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Agricultura despreciada, territorio saqueado

La Punta d'en Silvestre aparece en planos del siglo XV, con la Sequia d'en Fluvià limitándola al norte y el Pou de n'Aparisi regando su centro. Un hermoso y fecundo trozo de tierra, muy próximo al mar y en aquella época a unos pocos kilómetros al sur de la ciudad.

La Punta ha permanecido hasta ahora como uno de los trozos de huerta mas representativos, por la riqueza de su tierra, por las alquerías y casas de labor con que cuenta, porque no había tenido usos distintos al agrícola y por su especial situación. De manera que en el Plan General de Ordenación Urbana de 1989 se calificó como 'suelo agrícola especialmente protegido'. La Punta se convertía en el necesario límite, por el sur, al crecimiento de la ciudad, un límite verde y productivo, espacio también de conocimiento y respeto, perspectiva amplia, llana y entrañable (por lo que tiene de auténtica), corredor agrícola con el aire húmedo y fresco que le viene del mar. De manera que debido a sus características La Punta aparecía como una de las garantías de la sostenibilidad de la ciudad y, al igual que en otras grandes ciudades de Europa, Norteamérica y China, se adhería a Valencia como agricultura urbana: cinturones imprescindibles y necesarios frente al terrible impacto de la urbanización, tal como Giradet opina.

Muy poco después nuestra alcaldesa cerraba un seminario sobre la huerta de Valencia manifestando rotundamente que ésta era un 'auténtico perímetro de la ciudad de Valencia' y que se iba a elaborar un plan especial con el fin de 'no perder uno de nuestros paisajes más entrañables, bellos y propios, punto de referencia de nuestras tradiciones e identidad cultural'.

A pesar de estas efusiones públicas y de la promesa de protección de la huerta, La Punta tenía ya los días contados. La primera manifestación de esto fue depositar en su tierra, así como también en la de Nazaret, los contenedores de los barcos que molestaban en el puerto. Y aquello fue creciendo en altura y en extensión. Después se reclasificó la zona de La Punta, convirtiéndola en suelo urbanizable apto para el proyecto de ampliación del puerto, la ZAL, en el que se consideraba absolutamente necesario, por el bien de la ciudad y en aras de la modernidad y de la competitividad (coletillas actuales que dan pavor, pues pueden ocultar cualquier destino no mencionado), apropiarse de todo el terreno.

Sin embargo, tanto los dignatarios del puerto como los de nuestro ayuntamiento se sintieron por un momento humanos, descendieron su mirada hacia las pobres familias que se quedaban sin techo, sin trabajo y sin el entorno donde siempre habían vivido y, magnánimos, poderosos, condescendientes y autosatisfechos prometieron: 'Seremos generosos' (sic), aludiendo al precio de la expropiación y al lugar de realojo: éste sería en el entorno.

La historia actual ya se conoce. Las cuarenta y ocho familias que todavía viven allí deben de abandonar casa y tierras en pocas semanas. El dinero que la expropiación forzosa les ofrece no cubre ni de lejos la posibilidad de comprar algo. Muchos de ellos no recibirán más de dos millones de pesetas. Y en cuanto al realojo, aunque se afirmó que éste sería próximo, en una franja de 33.000 metros cuadrados destinada preferentemente a 'futuros realojes de los expropiados' con un proyecto en el que constan 185 casas unifamiliares, éstas todavía no han sido comenzadas. Por lo tanto será donde se pueda, es decir, en pequeñas viviendas de pisos y en lugares que nada tienen que ver con el entorno donde han vivido y trabajado toda su vida. La situación es angustiosa: desposeídos de sus bienes, varios de ellos con escasos recursos económicos para hacer frente a un futuro incierto, expulsados de su propio territorio y con indemnizaciones muy por debajo del valor de lo que abandonan.

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¿Y todo esto por qué? La ZAL se ha orientado definitivamente hacia el norte, en Sagunto. ¿Para qué entonces se necesitan estos terrenos? Es cierto que la zona es golosa, próxima al mar y a la autopista y con el complejo de la Ciudad de Las Artes y de Las Ciencias a pocos metros. Y esto hace pensar en otros destinos, como zona residencial de lujo. Pero si esto finalmente fuera así ¿no se habría incurrido en el engaño para conseguir fácilmente las tierras?

Y todo en un momento histórico en el que se está difundiendo la idea 'de que la tierra dedicada a la agricultura, para cultivos, para pastos, para bosques, representa también un factor indispensable para el mantenimiento del equilibrio hidrogeológico y ambiental', como dice Campos Venuti en Urbanismo y austeridad; y, continúa, 'habrá que reconocer en los campesinos el papel de auténticos trabajadores para la defensa del suelo, de las aguas y de la vegetación'.

¿Es esto lo que se está haciendo? Muy al contrario, nos encontramos ante el panorama de una agricultura menospreciada y deshecha, un territorio saqueado y todo un colectivo expulsado. Ante las palabras comentadas en este artículo, no queremos generosidad, sino justicia.

Trini Simó es profesora de Historia del Arte.

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