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Columna
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No puede ser tan caro

Juan José Millás

Propongo la creación de una línea de autobuses sin paradas fijas ni recorrido estable. A algunas personas no nos gusta que el autobús nos lleve siempre a los mismos sitios. 'Los autobuses del azar' (así podrían llamarse) aparecerían de improviso en tu vida y tú te dejarías llevar por ellos allá donde quisieran conducirte. De ese modo, explorarías barrios desconocidos, que nunca se te habría ocurrido visitar de otra manera, pero pasarías también por calles que forman parte de tu biografía, aunque quizá hace tiempo que no las recorres. Las calles son como ideas. Si uno piensa siempre las mismas ideas, acaba embruteciéndose. Lo recomendable es colocarse en una idea familiar y desde ella dar un paso hacia una idea extraña. La mezcla entre la calle de la que procedes y la que encuentras configura un nuevo territorio mental que oxigena el encéfalo.

No es bueno, cuando se alcanza la última página de un libro, volver a la primera. Por el contrario, conviene llegar al borde mismo de ese volumen y desde él saltar a un libro nuevo en cuyo recorrido se puede aplicar la experiencia lectora del anterior. Pocas cosas hay más placenteras que errar por una librería en busca de ese título que no has visto anunciado en el periódico ni te ha recomendado nadie, pero que, apenas te instalas en él, te conduce a lugares que no podías ni imaginar que existieran. A veces, los libros nuevos te llevan inopinadamente a los antiguos, aunque al volver a ellos por un camino distinto al habitual, los ves de manera diferente. Tampoco es bueno contemplar las cosas siempre con los mismos ojos. Conviene, pues, cambiar de ojos, como se cambia de libro, de idea, de autobús. Hay quien, como Edipo, se los arranca, porque también en el no ver hay un modo distinto de contemplar las cosas.

El año pasado, en la Feria del Libro Antiguo, compré un pequeño volumen de Pierre Clausaut, el autor de la célebre novela Los objetos me llaman. Se trataba de un libro de relatos de factura muy irregular, aunque había uno (el titulado 'Yo estoy cerca de mí') en el que un individuo que toma todos los días el mismo autobús y recorre el mismo paisaje urbano y se baja en la misma parada y saluda a la misma gente, se ve cierta tarde, al regresar del trabajo, sorprendido por un suceso casual que cambiará su existencia. El caso es que ese día el autobús ha de desviarse de su recorrido habitual debido a unas obras municipales. El protagonista del cuento ve de súbito, a través de la ventanilla, una calle que no conoce, pero que recuerda. Ha comenzado a anochecer y un empleado del Ayuntamiento enciende con un chuzo las farolas de gas cuya luz proporciona una atmósfera fantasmal al conjunto urbano. De las ventanas de las casas, la mayoría de ellas sin cortinas, sale una luz amarillenta y tenue.

El sujeto se baja hipnotizado del autobús y recorre la calle como liberado del peso de la gravedad. Digamos que se siente a sí mismo como un fantasma que atraviesa un espacio fantasmal también. Las pocas sombras con las que se cruza llevan el rostro oculto por las solapas del abrigo o la gabardina. Una ligerísima corriente de aire mueve la llama de gas de las farolas y hace que las sombras oscilen adquiriendo posturas algo perturbadoras. El individuo no se dirige a ningún sitio, pero al llegar a la altura de un portal se introduce en él. Ve, junto a la escalera, a tres niñas que juegan con unos papeles alrededor de una vela. Las saluda con naturalidad, sube hasta el tercer piso y llama a una puerta de madera cuyas molduras conoce y no conoce de forma simultánea. Le abre una mujer que lleva una bata blanca abierta por abajo hasta las ingles y por arriba hasta el comienzo de los pechos.

-Ya has venido -le dice y el personaje del cuento siente que le estaba esperando desde hace varias vidas sin que él lo supiera.

La mujer y el hombre caminan abrazados por un pasillo oscuro que recorren en apenas medio minuto durante el cual, sin embargo, el hombre tiene la impresión de atravesar varias existencias que reconoce, aunque no recordaba...

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Tras el encuentro alucinante, el sujeto baja a la calle, coge de nuevo el autobús, que enseguida retoma su trayecto habitual, y regresa a su casa. Al día siguiente, las obras han terminado y el autobús no se desvía. El hombre intenta entonces volver a esa calle misteriosa a pie y no da con ella. Durante el resto de su vida, esa calle será un lugar mental. ¿Qué le costaría al Ayuntamiento de Madrid ayudarnos a escapar de las calles habituales, de las ideas habituales, de los recorridos habituales? Crear una línea de autobuses sin paradas fijas ni recorrido estable no puede ser tan caro.

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Sobre la firma

Juan José Millás
Escritor y periodista (1946). Su obra, traducida a 25 idiomas, ha obtenido, entre otros, el Premio Nadal, el Planeta y el Nacional de Narrativa, además del Miguel Delibes de periodismo. Destacan sus novelas El desorden de tu nombre, El mundo o Que nadie duerma. Colaborador de diversos medios escritos y del programa A vivir, de la Cadena SER.

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