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Tribuna
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Más acá de la tierra prometida

Llevado por el deseo -siempre psicoanalizable- de aportar mi granito de arena en la perdida batalla de luchar contra supuestas verdades mediáticas (una ciudad temática por aquí, una ruta azul por allá, una reconversión de mi país en la California europea de la mano de nuestros insaciables promotores por acullá...) y contra decisiones difícilmente reversibles que afectan a nuestras ciudades, he olvidado lo más elemental: la denuncia -llena de rabia, impotencia e indignación- de un poder que asiste impasible al sufrimiento y la injusticia.

Circunstancias personales, experiencias de gente próxima y titulares de prensa han acabado por sembrar en mi un irreprimible deseo de gritar ¡¡basta!! Y, aunque no sirva de nada, de reclamar, con toda la energía que me suministra mi condición de ciudadano, que no se juegue, que no se mienta, que no se mire hacia otro lado cuando la demagogia de los hechos convierte estas actitudes en, simplemente, impresentables.

Me da vergüenza recordar hechos sobradamente conocidos pero quizá no está de más un breve recordatorio. Sin que el orden suponga prioridad, podemos empezar este pequeño memorial de greuges por la salud mental. Rafael Blasco y Serafín Castellano podrían, si tienen a bien, informarnos de cuántos miles de enfermos de esquizofrenia paranoide conviven a la fuerza con sus padres (jubilados y viudas en muchos casos) sin que exista ninguna posibilidad (ni pagando) de que sean atendidos en centros públicos dignos. Algunos de los que lean estas rayas saben muy bien lo dramáticas que pueden llegar a ser situaciones como ésta y el coste sentimental, personal y de salud que suponen. Pero, claro está, esto de los locos siempre molesta, no es noticia más que en las páginas de sucesos y no da votos. Puestos a pedir estadísticas y responsabilidades, la atención que se presta a nuestros mayores no es menos sangrante. Si están en buenas condiciones de uso hacen de padres forzosos con sus nietos, van a las playas en invierno, a por recetas al ambulatorio, al club de jubilados, al parque, a mirar las obras o a dar vueltas en la EMT. Pero cuando no se valen por ellas mismas, allá se las apañen las familias. Claro que siempre está el bolsillo para engrandecer las cuentas de resultados de los geriátricos privados o pagar a la 'señora responsable que cuida personas mayores enfermas'. El sector público de nuevo ausente o testimonialmente presente. Y la vida sigue.

Que los servicios de urgencias están colapsados y que puedes estar varias horas en una camilla y en un pasillo no es ninguna demagogia, Serafín Castellano, se lo aseguro. Como no lo es el afirmar que si no fuera por las familias que están a pie de obra atendiendo a los enfermos hospitalizados nuestro sistema sanitario, simplemente, no funcionaría. Con la excusa del calor humano -de incuestionable importancia, es innegable- los garitos del personal de asistencia se llenan de humo, risas y celebraciones y si molestas demasiado...

Con las drogas, los sin techo y la prostitución ya se sabe: cinismo, erradicación policial cuando las quejas vecinales son políticamente inconvenientes y de soluciones (o intentos serios de solución), más bien poco. Y si no eres de los afortunados que dedica casi la mitad de su renta familiar disponible a la adquisición de la sacrosanta nueva vivienda, no te molestes demasiado en buscar viviendas sociales en alquiler: simplemente no hay. Y cuando hay casi es peor porque nuestros gobernantes son tan inteligentes que sólo saben crear guetos.

Y, por último (añada el lector aquello que estime justo y necesario), el tema de moda: la inmigración. Perversamente identificada con el incremento de la delincuencia, fuente de suculentos beneficios de empresarios desaprensivos, terreno abonado para mafias de todo tipo, hacinada en viviendas de discutible habitabilidad, sometida a la presión de los papeles y de las cada vez más frecuentes reacciones xenófobas... todo un espectáculo. Claro que la culpa es de ellos por querer huir de la miseria.

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Quizá en alguna mente calenturienta seamos los mejores del mundo mundial, la vanguardia de lo que convenga en cada momento, la tierra prometida presta a ser invadida por miles de europeos deseosos de gozar de nuestro inmejorable clima y nuestra gran calidad de vida. Me importan un bledo los delirios de grandeza, la política virtual, los vendedores de cabras. No me vengan con milongas: las buenas intenciones se demuestran en los presupuestos y en la elección de prioridades. Y si enfermos, personas mayores, drogadictos, prostitutas, pobres e inmigrantes son para ustedes un molesto furúnculo en sálvese dicha la parte, les propongo medidas ya ensayadas en la reciente historia europea. Y para rasgarse las vestiduras ya está el Muro de las Lamentaciones.

Josep Sorribes es profesor de Economía Regional y Urbana de la Universidad de Valencia.

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