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Volver a empezar

Cambiarlo todo para que nada cambie o volver a empezar. Una de dos. El guión de estos tiempos podría titularse de una de esas maneras o de ambas. De Lampedusa a Garci, pasando por la voz de Frank Sinatra. En realidad, pasando por Massiel y su racial y recio La, la, la. Los chicos de Operación triunfo rescatan del baúl de los recuerdos y la cretona histórica el rancio festival de Eurovisión y Sardá recupera a Massiel en su catódico estercolero. Nada cambia. Todo vuelve. Estamos abocados a volver, como los asesinos, al lugar del crimen.

La voz de los muchachos de la tele es una espada, un mazo, una bomba de mano (o de garganta) contra el centrifugado de Pujol y de Arzalluz. La reconquista empieza en esos pueblos que se ponen en pie para votar, como en un Fuentovejuna invertido, a sus paisanos, para que sus paisanos, y no otros, representen a España en el evento más casposo del siglo. Toda España es la crónica de un pueblo con su maestro, su cartero, su médico y su cura (que hasta puede ser gay y salir en la prensa del ramo con pendiente pirata y alzacuellos). Toda España es un pueblo. Desde San Vicente de la Barquera a Sevilla, desde Moguer a Irún, desde Fisterra a Palos. El último capítulo de la España del siglo XXI es un chaval de pueblo cantando una canción de Camilo Sesto.

Algo de esto debimos sospechar cuando vimos a Jaime Morey sentado en el banquillo de Gescartera. Puede que Aznar no vuelva (parece ya seguro que no repetirá como candidato), pero con él han vuelto algunas cosas. Con él han vuelto modos, modales y modelos que creíamos idos. Con él (y no sólo por él) ha vuelto Eurovisión y volverá, si Dios no lo remedia, la Reválida. Desde el infausto Villar Palasí hasta el día de hoy, tanto bandazo, tanta sigla, tanta ficha de papel mojado para llegar de nuevo a la estación de la vieja Reválida.

En mi ciudad soñábamos con el tren de alta velocidad y nos van a poner un tranvía como el que nos quitaron a mediados del siglo pasado. Los trajes, las canciones, la Reválida, todo vuelve más tarde o más temprano. Muere Cela y de pronto resucita el tremendismo con su cuchillo carnicero, chorreando sangre sobre las portadas. Los sucesos se pueblan de padres que matan a sus hijos y de hijos que matan a sus padres, maridos que asesinan a sus mujeres y mujeres que no matan a sus maridos porque no pueden. Para dormirnos no contamos corderos, sino toros troquelados de Osborne.

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