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FÚTBOL

España ya es mundialista

El equipo de Camacho, con Vicente de figura, superó casi sin despeinarse a una floja Austria

Santiago Segurola


ESPAÑA
Cañizares; Manuel Pablo, Hierro, Nadal, Aranzabal; Víctor (Mendieta,m.79), Xavi, Valerón, Vicente (Luis Enrique, m.83); Raúl y Diego Tristán (Morientes, m.71).

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Definió con elegancia una jugada muy rápida, perfectamente interpretada por Valerón, que puso el balón perfecto para el delantero centro. A Tristán le había silbado el público en varias acciones anteriores, asunto viejo con este jugador que no deja indiferente a nadie. Los mismos que le discutían comprendieron la belleza de su gol, sencillo en apariencia, pero impecable por la serenidad de Tristán y por la elección de la suerte. Decidió colocarla junto al palo y allí la dejó, como hacen los buenos delanteros. Pero ni esa jugada ni cualquiera mejor evitarán la polémica que despierta este jugador. A veces los futbolistas entran por la piel y Tristán está condenado a vivir su carrera entre pasiones encontradas.

El gol llegó a última hora del primer tiempo, cuando el juego del equipo español se volvía reiterativo. España no encontraba los últimos veinte metros, probablemente porque su fútbol era demasiado correcto. Tenía un punto de envaramiento que lo volvía previsible. Al equipo le faltaba imaginación y arrebato y quizá por ello su fútbol moría en el último tercio del campo. Tampoco había equilibrio: el excelente arranque de Vicente y Aranzabal no tuvo complemento en la banda derecha, donde Víctor no consiguió desbordar nunca a Flogel. De Raúl no hubo demasiadas noticias, pero eso no significa nada. Raúl se presenta de repente en los partidos, sin dar las buenas noches, y te los resuelve en un pis pas. Le llegó el momento en el segundo tiempo, en una pared eléctrica con Vicente, cuyo remate estuvo a punto de entrar por la escuadra. En esa acción se vio a dos jugadores de primer orden, capaces de hablar el mismo lenguaje sutil.

Había un problema añadido. Austria siempre será el equipo que recibió nueve goles. Aquel resultado, que está muy fresco en la memoria, sirvio como vara de medir a los equipos y al partido. España no pudo con el recuerdo y Austria sigue en lo suyo. Es un equipo de un mediocridad espantosa, con más corazón que en la noche de autos, pero con las mismas carencias para jugar al fútbol. Trató de imponerse a España por físico, lo que no parece muy difícil a la vista de la ligereza de la mayoría de los jugadores españoles. Claro que con el balón no podía dar un pase decente. Y, sin embargo, Austria estuvo cerca de cobrar ventaja en un mano a mano de Vastic con Cañizares, muy parecido al de Tristán con Wohlfahrt. Siendo dos acciones tan similares, el resultado fue muy diferente. Tristán cerró la jugada con maestría y Vastic golpeó al balón de mala manera.

El partido lo salvó Vicente. No hizo un gran partido, pero cada una de sus jugadas provocaba expectativas y entusiasmo. Ocurre cuando el público puede disfrutar de un extremo de verdad, porque el partido se suspende cuando el balón llega a los extremos de categoría. Entonces se establece un juego a dos: el regateador y el lateral temeroso. Probablemente no hay un duelo tan hermoso en un campo porque es ahí donde se pone de manifiesto el misterio del fútbol, por medio de la habilidad, la rápidez y el descaro del extremo, y la capacidad de guante del defensa, su tempo, su carácter. Vicente, como Overmars, pertenece a esta especie de futbolista que muchos daban por extinguida. El público lo agradece, y de qué manera. Durante todo el partido, la gente no hacía otra cosa que desear la intervención de Vicente, porque es de la casa y porque divierte de verdad.

El protagonismo de Vicente sirvió para dar un matiz de entusiasmo a un partido que no era para tanto. Al final, y a la vista de la inoperancia de los austriacos, a la gente le tiró el folclore. Recibió a Mendieta con tanto entusiasmo que parecía que acababa de fichar por el Valencia. Y silbó a Camacho con saña por la sustitución de Vicente por Luis Enrique. A esas alturas, el juego importaba poco y los goles de Morientes apenas eran un accesorio. La gente quería otro tipo de fiesta. Y ésa se la proporcionó Mendieta con el cuarto gol. Lo dicho, como si siguiera en el Valencia.

EFE
Vicente intenta llevarse el balón con la oposición de Ibertsberger.
Vicente intenta llevarse el balón con la oposición de Ibertsberger.JOSÉ JORDÁN

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