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Ansia por Zidane

Francia aguarda el regreso del hombre en el que convergen los sutiles hilos que la han hecho la última gran potencia del fútbol

Santiago Segurola

Los últimos cuatros años han sido los más pródigos en la selección francesa, campeona del Mundo y de Europa en un periodo feliz. En este equipo, Zidane ha sido su jugador más relevante, pero difícilmente se podría pensar en él como indispensable, la clase de jugador cuya ausencia crearía un vacío absoluto. Claro que ha sido oficiosamente el mejor futbolista del mundo en el ciclo 1998-2002 y que nadie le ha discutido su tremendo peso en la selección. Ahora bien, su contribución estaba sostenida por la apabullante producción de jugadores franceses en los últimos tiempos. Y no se sabía bien quién se beneficiaba más de la relación. Si el equipo por la categoría indiscutible de Zidane o él por el privilegio de jugar con futbolistas de primer orden. Al fin y al cabo, la Francia de los últimos años no ha dependido en la delantera de jugadores como Guivarch -titular en el equipo que ganó el último Mundial-, sino de estrellas como Henry o Trezeguet, dos de los más cotizados delanteros del planeta. Eso debe ayudar a cualquiera. Y podía sospecharse que Zidane se había aprovechado de esta edad de oro de la cantera francesa.

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Por lo visto hasta el momento, la selección tiene más deuda con Zidane que al revés. No parece casualidad que Francia no haya ganado un partido en el Mundial sin su estrella. Y menos aún que no haya marcado un gol. ¿Cómo es posible con Trezeguet, Henry y el prometedor Cissé? Quizá ha ocurrido que Zidane pone orden y pausa en un equipo con una tendencia demasiado frontal. Francia tiene atletas tan poderosos en la mayoría de sus líneas que pretende arrollar cuando ataca y abrumar a sus rivales con su despliegue físico cuando defiende. En los dos partidos que ha disputado hasta el momento, frente a Senegal y Uruguay, al equipo no le ha faltado carácter y determinación. Le ha faltado claridad.

Esta carencia parece contradictoria con su lujosa nómina de jugadores. Era evidente que algo perdería Francia sin Zidane. ¿Pero tanto? Sin haber disputado un partido, la figura de Zidane ha adquirido un tamaño colosal: la magnitud mítica de los jugadores que deciden el destino de un equipo. Sin duda es una apreciación excesiva que procede de las angustias que sufre la selección. Y con la ausencia de Zidane se explica de manera sencilla lo que quizá sea bastante más complejo: una cierta pérdida de apetito en Francia después de sus recientes éxitos, el envejecimiento de jugadores -Desailly, Leboeuf y Petit- y la sorprendente sequía de Henry y Trezeguet.

Pero algo de verdad hay en la sensación de orfandad que provoca la ausencia de Zidane. Los equipos buenos suelen forjarse a través de pequeños milagros ecológicos. Si se vulnera algún código del hábitat natural se producen efectos indeseables. Puede que Trezeguet, por temible que sea en el área, encuentre un buen sustituto en Cissé. O puede que Henry haga ese trabajo con parecida eficacia. Lo mismo ocurre con Lizarazu o Candela. O con Leboeuf y Thuram. Son grandes jugadores, pero de ellos no depende el equilibrio ecológico de la selección francesa. A la vista de lo que ha sucedido en este Mundial, de esa responsabilidad responde un solo jugador: Zidane, el hombre en el que convergen los sutiles hilos que han hecho de Francia la última gran potencia del fútbol.

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