, pero no lo suficiente. Bajaba el ritmo Gibernau cuando comprobaba que Rossi andaba lejos y lo subía cuando por las pantallas veía su alargada sombra. Marcaba Rossi la vuelta más rápida, pues hacía lo propio el español, mientras Carlos Checa, aunque a distancia, se mantenía tercero.

Así transcurrió la prueba hasta que la moto de Gibernau patinó de mala manera en aquella curva, culeó y lanzó por los aires al corredor, que se dio un costalazo espectacular. Dos vueltas y media quedaban, apenas 10 kilómetros, poco más de cinco minutos, una minucia, nada. Pero ahí quedó roto Gibernau, rey sin corona en la carrera de ayer. Y Rossi, que pasaba por allí se llevó el triunfo. Nada extraño.