_
_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Reservado el derecho de admisión

Antón Costas

Vivimos rodeados de pequeños pero numerosos monopolios y gremios que con sus prácticas anticompetitivas alteran los precios de los bienes y servicios que consumimos y disminuyen nuestra renta. Pero estamos tan acostumbrados a su cotidiana presencia que casi no percibimos sus efectos negativos sobre nuestro bienestar. Farmacias, estancos, tanatorios, ITV, gasolineras, colegios profesionales que nos cobran por servicios que no deseamos ni pedimos o gremios que se oponen a la libertad de horarios comerciales son sólo algunos ejemplos de actividades que con sus prácticas alteran los precios y condicionan nuestras opciones de compra y ocio. Otro ejemplo de actualidad son los aparcamientos.

Una economía eficiente y justa es aquella en la que sólo pagamos lo que consumimos y al precio que cubre los costes. Lo contrario es abuso

Este diario publicó hace unos días una información con el siguiente titular: Los aparcamientos ¿deben cobrar el tiempo real? La respuesta parece obvia. Si el servicio telefónico lo pagamos por el tiempo real y no por pasos como antes, ¿por qué en los aparcamientos seguimos pagando por pasos de una hora, independientemente del tiempo real que utilizamos ese servicio? Imaginemos que la autopista nos quisiera cobrar el trayecto Barcelona-La Jonquera aunque sólo fuésemos a Hostalrich. Sería un fraude. Una economía eficiente y justa es aquella en que sólo pagamos lo que consumimos y al precio que cubre los costes. Lo contrario es abuso. Por eso pienso que los consumidores tenemos que elogiar la decisión de la sociedad municipal de aparcamientos de Barcelona, SMASSA, de cobrar por fracciones de cinco minutos a partir del 1 de febrero. Según la responsable de Movilidad, Carmen San Miguel, el objetivo es disminuir el estacionamiento en doble o triple fila. Me parece muy bien. Pero si además sólo pagamos por lo que consumimos, miel sobre hojuelas.

La medida, sin embargo, ha sentado mal al gremio de aparcamientos y ha sido criticada por otros. Lo primero lo comprendo. Que al gremio de aparcamientos privados le siente mal la competencia es lógico. Ya dijo Adam Smith que el interés de los comerciantes de cualquier rama del comercio o las manufacturas siempre es en algunos aspectos diferente e incluso opuesto al interés público, y que la reducción de la competencia sólo les beneficia a ellos, al permitirles obtener más beneficios de los que obtendrían de manera natural. Eso es lo que ocurre ahora. Al cobrar por hora, la empresa no sólo me cobra por un servicio que no consumo cuando estoy menos tiempo, sino que además cobra dos veces, ya que el tiempo restante hasta la hora se lo cobra también al que venga a ocupar la plaza que yo he dejado libre. Todo un negocio. Según leo, un portavoz del gremio declaró que 'el sector tiene toda la libertad de fijar precios'. No es cierto. La que tiene esa libertad es la empresa individual. Pero entonces, ¿por qué prácticamente todas tienen la misma tarifa?, ¿es que el precio del metro cuadrado de aparcamiento es el mismo en la calle de Borrell que en la Rambla de Catalunya? Hay ahí conductas gremiales colusivas que deben ser perseguidas por el futuro tribunal de defensa de la competencia catalán que el consejero Francesc Homs está preparando.

Leo también en este diario que al presidente de la Asociación para la Promoción del Transporte Público no le parece bien que se cobre por tiempo real. Soy un usuario compulsivo del transporte público. Cumple la condición de las tres B: es bueno, bonito y barato. Pero esto no me lleva a compartir sus argumentos. Su propuesta es que no hay que abaratar los aparcamientos de rotación en Barcelona, sino encarecerlos artificialmente para desincentivar el uso del automóvil privado en la ciudad. Es muy probable que el encarecimiento artificial del precio de los aparcamientos no reduzca el uso del automóvil, pero, eso sí, aumente los ingresos de las empresas.

Ocurriría así si, como es probable, la elasticidad de la demanda de uso de automóvil fuera poco flexible a las variaciones de precio. Pero dejando de lado ahora este tipo de argumentos económicos, hay algo que me resulta molesto en la argumentación. El querer restringir el uso del vehículo privado mediante el encarecimiento de los precios es una medida con consecuencias sociales no igualitarias. Se trataría de racionar la utilización de un bien público, como es la ciudad, a través de la capacidad de pago que tenga cada ciudadano. Aquel con ingresos que le permitieran pagar los elevados precios de los aparcamientos podría gozar del privilegio de acceder al centro en vehículo propio. Los demás no. No me gusta este tipo de racionamiento. Altera artificialmente el precio de las cosas y produce desigualdades. Es como poner un cartel a la entrada de nuestras ciudades que diga: reservado el derecho de admisión.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Antón Costas es catedrático de Economía Aplicada de la Universidad de Barcelona.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_