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Entrevista:Eugénio de Andrade | LA POESÍA LUMINOSA DE PORTUGAL

'La poesía es la más alta expresión del genio portugués'

Eugénio de Andrade nació en 1923 en la aldea de Póvoa de Atalaia, muy próxima a la frontera española. Hijo de campesinos, sólo conoció durante su infancia el sol, el agua y la naturaleza. Aprendió que pocas cosas son necesarias en la vida y ésas son las cosas que reflejan y exaltan sus versos. De su infancia, como él mismo reconoce en un autorretrato, heredó también 'el desprecio por el lujo, que en sus múltiples formas es siempre una degradación'. 'La pureza, de la que tanto se ha hablado a propósito de mi poesía', dice, 'es simplemente pasión, pasión por las cosas de la tierra, en su forma más ardiente y todavía no consumada'. Admirador de Bécquer, san Juan de la Cruz, Pessoa, Rimbaud o Whitman, con profundas influencias de la cultura griega y oriental, Eugénio de Andrade detesta la vida social y mundana, le aterroriza el exhibicionismo y huye de las entrevistas y los micrófonos. De una vasta cultura literaria y excelente conocedor de la poesía española, no soporta que le atribuyan palabras que no son de su vocabulario personal, defiende la exactitud del lenguaje y no le interesan el dinero o la fama. Eugénio de Andrade pasa el tiempo 'leyendo, escuchando música y escribiendo; es decir, ahora hago lo que realmente me gusta, porque como dice Melville, soy el emperador de mi alma'.

'La izquierda a la que pertenezco nunca olvidará que el hombre tiene derecho al placer'
'La pureza de mi poesía es simplemente pasión por las cosas de la tierra en su forma más ardiente'
'Durante los cuarenta pasé años leyendo y oyendo música. En un mundo en guerra, vivía en el paraíso'

PREGUNTA. 'El silencio es mi mayor tentación', dijo hace tiempo. ¿Sigue siendo así?

RESPUESTA. Hoy diría: el silencio es mi fascinación. Mi necesidad de silencio es cada vez mayor y su encuentro cada vez más difícil. Las grandes ciudades están quedándose inhabitables. Voy a darle un ejemplo. En esta casa, cuando llegué aquí en 1992, durante la noche, en mi cuarto, se oía el mar. Ahora eso es rarísimo, sólo se oye cuando hay grandes marejadas. Lo que se oye, eso sí, todas las noches hasta la madrugada, es el martilleo frenético de los bares o esa sórdida mezcla de cláxones y griterío.

P. ¿Qué va a hacer para encontrarlo otra vez?

R. No lo sé, porque ya no tengo edad para llevar a la familia a cuestas y cambiar de ciudad o de país. Cometí en la vida un error craso, heredé unas pequeñas cosas, una casa, unos campos, en la aldea donde nací y hace años me deshice de ellas. Si las tuviese todavía, tal vez fuese una solución. Una casita y campos de trigo perdiéndose de vista...

P. ¿Está pensando en el Alentejo?

R. O en la Beira Baja, en aquella parte que es su prolongación. Un amigo mío me envió hace dos días, sabiendo que me agradaría, la máxima de los constructores de la Alhambra: 'Después del silencio, el correr del agua es la música más bella que existe'. Eso todavía es posible en el Alentejo, con un patio de muros blancos y baldosas rojas, una fuente interior exigua y fresca, sobre una taza de piedra. Doy todo mi reino por ese caño de agua cayendo en el silencio de un patio del sur.

P. Pero ésta es su casa. Es preciosa, admirable. ¿Cómo nació la fundación?

R. 'Le dimos lo más bonito que teníamos en la ciudad', me dijo hace días el alcalde de Oporto. Sin duda, la fundación, sobre el mar de la desembocadura del Duero, tiene una situación privilegiada, y el blanco, hermano del silencio, que domina por dentro y por fuera, fue escogido por mí. Fundación es un nombre pomposo y engañoso para un lugar que acoge los bienes, la herencia, de un poeta y asegura las ediciones de su obra. Este conjunto pertenecerá un día a la ciudad, naturalmente. En sus estatutos consta todavía que en la sede de la fundación, de dos pisos, residirá el poeta y su familia.

P. ¿Cómo surgió esto?

R. En 1990 yo vivía en San Lázaro, un barrio donde tenía por amigos alumnos y profesores de la Escuela de Bellas Artes. Me encontraba los domingos con tres a cuatro de ellos que se interesaban por esas cosas de la sensibilidad: música, arte, poesía. Casualmente, alguien levantó la cuestión de si me gustaría o no la ciudad de Oporto. Yo, que justamente acababa de escribir un texto sobre la ciudad, les invité a subir al pequeño apartamento donde vivía, justo enfrente del café donde nos juntábamos. Les leí, entonces, la prosa y les mostré la casa que apenas tenía dos o tres muebles, discos, libros y mucha pintura. Ellos constataron lo que era una pura evidencia: el espacio en que vivía era poco más que el nido de un jilguero.

P. ¿Y entonces?

R. En esa misma tarde (supe eso después), los amigos volvieron al café y pensaron en buscarme una casa donde libros y discos, cuadros y muebles, pudiesen caber sin codearse los unos con los otros. Habían pensado que la solución sería una fundación, donde se pudiese velar por mi obra. Me quedé naturalmente sensibilizado con su preocupación y sus cuidados, pero lo rechacé. Los amigos me dieron sus razones, pero no habían invocado la más pertinente desde mi punto de vista: el problema de la edad y la salud. Yo ya tenía proyectado irme un día a vivir con la familia que había escogido: los padres de mi ahijado. Y fue eso lo que se convirtió en decisivo y me llevó a aceptar lo que antes había rechazado. Enfermé y, después de unos días de cama, telefoneé a mis amigos: aceptaba la fundación y vivir en ella con la familia, con una condición: la de no formar parte de su administración.

P. Sur es una de sus palabras. ¿Cómo así viviendo en el norte?

R. El norte fue un accidente. Nací en una aldea no muy lejos de la frontera española en el distrito de Castelo Branco. A los ocho años emigré para Lisboa con mi madre. Allí viví casi veinte años, con una estancia breve en Coimbra. A finales de 1947 comencé a trabajar en un departamento del Ministerio de Salud. Por la descentralización de los servicios de inspección, fui destinado a dirigir los servicios de Oporto. Ya había visitado la ciudad en 1946 y había quedado deslumbrado con sus portentosos árboles que veía por todas partes, pero, trasladado contra mi voluntad, pasé a ver Oporto con otros ojos: la ciudad me parecía negra, sucia, grosera. La gente tenía un lenguaje grosero, propio de los cuarteles o de patio de recreo de las escuelas. Mi nostalgia era entonces y sobre todo la luz, la luz limpia del sur. Pensé siempre en regresar a Lisboa, pero cuando la ocasión surgió tuve que mover empeños para quedarme en Oporto... En esos momentos perdí a mi madre en Lisboa y yo mismo creé hábitos de soledad, aprendiendo a defenderme de esa vida social y mundana, sueño de tanta gente, que detesto. Como ya comenté algún día, vivo en Oporto como quien vive en la isla de Corvo.

P. La pérdida de su madre tuvo para usted una repercusión muy profunda.

R. Yo había vivido siempre con mi madre. Le debía todo, hasta la poesía, esa poesía que el pueblo, de boca en boca, perpetuó. Mi madre sacrificó la mayor parte de su vida en alguien que no la merecía y a partir de un cierto momento pasó a vivir sólo para el hijo. Desde muy pronto tuve consciencia de que yo era, por así decirlo, el aliento cálido de su boca. Su imagen es tan fuerte que todavía hoy, tantos años después de su muerte, sólo consigo aproximarme a las mujeres que se parecen a ella.

P. Volvamos atrás, al nacimiento de la poesía.

R. Es exactamente el término: el nacimiento de la poesía. Aquellos romances, algunos de los cuales aún hoy considero muy bellos están en el origen de esta pasión. En ellos, en su medida de siete sílabas, está el ritmo de la propia lengua. Tal vez por eso nunca conseguí separar la poesía del habla. La poesía, tal como la concibo, rente ao dizer, fue siempre para mí la manera de hablar con un amigo.

P. ¿Qué debe a su obra esa aldea de la Beira Baja llamada Póvoa de Atalaia?

R. Además de mi madre y ciñéndome sólo al mundo de los afectos, hay otra figura con gran importancia para mí y de la que nunca dije lo bastante: la de mi abuelo materno. Mi nacimiento dio origen a un conflicto familiar, del que resultó el haber vivido durante mis primeros tiempos sólo con mi madre. Pero con el último enviudamiento de mi abuelo, mi madre regresó a la casa paterna. Mi abuelo me compró entonces una cabra para que la leche no faltase en casa. Era maestro de obras. Llegó a construir en España y a casarse con una española, de Valverde del Fresno, de la que mi madre me hablaba a veces. Mi abuelo debe haber sido para mí un ejemplo de amor al trabajo y nobleza de carácter. De esa infancia, saturada de luz, heredé imágenes de libertad, porque vivía en permanente contacto con la tierra y los animales, con gente espontánea de un vivir muy próximo todavía con las primeras necesidades del cuerpo y del alma. Viví esos años como si fuesen la emanación de la propia claridad. Después de ir hacia Lisboa, mi madre me mandaba todos los años a pasar las fiestas grandes en la Beira Baja. Fue entonces cuando me aproximé al otro ramo de la familia; el otro abuelo era un hombre acomodado con propiedades que recordaban el monte alentejano: grandes campos de trigo, rebaños ... Era en verdad un hombre rico, si bien mucho de lo que tenía lo habían ganado él mismo y sus hijos, que eran tantos como los de Jacob (por eso debe haber prestado buenas cuentas a Dios, si tuvo ocasión). También él cantaba el Frei João mientras podaba las vides.

P. ¿Qué sabe de su abuela española? ¿Ha tenido influencias de la cultura y la poesía españolas?

R. Sólo sé que se llamaba Juana. Mi madre me hablaba de un 'sombrerito blanco' que trajo de Coria y de haber sido allí donde me nacieron los primeros dientes. Sólo más tarde tuve los primeros contactos con la cultura española, y precisamente con la poesía. Fue alrededor de los doce años. Trabé amistad con un muchacho, dos o tres años mayor que yo, de las bandas de Pontevedra, que, sabiendo cuánto me gustaba la poesía, me regaló las Rimas y leyendas de Bécquer. Nunca leí las leyendas, pero las rimas las leí varias veces, y algunos de esos poemas aún están en mi memoria. En aquella época, en portugués, no había encontrado todavía esa levedad, esa música aérea y al mismo tiempo tan arrebatada. Las lecturas fundamentales de Pessoa y Pessanha tardarían todavía dos o tres años. Tuve que empujar el carro de mucha basura poética antes de descubrir a Baudelaire, Rimbaud, Verlaine, António Nobre, Cesário Sá Carneiro, Pascoaes y los dos faraones de nuestra poesía moderna ya referidos. Pero a Bécquer nunca lo olvidé, incluso cuando descubrí otros poetas de lengua española más modernos que en algunos momentos me cautivaron.

P. ¿Por ejemplo?

R. Por ejemplo, Antonio Machado, Juan Ramón Jiménez, García Lorca, Luis Cernuda, Pablo Neruda, Jorge Guillén, Aleixandre...

P. ¿Todavía se mantiene su interés por estos poetas?

R. No del mismo modo, naturalmente. Antes de todo, déjeme decirle que leí a esos poetas en la década de los cuarenta, por tanto, después de Baudelaire y Rimbaud, después de Pessoa, Pesanha y Sá Carneiro, en una época en que también leí apasionadamente a Whitman y Rilke, Ungaretti y Eliot, Safo y Li Bai. Fueron años en los que leí mucho. Pasé cuatro años en Coimbra, sin estudiar nada, sólo leía y oía música. En un mundo en guerra, ¡vivía en el paraíso! Volviendo a su pregunta. Mi interés por la poesía española disminuyó mucho, me interesé por otras culturas, viajé por otros países, profundicé mi curiosidad por las culturas griegas y china. Traduje, por puro gusto, a otros poetas. Naturalmente que los españoles que cité continúan siendo grandes poetas. Machado era, para mí, hasta hace poco tiempo, el mayor de todos. Entretanto, la lectura de la Lírica de una Atlántida, del poco simpático Juan Ramón, vino a confundirme las ideas. A García Lorca, que traduje y de quien publiqué en 1946 una antología, varias veces reeditada, dejé de leerlo, pero sé que el Llanto por Ignacio Sánchez Mejías es uno de esos poemas que raramente se le ocurre a un poeta. Cernuda es, de esa generación, al que más he releído y tal vez mi preferido, juntamente con el Aleixandre de Espadas como labios y La destrucción del amor. De Guillén, me gusta sobre todo el Cántico, estremecedor y luminoso. En cuanto a Neruda apenas releería hoy las Residencias. La verdad es que al único poeta español al que regreso siempre es a san Juan de la Cruz. A ése, desde que le descubrí, nunca le dejé de amar. 'Madrecito', así le llamaba Unamuno, y yo con él.

P. ¿Y los portugueses? El idioma y el carácter de este pueblo han favorecido la proliferación de grandes poetas. ¿De dónde surge esa pasión de los portugueses por la poesía?

R. Está fuera de cualquier duda, la poesía es la más alta expresión del genio nacional: Gil Vicente, Camões, Cesário Verde, Camilo Pesanha, Pascoaes o Fernando Pessoa son poetas difícilmente igualables en cualquier literatura. Nuestra prosa no alcanza esas cimas. Y menos todavía la música, la pintura, la arquitectura o el cine. La poesía es una honra y una gloria de nuestra lengua. Y no se limita sólo a aquellos nombres. Eso explica que nuestro héroe cultural, por no decir nacional, sea un poeta, Luís de Camões. En la poesía portuguesa, desde final del siglo XII hasta la actualidad, me parece que pueden distinguirse dos líneas de fuerza: una aérea, leve, donde el ritmo del habla se funde con la limpieza de la mirada para crear la música más insinuante de toda nuestra lírica. Ésta comienza en los cancioneros medievales, pasa por los mejores romances tradicionales y llega a Gil Vicente, continúa con Bernardim y mucho de Camões, y no para de subir en Pascoaes, Pessanha, Pessoa, Sá Carneiro y en algunos contemporáneos. La otra línea, de no menor importancia, meditativa, discursiva, moralista, de respiración más amplia pero menos inspirada, incluiría a Sá de Miranda, Antero, Cesário y Jorge de Sena, además de parte de la obra de los poetas citados anteriormente. 'Poetas de la Literatura', les llamó Pascoaes, mientras los primeros serían los de nuestra Alma (las mayúsculas son también de él, naturalmente). La poesía, sobre todo aquella que parece haber sido escrita con mano leve y feliz (pero que brotó tantas veces de la melancolía más profunda), es el más bello retrato de un pueblo que siempre soñó más de lo que realizó. 'Indiferente ao que há em conseguir / Que seja só obter' (Pessoa).

P. ¿Tiene intención de volver a aumentar su Antologia Pessoal da Poesia Portuguesa?

R. Nunca me apeteció aumentar o actualizar la selección, e incluso he pensado en disminuirla. Desde la segunda edición me apetece retirar cuatro poetas del siglo XX, que termina, como tal vez sepa, con Ruy Belo. Pero no lo he hecho. En cuanto a aumentarla..., no es que piense que no hay grandes poetas posteriores a Ruy, pero otro será el antólogo para su poesía.

P. Usted parece un autor muy prolífico, con 25 libros de poesía, 3 de prosa, 2 para niños.

R. No, no piense eso. El número puede crear confusiones. Los 25 títulos son pequeños cuadernos, donde predomina el papel en blanco, y los libros de prosa juntan cincuenta años de textos breves o entrevistas. El volumen Poesia, publicado las pasadas navidades, reúne cerca de 400 páginas de toda mi obra poética. Son 55 años de poesía, escritura, realizadas, al menos así lo pienso, con 'ostinato rigore'. Pero debe tener razón, probablemente el tiempo salvará apenas una decena de poemas, lo que ya no sería malo...

P. ¿El alto nivel de la poesía portuguesa se mantiene en la actualidad?

R. El siglo XX es el Siglo de Oro de nuestra poesía. Recientemente salieron tres libros que prueban que el ímpetu de su esplendor no se ha perdido. Tales libros, que van de la apocalíptica visión de un mundo enloquecido hasta la esperanza en un dios que termine por extendernos el manto de su inmensa piedad, son Alta Noite en Alta Fraga, de Joaquim Manuel Magalhaes; Teatros do tempo, de Manuel Gusmão, y De Igual para Igual, de José Tolentino Mendoça.

P. ¿De dónde procede su terror a los medios de comunicación?

R. Es muy antiguo. Ya cuando era pequeño no me gustaba que se fijasen en mí. Toda mi vida fue hecha sin énfasis, sin ruido. En eso me parezco a mi madre que pasaba leve por los días. Y tengo terror al exhibicionismo, además de la falta de curiosidad por las personas. Finalmente creo que todo lo que tenía que decir se encuentra en mi poesía; el resto no le interesa a nadie.

P. ¿Qué le ha significado la concesión del Premio Camões, dado que no le gustan los homenajes y los actos públicos?

R. A veces llaman a la puerta, es alguien ofreciéndome algunas flores que yo recibo con gusto. Incluso estoy bien dispuesto intercambio algunas palabras con quien las trae. Un poco así me ocurre con los premios sólo que, en este caso, cuando me los anuncian, pienso inmediatamente que tengo que agradecerlos. Y eso es desagradable, casi penoso.

P. Siempre ha sido considerado como un hombre de izquierdas. ¿Qué es ser de izquierdas para usted?

R. Voy a responderle con las mismas palabras que utilicé hace años cuando me hicieron esa pregunta, porque continuo pensando del mismo modo. 'No soy un hombre de partido, me niego a pensar por cuaderno de encargos, como decía Pessoa. La izquierda a la que pertenezco rechazará siempre la iniquidad y todas las formas de represión: tendrá en cuenta las nuevas realidades, no sólo del hombre con el hombre, sino también del hombre con las cosas; redistribuirá con mano justa no sólo los bienes de la tierra, sino también las verdades y los poderes. A la izquierda a la que pertenezco sabrá que una de esas verdades es el cuerpo, que uno de esos poderes es el deseo. Y nunca olvidará que el hombre tiene derecho al placer'.

La conquista del poema

HAY AUTORES que dicen que la inspiración les ha llegado después de muchas horas de trabajo, es el caso de Eugénio de Andrade, que afirma: 'Desconfío mucho de la concepción romántica de cualquier obra artística. Ya he dicho incluso que mi poesía es una conquista sílaba a sílaba. Como la humanidad tiene poca memoria, nunca está demás repetirlo. En verdad, yo no soy un poeta inspirado ni escribo en estado de sonambulismo. Tampoco tengo esa disciplina de trabajar todos los días. Lo que pasa es que hay ocasiones en que la blancura del papel me apetece como a veces me apetece un cuerpo. Entonces comienzo a escribir sin mucha atención a lo que voy diciendo. Al fin de algunas líneas, leo lo que escribí. Y, en la mejor de las hipótesis, puedo destacar una línea... Y de esa línea parto, es esa línea la que pasa a ser el primer tal verso dado por los dioses, del que habla Paul Valéry. A partir de ahí, la actitud del poeta frente a la escritura es otra. Todo el abandono desaparece y el poema comienza a ser conquistado. Las palabras se van atrayendo nupcialmente unas a otras, y otras repeliéndose, hostiles..., un trabajo paciente, que demora horas, días, semanas, nunca se sabe. Pero, como dice Yeats, no importa que un poema demore meses en hacerse, lo importante es que parezca haber sido escrito en estado de gracia. Le hablo de mi proceso de trabajo, naturalmente. Pero debe haber camaradas míos bastante más felices'.

BIBLIOGRAFÍA

Todo el oro del día. Antología poética (1940-2001). Pre-Textos. Valencia, 2001. Los surcos de la sed. Calambur/ Editora Regional de Extremadura. Madrid, 2001. La sal de la lengua. Hiperión. Madrid, 1999. Aquella nube y otras. Hiperión. Madrid, 1996. Oficio de paciencia. Hiperión. Madrid, 1995. Próximo al decir. Amarú. Salamanca, 1993. El otro nombre de la tierra. Pre-Textos. Valencia, 1989. Contra la oscuridad. Pamiela. Pamplona, 1988.

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