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Tribuna:DEBATE | ¿La Universidad debe ser un negocio? | DEBATE
Tribuna
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Un falaz igualitarismo

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En las recientes movilizaciones me ha llamado la atención esta consigna: 'La Universidad no es un negocio'. Pregunto: ¿qué tiene de malo que la universidad sea un negocio? Y ¿qué sucede cuando efectivamente no lo es?

Este periódico es un negocio. Sus propietarios y trabajadores se benefician porque elaboran un producto que se vende en el mercado: miles de personas elegimos libremente comprarlo al pensar que nos conviene entregar un dinero a cambio de él, mientras que a la empresa y sus empleados les conviene entregarnos unas páginas a cambio de nuestro dinero. Todas las partes quedamos más satisfechas después de la transacción que antes, y así este negocio propicia un mayor bienestar general. No digo que el mercado es perfecto; por ejemplo, a mí me gustaría que cambiase la distribución de la prensa en España y que los mendigos que venden La Farola vendiesen EL PAÍS, y pudiesen ganarse la vida prestando un servicio en vez de pedir limosna. Pero esto no avala condena alguna al mundo de los negocios, puesto que dicho 'defecto del mercado' se resolvería con más mercado, con más negocio, que permitiría convertir a pordioseros en trabajadores.

Ahora pensemos en un medio de comunicación que no es un negocio, las televisiones públicas. La situación cambia radicalmente: los ciudadanos allí no eligen más que indirectamente, a unos políticos, y son por ellos obligados a pagar miles de millones de pesetas a cambio de algo que podrían obtener gratis o pagando sólo los que quieran una módica suma. Los medios de comunicación públicos, por tanto, no son un negocio, sino un saqueo de los contribuyentes -ojo, antes de proclamar de modo fascistoide que la democracia equipara Estado y sociedad, obsérvese que todos los partidos políticos, todos, están a favor de las televisiones públicas; ¿cabe deducir de ello que toda la sociedad también lo está?-.

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La crítica a los negocios no es más que la atávica tradición antiliberal que lleva a la sistemática desconfianza de instituciones fundamentales del Estado de derecho y la sociedad abierta y próspera: la propiedad privada, el mercado, el capitalismo, el comercio y las empresas. Desde púlpitos y cátedras y tribunas sin fin se los condena cuando en verdad no son repudiables.

¡Ah! se dirá, la Universidad es especial. Cierto, pero precisamente por eso cabría privatizarla, porque a las ventajas generales de los negocios añade la educación eso tan especial que sin duda tiene y que hace que desde siempre haya contado con patrocinadores, gentes que la promueven no sólo para ganar dinero, sino para solidarizarse con los demás, ayudar a su país o a los necesitados, difundir creencias o respaldar al alma mater. En efecto, así como no sería concebible un sistema privado que diera becas a los pobres para comprar EL PAÍS o suscribirse a Canal Satélite Digital, en cambio, un sistema privado que beque a estudiantes para acudir a la Universidad no sólo es concebible sino que ha existido desde hace siglos. Eso de que la Universidad como negocio sería un reducto sólo de ricos no resiste ni el análisis ni la contrastación empírica. Quienes agitan el fantasma de la Universidad como negocio padecen una triple Falacia del Nirvana: se inventan un demonio (la privatización de la universidad no es mala per se), atacan una propuesta que no existe (el Gobierno no se propone ni por asomo privatizar la Universidad) y la comparan con un paraíso ficticio (una Universidad pública impecable).

En un nuevo síntoma de parálisis democrática, el Gobierno ha irritado a, como se dice, 'toda la universidad', cuando en realidad la montaña va a parir un ratón, y los disturbios son animados por quienes temen perder un poco de queso y blanden con éxito estandartes demagógicos. En la Universidad, los alumnos, todos, no pagan ni el 20% del coste de su educación; el sistema, que al no ser un negocio no responde a las demandas sociales, distorsiona el número y la calidad de estudiantes y de profesores, politiza la educación, bloquea la competencia y conspira contra la excelencia académica: como siempre sucede fuera del mundo de los negocios, un falaz igualitarismo favorece la igualación hacia abajo. Asimismo, lo mal llamado 'público' incentiva grupos de presión; otra vez, no afirmo que el mercado sea perfecto, pero no es para nada evidente que la Universidad como negocio tienda irreversiblemente a generar más camarillas oligárquicas político-sindicales que vivan (bien) a sus espaldas. El Gobierno planea acometer una reforma en el buen camino, pero notoriamente insuficiente en muchos de estos aspectos cruciales.

La Universidad y la educación han sido usurpadas por las autoridades, y el resultado no sólo deja que desear en términos de calidad, sino también de igualdad y libertad -piénsese en las tropelías que perpetran los nacionalistas, y en el absentismo y la indisciplina que afectan a las enseñanzas medias-.

La Universidad no es un negocio. Por desgracia.

Carlos Rodríguez Braun es catedrático de Historia del Pensamiento Económico en la Universidad Complutense.

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