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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

La autoridad del testigo

Holanda se conmovió hace 15 años con los escritos de esta joven judía, Etty Hillesum, igual que había ocurrido antes con los de Ana Frank. Hillesum no escribe desde un refugio, como Ana, ni después de la liberación, como Levi, sino desde el interior del infierno.

Las cartas que ahora se publican, escritas entre 1941 y 1943 en el campo holandés de Westerbork, circularon clandestinamente entre muchos jóvenes como momentos de resistencia. Hoy interesan porque desentrañan la radicalidad del mal que sufren y señalan la hipoteca que esa experiencia va a suponer para nuestros tiempos.

Lo que esas cartas revelan, es que 'toda Europa se está transformando en un inmenso campo'. La indiferencia del mundo ante el genocidio explica que toda Europa sea un campo de concentración, pues mucho antes de que existieran las cámaras de gas, Europa ya había ajusticiado metafísicamente a los judíos. El tono de Hillesum es de preocupación, porque si todo es campo ¿cómo salir de él?, ¿cómo escapar a la cultura del exterminio si la barbarie acompaña a la cultura? Hillesum avanza lo que luego Hanna Arendt convertiría en tesis, 'que la mayor parte de los libros no valen nada y que hay que escribirlos de nuevo'. La salida tiene que venir de dentro, como maduración de la experiencia de la barbarie.

EL CORAZÓN PENSANTE DE LOS BARRACONES

Etty Hillesum. Traducción de Natalia Fernández Díaz Anthropos. Barcelona, 2001 192 páginas. 13,22 euros

Ante un fracaso tan colosal de la civilización occidental no cabe más remedio que la superioridad espiritual que genere el sufrimiento. Con este planteamiento, Etty Hillesum no hace sino generalizar la experiencia propia de una joven vital y mundana que sufre un curso acelerado de maduración intelectual y espiritual debido a la persecución, internamiento y exterminio de su pueblo. No sería correcto interpretar sus originales reflexiones religiosas en clave apolítica. Si ella, al igual que luego Hans Jonas o Paul Celan hablan de salvar o ayudar a Dios, es para salvar lo divino del hombre, sea esto la vigencia de la dignidad de las víctimas ultrajadas o la esperanza en que Hitler no triunfará por más que todo esté a su favor.

Decía Primo Levi que los supervivientes no salieron del campo 'ni más sabios o más profundos, ni mejores, ni más humanos'. Eso no significa que dentro del campo algunos no consiguieran esa 'superioridad espiritual' a la que se refería Hillesum. Sabiéndose destinada a la muerte -sobretodo después de haber asumido libremente no escapar, cuando bien pudo-, reconoce haber asimilado la lección de la historia, 'y que ya trabajo en la construcción de la sociedad que sucederá a ésta'. Está convencida de que esas extremas circunstancias desarrollan en el ser humano nuevos órganos capaces de generar energías inéditas con las que superar lo que aparentemente resulta invencible.

El pensamiento que rezuma estas cartas resulta difícilmente clasificable, a caballo entre la narrativa, la filosofía y una muy particular y heterodoxa mística. Pero, por encima de los géneros a los que pudiera adscribirse, emerge la figura de una testigo, entendiendo por ello alguien que no sólo cuenta desde el exterior lo que ocurre a otros, sino que transmite desde dentro la dolorosa experiencia que viven los condenados. Etty Hillesum inaugura la figura del testigo que no es la del intelectual, ni la del historiador, ni la del escritor, aunque tenga algo de ellos. El testigo tiene la autoridad del sufrimiento, por eso puede movilizar la indignación, lo que no está al alcance de quien sólo informa o ilustra o enjuicia desde el exterior.

El 7 de septiembre de 1943 salía de Westerbork el tren semanal con su carga de prisioneros camino de Auschwitz. Del millar de personas embarcadas aquel día sólo sobrevivieron ocho. Todavía en el tren de ganado, Etty tuvo tiempo para escribir una postal que arrojó por una rendija, como un mensaje en una botella: 'Vosotros me esperaréis, ¿verdad?'. Sólo cabe esperar una pronta edición del diario, pieza indispensable para comprender las cartas.

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