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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Una geografía erótica

'Hemos condenado lo erótico a los recintos del silencio', escribió Montaigne. Esta condena, en el mundo judeo-cristiano, halla su voz canónica en san Agustín, cuyo eco resuena a lo largo de toda la Edad Media y aún en las oficinas de los censores de nuestro tiempo. Recordando las pasiones carnales de su juventud, intento definir el propósito de su vida, Agustín concluyó que la felicidad última, eudaemonia, no puede ser lograda si no subordinamos el cuerpo al alma y el alma a Dios. El amor carnal, eros, es infame y sólo amor, el amor espiritual, puede conducirnos al encuentro con Dios, al agape, al festín amoroso que trasciende cuerpo y alma. Lejos estamos de los griegos, para quienes Eros es el dios que mantiene unido (no en un sentido metafórico sino físico) el multifacético universo.

LOS JARDINES SECRETOS DE MOGADOR

Alberto Ruy Sánchez. Alfaguara. Madrid, 2002 184 páginas. 14,50 euros

Para nombrar lo erótico, hemos recurrido, en tantas lenguas, a artificios diversos. Hemos recurrido a la literatura mística, al vocabulario científico, a la metáfora amorosa, a la adivinanza metafórica, a la pornografía, a la alegoría, a la descripción gráfica, al sueño, a la pesadilla. Pocas veces hemos tenido éxito. Es como si el temor de Agustín invadiese nuestras bibliotecas y escritorios, y si bien a veces se nos escapa, casi por error, un brillante acierto lingüístico (como cuando los franceses hablan de 'jouir de la lecture'), lo usual es balbucir algo banal o estrambótico, lejos de aquel acto íntimo donde leemos con toda la piel. Hemos perdido confianza en nuestros cuerpos.

Pero en Alberto Ruy Sánchez encontramos nuevamente esta convicción erótica. Lo erótico, en su obra, no es un tema o episodio: es la arcilla de la narración misma. Ya en sus novelas, ya en su crítica literaria como en sus crónicas de viaje, toda experiencia respira a través de lo erótico. 'Que el valor mágico de la vida está en nuestras manos y que con nuestras manos escribimos hasta lo más preciado, las huellas del amor sobre los cuerpos amados'. Esta escritura y esta asumida responsabilidad de contar lo erótico, definen su obra.

En África del norte encuentra Ruy Sánchez su espejo mexicano, su rostro perdido, una reunión de identidades separadas luego de la expulsión de los árabes de España, similitudes que tienen que ver 'con el cuerpo mismo: físicamente, los marroquíes y los mexicanos somos figuras paralelas. El parecido es asombroso, y la explicación tiene que ver con los ocho siglos de presencia árabe en dos terceras partes de lo que es España y Portugal. Somos, en gran parte, unos andaluces alejados'. Geografía, arte, memoria: Marruecos se convierte para Ruy Sánchez en ese otro lenguaje que sirve para describir aquello que su propio lenguaje ha callado.

El desierto (olvidado, gemelo y recordado, de Marruecos a la Baja California de su infancia) da origen a Mogador, sitio-héroe de tres crónicas (En los labios del agua, Los nombres del aire y Cuentos de Mogador), el sitio donde por fin, lo erótico es posible. Aquí ya no requiere fábulas, prisiones clínicas, acertijos, retruécanos. Mogador no es una metáfora, es el lugar de lo erótico. Por eso Fatma, la mujer que está (como en la canción de Marlene) 'hecha de amor' en Los nombres del aire, o el Sonámbulo, el narrador de En los labios del agua, sobre cuyo cuerpo mujeres negras dibujan las formas del sueño, no son alegorías de nada: son puras encarnaciones eróticas, habitantes reales de un lugar real. Son también héroes que cuentan sus propios destinos. Fatma es Andrómeda, es Dido, es Clitemnestra, es Medea, pero después del abandono o la venganza, heroína en un lugar donde el poder erótico le concede una calma y una fuerza sobrehumana. Las nueve mujeres que dibujan sueños sobre el cuerpo del narrador son un reflejo, más allá del mar y de otra cultura, la infernal máquina que Kafka diseñó para su Colonia Penitenciaria: una máquina que escribe, con una aguja de acero en la carne del condenado, la letanía de sus pecados. Itinerario de sueños o crónica de culpas, la escritura de los habitantes de Mogador no se diferencia de su anatomía o de su geografía. Piel, desierto, voz y dibujo son todas formas de la misma literatura.

Porque Ruy Sánchez es cartógrafo, pero también adepto a otras artes de la escritura. El tatuaje, por ejemplo. En la cultura árabe, el tatuaje meramente subraya las marcas trazadas por el dedo de Dios; es decir, nada inventa el tatuador que no es mago, sino lector de las señas escondidas en la piel. Quienes intentan borrar el tatuaje son infieles que nunca llevarán a cabo su propósito impío, porque el dibujo (la escritura) pertenece al Creador. Lector de una narración oculta, el invisible tatuador (que también es Ruy Sánchez) revela los rasgos de Eros, el dios dormido: piel como pergamino, sangre como tinta, aliento como escritura, diseño como palabra.

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