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LA HORMA DE MI SOMBRERO
Columna
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Un teatro con nombre y apellido

Hoy inauguramos un teatro. Un hecho nada corriente si lo comparamos con la inauguración de un multicine, un supermercado, un restaurante, una galería de exposiciones, una sucursal bancaria, un campo de golf, un hotel de cinco estrellas, una discoteca, una comisaría de policía, una tienda de perros, una oficina municipal, un bar de putas... Y lo más sorprendente es que ese teatro tiene nombre y apellido: esta noche inauguramos el teatro Fabià Puigserver, la nueva sede del Teatre Lliure.

De los teatros barceloneses, unos veintitantos, sólo hay seis que tengan nombre y apellido, cinco de personalidades nacionales y uno de extranjera. Los nacionales son: Julián Romea, Enric Borràs, Joan Guasch, Joan Brossa y Fabià Puigserver. El extranjero: Samuel Beckett. De los nacionales, cuatro son catalanes y uno murciano, el gran actor Julián Romea, fallecido en 1863, el mismo año en que se bautizaba con su nombre el teatro de la calle del Hospital. De los cuatro catalanes, dos pudieron asistir a la inauguración de los teatros que llevan su nombre: Enric Borràs (en 1943, con motivo de concedérsele al actor la medalla de oro de la ciudad, el antiguo teatro Urquinaona pasó a llamarse teatro Borràs) y Joan Brossa (el Espai Escènic Joan Brossa se inauguró en 1997, un año antes de la muerte del poeta). Los dos restantes no llegaron a verlo: Joan Guasch, actor, fundador, en 1995, del Teatre de l'Eixample, falleció cinco años más tarde, y sus hijos decidieron darle su nombre al teatro que él había fundado. En el caso de Fabià Puigserver, fallecido en 1991, han sido los compañeros del Lliure los que han decidido dar su nombre al teatro que el propio Puigserver había diseñado.

Alguien contemplará hoy la inauguración del Teatre Fabià Puigserver con ojos muy particulares: su padre, Enric Puigserver

Al margen de estos nombres, cuatro más prestan su nombre a salas de dos teatros y una escuela: Maria Aurèlia Capmany y Sebastià Gasch (Mercat de les Flors), Xavier Fàbregas (Teatreneu), y Ovidi Montllor (Institut del Teatre). Pero Guimerà, Rusiñol, Adrià Gual y Margarida Xirgu, por citar algunos nombres entre los grandes de la escena catalana, no tienen ningún teatro o lo han perdido.

De entre el cerca de un millar de personas que esta noche acudirán a la inauguración del teatro Fabià Puigserver, hay una que no atrae la atención de mis colegas periodistas, pero que para mí tiene un atractivo especial, tal vez porque lleva el mismo apellido que el nuevo teatro. Me refiero al señor Enric Puigserver, el padre de Fabià. Le pido una entrevista y me la concede.

Me cita el domingo por la mañana en su piso de la calle de Bruc esquina a la de Diputació. 'Es un tercero y no hay ascensor', me dice. Un tercero que se convierte en un cuarto. Me recibe él mismo, un hombre de 91 años cumplidos, un hombre sólido, macizo, que se queja de que apenas ve -'no puedo leer, mi peor desgracia'-, de que se cansa al andar, de que ya no es el que era 10 años atrás... Hablamos de su hijo Fabià. Me cuenta que cuando Fabià tenía seis o siete años su madre lo llevó al Capitole de Toulouse a ver la ópera Parsifal. Y al volver a casa se puso a fabricar un teatro con una caja de zapatos y a hacer decorados y figuras con trozos de papel... 'Yo creía que sería como yo', me dice el padre, 'que de niño fabriqué una colección de herramientas con unos trozos de madera y alambre. Hasta llegué a fabricar una cobla entera de sardanas, con todos los instrumentos'. Total, que el hijo y el padre eran un par de manitas. Sólo que al padre eso de fabricar coblas, de pintar acuarelas -paisajes de Camprodon-, de su interés por el teatro, fueron cosas pasajeras, y su hijo no las abandonó jamás.

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Porque el padre, a su manera, también fue teatrero. Había hecho teatro, de chaval, con un grupo de aficionados: La creu de la masia, ni más ni menos, en un círculo lerrouxista al que pertenecía su padre. Más adelante se apuntaría a un curso de la escuela de Adrià Gual, que impartía el actor Enric Giménez, de quien guarda un buen recuerdo. Pero no siguió. Llegó a interpretar el personaje de Guillem de cal Bandoler en La filla del Carmesí, de Josep Maria de Sagarra, pero el teatro no pasaba de ser una diversión. Se consideraba un actor limitado, sin demasiada memoria, sin voluntad, y encima tenía que ganarse la vida.

Le pregunto cuándo se dio cuenta de que lo de Fabià no era una diversión, una afición pasajera. Me dice que ocurrió en Polonia, durante el exilio franquista. 'Yo había metido a mis dos hijos, Enric y Fabià (la hija, Lola, la mayor, se quedó en Francia), en una escuela industrial para que aprendiesen una carrera que les permitiese ganarse la vida cuando regresáramos a España. Un buen día me llamó el director de la escuela y me dijo que quería hablarme. Quería hablarme de Fabià. Me dijo que la escuela industrial no era su sitio, que allí no haría nada, que lo matriculase en una escuela de bellas artes'. Y así lo hizo. Y a partir de aquel día Fabià fue otra persona.

Enric Puigserver está muy orgulloso de su hijo. 'En esta casa he visto nacer muchos de sus espectáculos', me dice. 'En esta mesa oí cantar por primera vez a Ovidi Montllor. Y en esta misma mesa leyó su primera comedia Josep Maria Benet i Jornet. En este piso se hacían los vestidos. Los de El retaule del flautista, de Jordi Teixidor, los cosían Fabià y su madre, la Manola, con viejas mantas de la mili, en una máquina de coser polaca que nos duró mucho. Aquí se ensayaba, se hacían los decorados... y se comía. Cuatro o cinco días a la semana teníamos en la mesa a Lluís Pasqual. Nunca me gustó ese chico'.

Enric Puigserver vive con Joaquima, una mujer simpática y cariñosa de ochenta y tantos años, una compañera que fue la esposa de un íntimo amigo de Enric. Con ella, con su hija Lola y su marido, Enric Puigserver irá esta noche a la inauguración del teatro que lleva el nombre de su hijo. Irá orgulloso, satisfecho, porque ese teatro lo hizo su hijo. Imagino que en algún momento pensará en la Manola, en su mujer, que tanto ayudó a Fabià en sus comienzos; la pobre Manola, que murió de la enfermedad de Alzheimer en 1988, tres años antes de que muriera Fabià, un episodio que Enric Puigserver prefiere no recordar, en parte porque se siente todavía dolido por la poca, por no decir nula, ayuda que recibió de parte de los compañeros de Fabià.

¿Qué impresión le causa ver un teatro con su propio apellido, señor Puigserver? El viejo Enric se me queda mirando, sonríe y me dice: 'Voy a hacerle una confidencia. Puigserver es el nombre de mi madre. Mi padre se llamaba Gros y era un señor casado con otra señora, aunque cuando yo nací hacía años que ya no vivía con ella. Yo soy un hijo del amor'. Como el teatro Fabià Puigserver.

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