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Reportaje:MÚSICA

Cuenca no tiene complejos

No han pasado tantos años, ¿o quizá sí?, desde que los días de Semana Santa se identificaban en España porque las emisoras de radio únicamente ofrecían música religiosa. A decir verdad, sí han pasado muchos años. Se consideró una conquista de las libertades la apertura a otras músicas desde las ondas, y con ello se perdió esa invitación al recogimiento que ahora permanece en todo caso en el ámbito individual. La Semana Santa es hoy un periodo fundamentalmente vacacional, pero las grandes convocatorias internacionales de la música no renuncian al lado más espiritual del mundo de los sonidos. Entre lo profano y lo sagrado, las citas imprescindibles de estos días están en Salzburgo, Lucerna y Cuenca. Un trío de lugares con hechizo, en los que los atractivos turísticos complementan con suavidad a los puramente musicales. De una u otra manera prevalece en sus programaciones una mirada hacia los adentros.

La música en Semana San

ta tiene también una dimensión callejera inmediata en España con la ceremonia múltiple de las procesiones, que no se limita a una explosión de sonidos de trompetas y tambores. En la bullanguera Sevilla, por ejemplo, la música de capilla para oboe, clarinete y fagot, conocida como los pitos, acompaña con emoción cercana al silencio los pasos más dolorosos. En Cuenca se sienten estas cosas de otra manera. Todo tiene una expresión más dramática, con las turbas y otras manifestaciones. La sobriedad se impone. La XLI Semana de Música Religiosa de Cuenca comienza el Viernes de Dolores y finaliza el Domingo de Resurrección, combinando con inteligencia el sentimiento antiguo de los sonidos con el más actual, Bach y Bruckner con Messiaen y Gubaidulina, la liturgia y mística de la música judeoespañola de la Edad Media o el canto gregoriano con un estreno de Tomás Garrido. Se potencian los ambientes no multitudinarios en iglesias como la románica de Arcas, o las de San Miguel, Santa Cruz o San Felipe Neri, y no se renuncia a la catedral, o al antiguo convento de las Carmelitas o al Museo de Arte Abstracto. Eso, y el auditorio, claro, donde tienen lugar los conciertos de Jordi Savall, Fabio Biondi, René Jacobs, Víctor Pablo con la Sinfónica de Tenerife o Pons con la Joven Orquesta Nacional de España. Son 22 los actos programados, con localidades que a lo sumo llegan en un par de ocasiones a 30 euros y con media docena de conciertos gratuitos. El monográfico dedicado a Heinrich Schütz con La Petite Bande y Sigisland Kuijken se celebra también en Lucerna, pero mientras en la ciudad suiza los precios oscilan entre 14 y 54 euros, en Cuenca no pasan de los 18.

Del abrupto y atormentado paisaje de rocas encantadas de Cuenca a la dulzura de lagos y montañas de Lucerna hay un abismo. El planteamiento de sus festivales tiende, sin embargo, un puente de comunicación entre dos universos antagónicos. Y es que el equilibrio entre lo espiritual de siempre y las búsquedas de hoy domina también la programación de Lucerna, en una feliz combinación de la estupenda sala de conciertos diseñada por Jean Nouvel con la utilización de las iglesias tradicionales, como la de los franciscanos, la de los jesuitas o la Hofkirche. Los rasgos específicos de Lucerna se manifiestan en la presencia de algunas estrellas de la dirección, como Harnoncourt, Thielemann, Mackerras, Welser-Möst o Herreweghe. Es, hasta cierto punto, un signo de continuidad con el espectacular festival de verano, seguramente el mayor desfile de grandes orquestas que se puede ver en el planeta. Y en ese juego de las continuidades se puede interpretar también la presencia de Alfred Brendel como un eslabón con el festival pianístico de Otoño. Lucerna, en efecto, tiene tres convocatorias musicales de primera magnitud a lo largo del año. Una ciudad-festival, como Salzburgo. En Lucerna cuidan mucho además en Pascua los simposios. El de este año versa sobre música y medicina. También hay en la programación alguna muestra de experimentación musical-escénica, en concreto, un espectáculo de Beny von Moos, con textos de Christian Uetz. El festival comenzó ayer y se prolonga hasta el 24 de marzo, favoreciendo la posibilidad del doblete con Salzburgo o con Cuenca.

De las cuatro grandes citas musicales a lo largo del año en Salzburgo, la de Pascua es probablemente la más exclusiva. No tiene el intimismo de la Mozartwoche en enero, ni el aire juvenil del festival barroco de Pentecostés, ni la espectacularidad creativa del Festival de Verano. El Festival de Pascua tiene como gran protagonista a la Filarmónica de Berlín, que acude a su cita salzburguesa con una concentración especial, tal vez para revalidar en terreno de su eterna rival, la Filarmónica de Viena, su condición de líder orquestal. Este año es el último de Claudio Abbado como director, siendo el plato fuerte Parsifal, festival escénico sacro de Richard Wagner, en una puesta en escena de Peter Stein. Abbado y los berlineses lo han rodado en versión de concierto el pasado otoño en la Philharmonie de Berlín. Parsifal, dirigida por Abbado, está programada para el próximo verano en el Festival de Edimburgo y, en versión de concierto con la orquesta de jóvenes Gustav Mahler, en el de Lucerna. Probablemente sea la despedida del director milanés de los espectáculos escénicos, lo que añade un valor simbólico a la previsible calidad artística. El reparto vocal está encabezado por Thomas Moser y Violeta Urmana. El resto de conciertos sinfónicos de la Filarmónica de Berlín en Salzburgo está dedicado a obras de Mendelssohn, Schumann, Strauss y Henze, con directores como Mariss Jansons, Christian Thielemann y el propio Abbado. Las fechas del festival de Pascua se extienden entre el 23 de marzo y el 1 de abril.

Cuenca, Lucerna y Salzbur

go acaparan, pues, durante estos días la atención musical. No es cuestión de inútiles comparaciones. Las tres convocatorias tienen sobrados puntos de interés en sus planteamientos artísticos, y un conseguido equilibrio entre arte y naturaleza en las ciudades que las acogen. Son ciudades idóneas para el paseo reflexivo, para la contemplación, para el recogimiento, para respirar la sensación indefinible del paso del tiempo. La música religiosa, y la que no lo es tanto, tiene en ellas, y en estas fechas, una componente espiritual cercana y placentera.

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