_
_
_
_
_
EL ARTE DEL AFORISMO

El arte de la agudeza

Nunca he visto nada menos definible que un aforismo. El término griego, aparte de 'ofrenda' y 'oblación', con el tiempo ha dado en significar 'definición, dicho o sentencia concisa'. Así son los aforismos de Hipócrates. Según Zingarelli, por tanto, el aforismo es una 'breve máxima que expresa una norma de vida o una sentencia filosófica'.

¿Qué distingue a un aforismo de una máxima? Nada, de no ser la brevedad.

'Poco nos consuela porque poco nos aflige'. (Pascal, Pensamientos).

'Si no tuviéramos defectos no sentiríamos tanto placer descubriendo los ajenos'. (La Rochefoucauld, Máximas).

'La memoria es el diario que todo el mundo lleva consigo'. (Oscar Wilde).

He aquí, pues, máximas que son también aforismos, mientras que las siguientes, aunque máximas, son demasiado extensas como para ser aforismos:

'Qué ventajosa no será la nobleza, que encumbra al hombre de dieciocho años y le granjea fama y respeto como otro abría tardado cincuenta años en merecer. Son treinta años logrados sin esfuerzo'. (Pascal).

'Ningún artista tiene inclinaciones éticas. En un artista, una inclinación ética es un amaneramiento estilístico imperdonable'. (Oscar Wilde).

Alex Falzon, al editar los Aforismos y paradojas de Wilde, define el aforismo como una máxima en la que no sólo cuenta la brevedad formal, sino también su agudeza. Con ello sigue la tendencia actual, por la que en el aforismo prima la gracia o ingenio, a costa de la aceptabilidad del aserto en términos de verosimilitud. Como es natural, en lo referente a máximas y aforismos, el concepto de 'verosimilitud' depende de las intenciones del aforista: decir que un aforismo contiene una verdad significa que procura expresar no sólo lo que el autor entiende por verídico, sino lo que pretende hacer pasar como tal. Pero, en general, la máxima o aforismo no pretende necesariamente tener gracia, ni mucho menos ofender a la opinión pública: más bien trata de profundizar en un tema sobre el que la opinión pública se muestra superficial.

He aquí ahora una máxima de Chamfort: 'El más rico de los hombres es el económico; el más pobre, el avaro' (Máximas y pensamientos). La gracia estriba en el hecho de que la opinión pública tiende a considerar al hombre económico como una persona que no derrocha sus escasos recursos o, para el caso, que hace frente con parsimonia a sus necesidades, mientras que el avaro sería alguien que atesora recursos superiores a sus necesidades. Así pues, la máxima se opone a la opinión pública; salvo que se acepte que, mientras la 'riqueza' sólo puede asociarse a recursos, la 'pobreza' tiene un sentido moral. Muy claro el juego retórico: la máxima no sólo ya no iría contra la opinión general, sino que la corroboraría.

En cambio, cuando el aforismo se opone a la opinión pública, de modo que a primera vista parece falso e inaceptable, y sólo tras una sesuda reducción de su forma hiperbólica se muestra portador de alguna verdad, a duras penas aceptable, entonces tenemos la paradoja.

Etimológicamente, paradoxos es lo que parà ten doxan, lo que va en contra de la opinión pública. De ahí que el término designara originalmente una afirmación alejada de la creencia general: extraña, estrambótica, inesperada, y en ese sentido lo encontramos también en Isidoro de Sevilla. Me parece, sin embargo, que la idea de que esta clase de afirmación inesperada pueda encerrar una verdad es de las que se abren camino poco a poco. En Shakespeare, una paradoja es falsa en un momento dado pero con el tiempo se torna verdadera. Véase Hamlet:

'Ofelia. ¿Qué queréis decir, mi señor?

Hamlet. Que si sois honesta y sois hermosa, ¿por qué tolera vuestra honestidad comercio con vuestra belleza?

Ofelia. Nunca, mi señor, la belleza podría tener trato mejor, sino con la honestidad.

Hamlet. Cierto, cierto, porque la belleza hará de Honestidad una alcahueta mucho antes de que la honestidad convierta a la belleza en su igual. Antes eso era paradoja, pero con el tiempo ha llegado a demostrarse'.

Las paradojas de la lógica ocupan un lugar aparte; son afirmaciones autocontradictorias de las que no se puede probar ni que sean verdaderas ni que sean falsas; como ocurre, por ejemplo, con la paradoja del mentiroso. Pero poco a poco se abre paso también el sentido pararretórico, por lo que me atengo a Battaglia:

'Tesis, concepto, afirmación, sentencia u ocurrencia formulada, como mínimo, en el seno de un discurso ético o doctrinal, que se opone a la opinión generalizada o universalmente aceptada, a la experiencia y el sentido común, al sistema de creencias aludido o a los principios y conocimientos que se dan por supuestos (y que a menudo no posee valor de verdad, reduciéndose a ser un sofisma creado por mor de la excentricidad o por alardear de habilidad dialéctica; pero puede también contener, bajo una forma aparentemente ilógica y desconcertante, un fondo de validez objetiva destinado a erigirse contra la ignorancia y credulidad de quien sigue la opinión de la mayoría sin asomo de crítica)'.

El aforismo, por tanto, sería una máxima que pretende transmitir una verdad, aunque recurra a la agudeza, mientras que la paradoja sería una máxima prima facie falsa que, sólo tras una sesuda reflexión, parece expresar algo que el autor considera verdadero. Por ese motivo, su agudeza radica en el hiato entre la forma provocadora que adopta y lo que el público espera.

La historia de la literatura abunda en aforismos, pero no tanto en paradojas. La aforística es sencilla (también son aforismos los refranes 'madre no hay más que una' o 'perro ladrador, poco mordedor'), mientras que el arte de la paradoja es difícil.

Hace tiempo que me ocupo de un maestro del aforismo como es Pitigrilli, por lo que incluyo aquí algunas de sus máximas más brillantes.:

'Gastrónomo: un cocinero que ha hecho el bachillerato'.

'Gramática: complicado instrumento que te enseña la lengua pero te impide hablar'.

'Fragmentos. Un recurso providencial para los escritores que no saben reunir un libro entero'.

Otras, más que expresar una presunta verdad, afirman una decisión ética:

'Comprendo el beso al leproso, pero no el apretón de manos al cretino. Sé indulgente con quien te ha ofendido porque no sabes qué te reservan los demás'.

Sin embargo, en su Dizionario antiballistico (Sonzogno, Milán, 1962), que recoge máximas, dichos y aforismos propios y ajenos, Pitigrilli hace notar cuándo el juego aforístico puede llegar a ser insidioso:

'Ya que estamos en confianza, reconozco que he promovido la bribonería al lector. Me explico: en la calle, cuando estalla un altercado u ocurre un accidente de circulación, surge de improviso de las entrañas de la tierra un individuo que intenta atizarle un paraguazo a uno de los dos contendientes, que generalmente es el automovilista. El desconocido bribón ha desfogado su rencor. Lo mismo ocurre con los libros: cuando el lector que no tiene ideas encuentra una frase pintoresca o fosforescente se enamora de ella, la adopta y la comenta con admiración, con un '¡bien!', con un '¡justo, eso es!', como si siempre hubiese pensado así y esa frase fuese la quintaesencia de su forma de pensar'.

En este sentido, el aforismo expresa con brillantez un lugar común. Decir de un armonio que es 'un piano que, disgustado de la vida, se ha refugiado en la religión' no hace sino reformular de un modo icástico algo que ya sabíamos y creíamos: que el armonio es un instrumento de iglesia.

Cuando Pitigrilli (L'esperimento di Pott, Sonzogno) hace decir al protagonista que 'la inteligencia en la mujer es una anomalía que se encuentra excepcionalmente, como el albinismo, la zurdera, el hermafroditismo o la polidactilia', aunque sea en tono ingenioso, dice lo que los lectores de 1929 deseaban oír.

Pero, al criticar su vis aforística, Pitigrilli nos dice algo más; a saber, que muchos aforismos se pueden invertir sin perder fuerza. Veamos algunos ejemplos del propio Pitigrilli (Dizionario antiballistico):

'Muchos desprecian la riqueza, pero pocos la regalan. Muchos regalan riquezas, pero pocos las desprecian'.

'La historia no es más que una aventura de la libertad. La libertad no es más que una aventura de la historia'.

Además, Pitigrilli enumera máximas de autores diversos, sin duda mutuamente contradictorias, y que sin embargo siempre parecen expresar una verdad establecida:

'Sólo por optimismo nos engañamos (Hervieu). Es más fácil engañarse por desconfianza que por confianza (Rivarol)'.

'La gente sería feliz si los reyes filosofasen y los filósofos reinasen (Plutarco). El día que quiera castigar a una provincia, haré que la gobierne un filósofo (Federico II)'.

Voy a emplear el término 'aforismo cancerizable' para referirme a esta clase de aforismos reversibles. El aforismo cancerizable es una enfermedad del ingenio; en otras palabras, es una máxima que, con tal de parecer ingeniosa, se desentiende del hecho de que su contraria es igualmente cierta. La paradoja es una auténtica inversión del parecer general que presenta un mundo inaceptable, generando resistencia y rechazo, y que con todo, si hacemos el esfuerzo necesario para entenderla, nos da sabiduría; al fin y al cabo, si nos parece ingeniosa es porque tenemos que admitir que es cierta. El aforismo cancerizable encierra una verdad muy parcial y, a menudo, una vez que se ha cancerizado, revela que ninguna de las dos perspectivas que nos muestra es cierta.

La paradoja no es una variación del topos clásico del 'mundo al revés'. Éste es mecánico, prevé un universo en el que los animales hablan y las personas rugen; los peces vuelan y los pájaros nadan. Procede por adjunción de adynata o impossibilia sin lógica ninguna. Es un juego carnavalesco.

La paradoja requiere que la inversión se atenga a una lógica y que se circunscriba a una parte del universo. Un persa que llega a París describe Francia igual que un parisiense describiría Persia. El efecto es paradójico porque obliga a ver las cosas más allá de la opinión establecida.

Una de las formas de distinguir una paradoja de un aforismo cancerizable es tratar de invertir la paradoja. Pitigrilli cita una definición de sionismo de Tristan Bernard, válida antes de la constitución del Estado de Israel: 'Un hebreo que pide dinero a otro hebreo para enviar a un tercer hebreo a Palestina'. Pruebe a darle la vuelta: es imposible. Signo de que la forma correcta efectivamente encerraba una verdad, o lo que Bernard quería que tomásemos por tal.

BIBLIOGRAFÍA

Georg C. Lichtenberg.

Aforismos (Edhasa).

Lichtenberg.

Aforismo, ocurrencias y opiniones

(Valdemar).

Sébastien-

Roch-Nicolas de Chamfort.

Máximas, pensamientos, caracteres y anécdotas (Península).

Oscar Wilde.

Paradoja y genio. Aforismos (Edhasa).

Elias Canetti. Apuntes 1973-1984 (Galaxia Gutenberg). Arthur

Schnitzler.

La ronda, Anatol.

Ensayos y aforismos (Cátedra).

Blaise Pascal. Pensamientos

(Valdemar).

Friedrich

Nietzsche.

Reflexiones, máximas y aforismos (Valdemar).

François de La Rochefoucauld. Máximas (Edhasa).

William

Shakespeare.

El misterio de las cosas (Península).

Marcel Proust. De la imaginación

y del deseo

(Península).

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_