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La caja vacía

Se suele acusar con frecuencia a la economía de ser insolidaria, despiadada, cruel: el capitalismo salvaje que carece de rostro humano, en frase inmortal del inefable Ignacio Ramonet, inventor del pensamiento único y puntal de la antiglobalización. Considero que se trata de un malentendido, o más exactamente de un error de atribución: le imputamos al sistema económico lo que corresponde a la propia naturaleza humana. Pondré un ejemplo: el hambre en el mundo. ¿Puede alguien creer que la economía moderna no es capaz de afrontar el problema del hambre? Por descontado que puede. Existe la tecnología agrícola, los sistemas de almacenamiento y transporte, los recursos humanos y de capital. Si la economía recibe el mandato de resolver el problema, lo arregla sin demasiadas dificultades. Alguien preguntará, ¿y porqué no lo hace? Muy sencillo, porque nadie se lo ha pedido ni le ha proporcionado los recursos necesarios.

La economía carece de prioridades o preferencias y asume aquellas que la sociedad le provee.

Lo cual demuestra que, contra lo que aseguran algunos bienpensantes, el hambre en el mundo no es una prioridad para nadie, ni para los países ricos ni para los países pobres, que prefieren dedicar sus mejores recursos para comprar armas con las que sacudir al vecino o al rival. Las armas, eso sí que son una prioridad. Su abundancia y su sofisticación prueban que la sociedad las considera indispensables. Los alimentos no lo son.

La economía carece de prioridades o preferencias y asume aquellas que la sociedad le provee: cañones o mantequilla. Esa sociedad que dice una cosa y practica otra, y luego le echa la culpa de todo, en una demostración de refinada hipocresía, al sistema. Para los que conocemos un poco la economía, ésta es una caja vacía de donde uno saca sólo lo que previamente ha metido. La economía no da nada gratis, simplemente devuelve. Todos aquellos a los que no les gusta el funcionamiento de la economía, y son legión, se olvidan de algo esencial: la economía no tiene corazón ni cabeza. La economía es ciega, sorda y muda. Lo único que posee son unas cuantas reglas de juego, muy parecidas a las de la aritmética más simple: precios y costes, beneficios o pérdidas. La economía hace, generalmente muy bien, lo que se le manda. Como un motor que transforma en movimiento y calor la energía que recibe, y se enciende y se apaga cuando se aprieta la clavija correspondiente.

Pongamos otro ejemplo: el empleo. Se le achaca a la economía que no crea empleo. Aunque el problema se haya suavizado en los últimos tiempos, es estadísticamente cierto que el crecimiento del empleo ha sido muy inferior al crecimiento económico habido. Lo que prueba simplemente que nos ha preocupado muchísimo más elevar los salarios que elevar la ocupación. A la economía le es indiferente la combinación elegida entre empleo y salarios, y podía perfectamente haber hecho lo contrario: aumentar la ocupación y mantener los salarios

En los años noventa se ha creado más empleo que nunca con ritmos de crecimiento mas bien discretos. Eso prueba que, finalmente, después de 20 años de paro, se ha producido la primera moderación salarial de la historia, es decir, se ha dejado que la economía funcione, y que el exceso de mano de obra se traduzca en un menor crecimiento de los salarios. La lógica económica era, en este tema, más decente y solidaria que la lógica reivindicativa. Aunque el discurso dominante fuera el de 'cuánto nos preocupa el paro', la economía se ha encargado de dejar en evidencia que se trataba de un discurso falso.

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La lista de ejemplos sería interminable. Elijamos otro bien conocido: la ecología. Se dice que la economía va camino de destruir el planeta, de acabar con la diversidad, de atentar contra la salud. Y es verdad. Ahora bien, si se desea, la economía podría respetar el medio ambiente. Simplemente, las cosas nos costarían más. Recientemente, el director de la Agencia Europea de Medio Ambiente declaraba que 'el precio de la luz debería duplicarse si incluyera los costes medioambientales'. ¿Está dispuesta la sociedad a pagar ese precio con tal de respetar el medio ambiente? Para nada, en absoluto. Así que tenemos la ecología que nos merecemos.

Los temas que no constituyen una prioridad para la sociedad, tampoco lo son para la economía. Podemos sentir simpatía por un problema, el Tercer Mundo por ejemplo, pero si no estamos dispuestos a poner los medios y sacrificar parte de nuestro bienestar nunca lo resolveremos. Eso sí, al echarle la culpa a la economía conseguimos dos cosas por el mismo precio: hallar un culpable y no poner un duro. Marchando una de 'capitalismo carente de rostro humano'.

La economía es y será lo que nosotros queramos que sea. No le achaquemos los fallos que corresponden a las preferencias electivas que los ciudadanos ponemos de manifiesto diariamente.

No existe una lógica del sistema económico que sea ajena a lo que nosotros somos. Sólo existe una lógica de la naturaleza humana, tan vieja como el mundo. La economía, como si se tratara de un espejo que alguien pone enfrente de nosotros, la expone obscenamente. Si no nos gusta lo que vemos, ese es nuestro problema.

Antxon Pérez de Calleja es economista.

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