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Luciano Berio seduce en Ginebra con su ópera 'Un re in ascolto'

Se presenta una nueva producción, dirigida por Philippe Arlaud

Un re in ascolto, de Luciano Berio, se estrenó en el Festival de Salzburgo de 1984, con Lorin Maazel y la Filarmónica de Viena (existe grabación discográfica), y ha despertado grandes admiraciones en las sucesivas presentaciones en La Scala de Milán, Viena, París o el Covent Garden de Londres. Ginebra no ha sido una excepción, y el estreno el lunes en el Gran Teatro de una nueva producción de Philippe Arlaud, con dirección musical de Patrick Davin, ha entusiasmado al público suizo.

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Cada día es más elevado el número de historiadores y comentaristas musicales que se decantan por Luciano Berio (Oneglia, Italia, 1925) a la hora de escoger al compositor más representativo de la segunda mitad del siglo XX, al igual que el paso del tiempo ha asentado con holgura en la primera mitad a Stravinski. Berio es, en efecto, un autor que simboliza lo más característico de una época precisa, que ha evolucionado con ella y que se ha convertido en su espejo. En el teatro musical, uno de sus territorios privilegiados, Un re in ascolto se ha erigido como su ópera (o acción musical, como él dice) más emblemática.

Ciertamente, Un re in ascolto es una obra maestra se mire por donde se mire. Dentro de un tema tan insólito para la ópera como es el mecanismo de la escucha (Luigi Nono compuso, en cualquier caso, al año siguiente Prometeo, tragedia de la escucha), Berio contó con el escritor Italo Calvino para la elaboración del libreto, partiendo de un texto de Roland Barthes, y con el añadido de un poema de Auden y ciertas complicidades con La tempestad, de Shakespeare. El protagonista es un rey, o director de teatro, o artista en general, que sueña, o ansía, o imagina simplemente, un mundo mejor, o un concepto nuevo del teatro, o un nuevo enfoque de la creación. El conflicto entre realidad y deseo se mantiene a través de una estructura aparentemente convencional (arias, monólogos, recitativos, ariosos, dúos, concertantes) en un maravilloso ejercicio de síntesis de músicas de todos los tiempos, organizada no como una colección de citas para eruditos sino como una composición unitaria. Únicamente un compositor como Berio puede desarrollar un ejercicio de estilo tan apabullante en sus múltiples direcciones, sin que la tensión decaiga un instante y con una capacidad de transmisión tan hechizante.

El Gran Teatro de Ginebra buscó para la ocasión un equipo artístico joven que mayoritariamente debutaba en sus cometidos de la obra y que también comparecía por primera vez en este teatro. Fue un acierto pleno. El director de escena, Philippe Arlaud, con la colaboración de la figurinista Andrea Uhmann y la coreógrafa Anne-Marie Gros, planteó un espectáculo plástico y colorista, con un dominio en todas sus variantes de la geometría, y con una extensión natural y generalizadora a otros campos de la creación teatral, desde el circo a los giros de derviches, desde el ballet clásico a las máscaras teatrales, desde la comedia popular a la parodia de la propia ópera. El espectáculo rezuma sentido del humor y, sobre todo, una intencionalidad muy sugerente en la integración de teatro y vida, de reflexión y magia, de cotidianeidad y distanciamiento en cierto modo brechtiano. Y así el espectador queda atrapado en la tela de araña de un universo escénico, pero sin que se produzca en ningún momento la pérdida de protagonismo de una prestación musical alimentada por la base de la tradición operística italiana y estimulada por la búsqueda de un teatro musical de nuevo cuño aludido desde la ternura y la insinuación.

Patrick Davin, un director musical asistente en su día de Sylvain Cambreling o del propio Berio, sacó petróleo de la Orquesta de la Suisse Romande. Un trabajo eficaz y comunicativo el suyo, que los músicos recompensaron con un cálido aplauso. Los cantantes-actores se fundieron con el espíritu de lo que esta obra es y representa. Armand Arapian, Pierre Lefebvre, Georg Nigl, Donna Ellen...: importó menos el virtuosismo a la antigua usanza que la adecuación a los personajes y las situaciones. Era de lo que se trataba, por otra parte. Un programa de mano ejemplar, en su didactismo y en su documentación, complementaba la bondad de la noche. El rey Berio, el artista Berio, está a la escucha en Ginebra hasta el próximo 7 de febrero. Con la ópera -perdón, acción musical-, con la integral de sus extraordinarias Sequenze de 1958 a 1995, con música de cámara. Hay además encuentros con el compositor y con los artistas. Ginebra rinde homenaje a un clásico de nuestro tiempo. Berio reina ya también en Suiza.

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