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Reportaje:

Árboles que dejan huella

Córdoba estrena un museo paleobotánico único en Europa

Las plantas nacen, crecen, se reproducen, mueren, y, con un poco de suerte, dejan huella: una huella que permite a los científicos, 400 millones de años después, reconstruir sus vidas, su aspecto, el medio en el que se desarrollaban. Así, se sabe que hace 295 millones de años había en Puertollano (Ciudad Real) un árbol de nombre difícilmente pronunciable (el genérico es Omphalophloios), que medía tres o cuatro metros y parecía el cuello de un diplodocus al que le hubieran disparado 3.000 flechas verdes. 'Su descendiente actual', dice el geólogo holandés Robert Wagner, 'es así de pequeño', y marca un tamaño de dos centímetros.

Si este árbol de aire marciano ha vuelto a la Tierra, tantos años después, aunque sea bajo la forma de una cuidadosa imitación hecha de resina, es gracias a la paleobotánica, la ciencia que estudia, a través de fósiles vegetales, la flora del pasado, las condiciones climáticas en que creció, qué especies habitaban los pantanos o las sierras, cómo fueron cambiando a lo largo de los milenios. Ayer se inauguró en Córdoba el primer museo dedicado íntegramente a esta rama del conocimiento en Europa; el único centro similar que existe en el mundo está en la India.

El Museo Paleobotánico ocupa la parte superior del Molino de la Alegría, un edificio del siglo XIV y que acaba de restaurar el arquitecto Juan Cuenca. En sus 300 metros cuadrados se resumen 400 millones de años. 'Eso a la gente normal no le dice nada', señala Wagner, 'pero a los anormales que somos los geólogos, sí'.

Wagner es, a sus 75 años, el padre del museo. La gran mayoría de las 150 piezas que se exhiben provienen de su colección particular, que incluye más de 150.000, y que fue donada al Jardín Botánico de Córdoba a mediados de los ochenta. 'Lo que se ve aquí es lo más escogido', señala el geólogo, 'complementado con fósiles procedentes de intercambios con otras instituciones o de cesiones. Porque mi colección es el producto de una vida de investigación, y yo sólo he abarcado 60 millones de años'.

Reina, pues, la diversidad. Hay troncos de árboles petrificados, muy suaves al tacto (porque se pueden tocar, lo dice un letrero), que resultaron de la 'invasión' de la estructura celular de la madera por minerales como sílice o carbonato cálcico. Hay rocas que llevan estampadas hojas, semillas, plantas enteras. Hay moldes perfectos del interior de raíces y ramas. Hay incluso hojas mordisqueadas por insectos antiquísimos, y una cucaracha impresa en soporte vegetal.

Durante estos dos primeros meses, el museo, en fase de rodaje, sólo abrirá de 9.00 a 12.00 horas los jueves y viernes, y también algunas noches en las que se programe música en el Jardín Botánico. En septiembre el horario se ampliará.

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