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Epopeya española de la vacuna de la viruela

Balmis logró llevar el virus vivo a América, en 1803, infectando en cadena a un grupo de niños

La lucha contra la viruela, una de las peores plagas que ha sufrido la humanidad, arrancó con el descubrimiento de que la infección con el virus de las vacas inmuniza a los humanos. En la ofensiva de la vacuna desempeñó un gran papel la casi olvidada expedición española que la llevó a América, cuyo bicentenario preparan ahora los virólogos.

Sólo cinco años después de que, en 1798, el británico Edward Jener presentara el descubrimiento de la vacuna de la viruela, una expedición española partió de A Coruña, en la corbeta María Pita, al mando del médico alicantino Francisco Javier Balmis con el objetivo de difundir la vacuna en el continente americano. El tesoro, y clave del éxito, de la empresa iba en los brazos de 22 niños de la Casa de Expósitos de A Coruña, en brazos literalmente, puesto que, sin otro método de conservación, sus pústulas sirvieron para mantener la infectividad del virus en la larga travesía del Atlántico. La expedición partió en 1803 y Balmis, tras la campaña de vacunación americana y sucesivas escalas con el mismo propósito en Filipinas, China e incluso en la Isla de Santa Elena, regresó a España en 1806 culminando la vuelta al mundo en un viaje lleno de dificultades y aventuras. Mientras tanto, su lugarteniente José Salvany continuó en América con esta labor sanitaria y científica, y murió en 1808 en Perú.

La Sociedad Española de Virología (SEV) prepara la celebración del bicentenario de la epopeya de Balmis para el año que viene. 'Creo que es el primer ejemplo mundial de una vacunación continental ante un virus que ha sido tremendo en la historia de la humanidad', dice Rafael Fernández Muñoz, presidente de la SEV, destacando la filantropía de la empresa.

Modernización científica

Ayer se reunieron Fernández Muñoz y otros miembros de la SEV con el presidente del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), Rolf Tarrach, para colaborar en la celebración del bicentenario. 'El CSIC ha acogido muy bien la propuesta y hemos planeado hacer un acto conmemorativo, con otras instituciones, como el Instituto de Salud Carlos III, y reeditar el libro de Gonzalo Díaz de Yraola La vuelta al mundo de la expedición de la vacuna [1948] y traducirlo al inglés', comentó Luis Enjuanes, del Centro Nacional de Biotecnología (CNB).

Balmis (1753-1819) 'perteneció a una generación tardía de cirujanos y médicos que aspiraron a la modernización científica y social de la sociedad española, con ánimo de elevarla al rango intelectual de los países más avanzados. Su vida fue una constante aventura científica', escribe Josep Lluis Barona, catedrático de Historia de la Ciencia (Universidad de Valencia) en Eidon, revista de la Fundación Ciencias de la Salud.

Balmis viajó a América varias veces antes y después de la expedición, ocupándose, por ejemplo, de traer a España la begonia y el agave para tratar la sífilis, y su memoria se mantiene más viva en Latinoamerica que en España.

La viruela es una antigua enfermedad y una de las peores plagas que ha sufrido la humanidad. En el Museo de la Sanidad (Instituto Carlos III) su conservador Ramón Navarro muestra, por ejemplo, una ilustración de la momia del faraón Ramses V con pústulas de viruela. 'Era una pandemia, en España morían todos los años de viruela 5.000 o 6.000 niños', señala.

Pero el virus llegó a América con los españoles en el siglo XVI e hizo estragos en la población indígena desprotegida. Por eso, Eidon habla de 'reparación histórica' al referirse a la expedición de Balmis. La María Pita, tras una escala en Tenerife, llegó a Puerto Rico y viajó luego a Venezuela. A partir de ahí se formaron dos grupos: uno, bajo la dirección de Salvany, se dirigió a Bogotá, Perú y Buenos Aires; Balmis fue a Cuba y a México antes de cruzar el Pacífico.

'Con independencia de la espectacularidad de una expedición de esta envergadura, el resultado científico de ella fue francamente desigual, aunque contribuyó de forma definitiva a divulgar un método profiláctico que tendría una gran repercusión práctica en todas las campañas preventivas aplicadas en nuestra sociedad moderna', escribe Barona.

Para Catherine Mark (editora científica del Departamento de Inmunología y Oncología, del CNB) y entusiasta coordinadora de la celebración del bicentenario, lo más sorprendente de la expedición es su enfoque moderno. Esta antropóloga estadounidense explica: 'No se trataba sólo de ir y vacunar masivamente, sino también de instruir a los médicos locales, de establecer juntas de vacunación y de anotar todas las observaciones, en resumen, de planear una protección continuada de la población'. Muchos documentos de la expedición están en el Archivo de Indias, muchos otros se han perdido.

Ramón Navarro (Museo de Sanidad) muestra una lámina de la vacuna de la viruela de un libro de J. L. Moreau de la Sarthe, traducido por Balmis.
Ramón Navarro (Museo de Sanidad) muestra una lámina de la vacuna de la viruela de un libro de J. L. Moreau de la Sarthe, traducido por Balmis.MIGUEL GENER

Las pústulas de los 22 huérfanos

'Llevaba, además, la expedición conveniente número de nodrizas y 22 niños', relataba La Gaceta de Madrid el 23 de julio de 1805, resumiendo la empresa de Balmis. A continuación explica que los 22 niños, 'que no habían pasado viruelas', estaban 'destinados a conservar el precioso fluido, transmitiéndolo sucesivamente de brazo a brazo y de unos a otros, en el curso de la navegación'. 'Hace 200 años no se conocían tecnologías para la preservación de la infectividad del virus, ni sistemas de refrigeración', señala el virólogo Luis Enjuanes. Y los intentos anteriores de preservar la vacuna entre cristales sellados habían fracasado. 'No existía el proceso de liofilización (deshidratación) del virus para convertirlo en polvo seco, que facilitó mucho la difusión de la vacuna de la viruela hasta la exterminación de la enfermedad, que se declaradó oficialmente erradicada en 1977', añade Eduardo Páez, del Centro de Investigaciones Biológicas (CSIC). La estrategia de Balmis fue cruzar el Atlántico con el grupo de niños que iban siendo inoculados semanalmente, 'de dos en dos con el virus obtenido en las pústulas de los recién vacunados en la semana anterior', narra Gonzalo Díaz de Yraola en su libro sobre la expedición. Al cabo de unos días, los críos quedaban inmunizados y el virus no volvía a prender, pero la cadena humana fue un vehículo eficaz hasta llegar al Nuevo Mundo, donde se pudieron organizar otras cadenas para pasar la infección. Las cuidadoras de los niños -de entre cinco y siete años los que zarparon de A Coruña hacia Canarias- tenían que vigilarles para que no se rascaran las heridas y para que no se contagiasen entre ellos inadvertidamente. Eso sí, recuerda Enjuanes, 'los niños huérfanos fueron recompensados por las autoridades garantizándoles la enseñanza de un oficio y el sustento hasta que se ganasen la vida'. En América, el problema de Balmis y de Salvany no era sólo buscar nuevos portadores de la vacuna, sino también 'desembarazarse' de los crios ya utilizados, dice Díaz de Yraola.

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