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Columna
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Excelencia

Cuando las causas lejanas se desparraman en consecuencias obligadas y éstas pierden la capacidad de alarmar; cuando la normalidad se fabrica con materiales hechos de sobresalto que, a su vez, consiguen enmascarar las sorpresas para volverlas lo habitual; cuando, en fin, la presumible excelencia deriva en una aburrida secuencia de canalladas, están listas las cosas para el finiquito.

La política valenciana hace ya tiempo que ha abandonado la excelencia -que aquí debe entenderse como virtud, más que como buena cualidad-, para instalarse en un bucle siempre previsible de emociones baratas, como si se tratase de una atracción de feria donde los usuarios ya saben que en la bajada del vagón se les va a poner la adrenalina a tope, después, en la subida, se preparan para la siguiente precipitación casi en vertical, y, finalmente, se apean felices y contentos en el arcén.

A los liderazgos ficticios y sobrevenidos que arrojó la impúdica transición les siguieron los burocráticos consecuencia del reparto de votos, y a los fracasos electorales de los líderes con institución puesta les sucedieron liderazgos grises sin capacidad de generar entusiasmo; incluso en algunos lugares, la permanencia contra toda decencia de líderes duchos en fracasos épicos animó la decrepitud con verdadero oficio suicida.

Si se debe a la acción de los primeros liderazgos una configuración anómala, rota y frustrante de la base identitaria plasmada en instituciones de nombres pomposos e intenciones requisadas en lo mejor del esfuerzo creador de los innovadores, a la de los institucionales y burocráticos de los últimos años debe anotársele la dilapidación por acción y omisión del escaso capital de excelencia que heredaron.

Recientes episodios de luchas sin ideas en el seno de una buena parte de los partidos políticos significativos, reiteradas y preocupantes actitudes reaccionarias y mezquinas en el poder gubernamental (que detenta casi todo el repartido), y la aceptada obsolescencia de ideas, proyectos y métodos para abordar lo común muestran que el deterioro galopante de la excelencia política entre los valencianos constituye ya un dato pernicioso cuyos frutos más agrios están aún por llegar.

Todo ello se concreta en la banalización de los argumentos ideológicos; en el agotamiento argumental de los proyectos políticos en liza; en la nula sonoridad ética de los antagonismos reales o virtuales; en la comisión de torpezas inauditas, unas veces en solitario (el poder), otras al alimón (con el concurso imprescindible de la oposición, parlamentaria o no); en el repliegue caótico hacia el verbalismo inútil y la finta en corto -sin calado ni proyección-, por parte de las alternativas que dicen guardar respeto a la lucidez; y, en fin, en la generalizada percepción -que es el argumento concluyente- de que, en el fondo, da igual todo esto porque ya no tenemos ganas de inventar nada nuevo.

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Advierto aburrimiento en la sociedad, cansancio en los luchadores, cinismo en los profesionales de la política, autismo en las minorías sin poder, prepotencia en los instalados, entusiasmos sospechosos en los corruptos y... corrupción en la república.

Yo mismo, víctima de mis convicciones, no sé ya si mirar hacia otra parte y entregarme vencido a la literatura para así hacer felices a mis amigos y no aumentar mi propia infelicidad.

Vicent.franch@eresmas.net

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