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Columna
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Balidos

Tenía que llegar. Después del Día sin Coches, de los dos días sobre dos ruedas (etapa de la Vuelta y Día de la Bicicleta), de las fiestas del patinete y de las Fuerzas Armadas y del Gran Maratón del Milenio, el próximo domingo les tocará a las ovejas y a las cabras tomar el centro de la urbe, invadiendo las calzadas de las calles Mayor y de Alcalá para llamar la atención sobre la invasión y devastación de sus propias cañadas. El presidente del Honrado Concejo de la Mesta, que patrocina esta reivindicación de las vías pecuarias de la antigua trashumancia, en unas sensatas manifestaciones ha declarado que éste será el último año en el que se celebre la manifestación ovina, que se inició en Madrid en 1994.

No se sabe si la situación de las cañadas ha mejorado mucho tras siete años de reivindicación, pero hay quien sospecha que la marcha se deja de celebrar porque las mansas ovejas, tal vez influidas por las cabras rebeldes y montaraces, se muestran cada año más remisas a emprender el camino de Madrid, que para ellas es un vía crucis penitencial en el que se dejan las pezuñas en el asfalto, se lastiman las extremidades sorteando los innumerables obstáculos de las obras y se atemorizan y estresan con el clamor de las bocinas de los automovilistas inmovilizados.

Después de la última travesía, algunos de los animales más sensibles tuvieron que recibir un tratamiento con ansiolíticos y tranquilizantes añadidos a los piensos, y se rumorea que esta vez los pastores traerán en sus alforjas miles de cápsulas de Prozac para ayudarlos a pasar el amargo trance. Dicen también que, según se va acercando la fecha, los animales se van poniendo más y más nerviosos, como si barruntaran cuánto ha cambiado el estado de ánimo de unos ciudadanos que comenzaron viendo con cierta simpatía este desfile bucólico y pastoral, pero que este año, después de seis domingos con el tráfico cortado por ciclistas, tanquistas, maratonianos o patinadores, no tienen el cuerpo para más fiestas.

La visión de un rebaño desfilando por el centro de Madrid pone un toque propio de Buñuel en esta ciudad cada día más surrealista, es una imagen que parece extraída de los fotogramas que abren y cierran El ángel exterminador, uno de los filmes más inquietantes del genio de Calanda. Las 2.400 ovejas y las 100 cabras enroladas a la fuerza en la expedición recuperarán por última vez su condición de símbolos buñuelescos cuando pasen el próximo domingo por la plaza de la Villa y pongan cerco al edificio del Ayuntamiento, redil de los ediles que pastorean la urbe bajo el cayado del rabadán mayor de la cofradía, don José María Álvarez del Manzano. Tal vez le increpen con sus balidos por el mal estado en el que mantiene esas cañadas de asfalto que no volverán a pisar y por su forma de apacentar a esa manada de animales de cuatro ruedas que mugen a su paso irritados y hostiles. Pobre del cordero descarriado que caiga en las garras de estos depredadores furiosos que no respetan ni los pasos de cebra, ni las cañadas de ovejas, ni los carriles del bus y del taxi.

Las ovejas se irán y los borregos nos quedaremos encerrados, embarrancados, apresados como los personajes de El ángel exterminador, rehenes de un tráfico caótico y de un alcalde católico que reza para que se produzca el milagro mientras interpreta el papel de buen pastor.

Las ovejas se irán como se han ido, o han desaparecido, las ardillas que trataron de aclimatar en algunos parques públicos; sin embargo, hay otras especies a las que les va de maravilla en esta ciudad repleta de hospitalarios agujeros susceptibles de convertirse en madrigueras. Con tanta excavación y tanto movimiento de tierras, las ratas se multiplican y afloran más lustrosas y descaradas que nunca. Las ratas, me cuenta un amigo, han okupado los terrenos de la antigua Casa de Fieras del Retiro y se felicitan entre ellas por la sabia decisión municipal de cerrar el parque por la noche, decisión que les permitirá alimentarse y reproducirse en la intimidad y sin molestas interrupciones. Mi amigo piensa que los roedores se nutren, sobre todo, de los restos de los cócteles, saraos y recepciones que el Ayuntamiento y otras instituciones madrileñas suelen celebrar en esos jardines. Para las ratas del Retiro, el Ayuntamiento se ha convertido en una benéfica oenegé que se preocupa por su futuro.

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