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Columna
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Regreso

Todo es recurrente en la vida y este regreso a la actividad cotidiana no iba a constituir excepción. Estamos donde estábamos. El veraneo concluye, su vacación con él, y nos reintegramos a nuestro mundo, a nuestra intimidad, a nuestras aspiraciones y a nuestros problemas.

El año pasado decíamos lo mismo. Y en nada y menos estaremos diciendo que el tiempo vuela, ya está aquí la Navidad, entra en vigor el euro y el veraneo parece que fue ayer. Y así siempre...

No es por presumir de nada, pero uno ya venía avisando de que el universo se había acelerado. Todo es igual que cuando reinaba Carolo, incluso la esperanza de vida; sólo que las horas y los días transcurren a mayor velocidad, parece por tanto que vivimos más, y si este ritmo trepidante no se modera (que no se moderará) acabaremos dándonos el gran batacazo.

Al gran batacazo lo llamaron Big Bang, que siendo definición en inglés suena más convincente; como las palabras pedestres -'El que esté libre de pecado que tire la primera piedra'- suenan divinas si se pronuncian en latín. Lo señaló Valle-Inclán y qué razón tenía.

Se acelera el universo, insistía un servidor un montón de veces; y como si se operaba. Se ve que un servidor carece de crédito, de prestigio y de carisma. Sin embargo, algo que se anda cercano a mi postulado lo acaban de descubrir y revelar astrofísicos australianos, y la comunidad científica ya ha empezado a hacerse cruces. El saber y la ciencia se remueven en sus cimientos. Resulta que, según los aludidos astrofísicos, la velocidad de la luz era en sus orígenes más lenta que ahora. Luego si se ha ido acelerando progresivamente desde cuando el Big Bang, lo más probable será que todo el orden cósmico se haya ido acelerando progresivamente también.

Reconoce servidor que estas supuestas variaciones del tiempo (cabría precisar que son en realidad interpretaciones del tiempo) no es ya que le apasionen, sino que cifra en ellas la razón de ser del principio y el fin de las cosas. Entre las que cuentan -por qué no- las vacaciones, el retorno a la actividad cotidiana, el curso laboral, la Natividad, la Pascua y la Biblia en pasta.

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'¿Qué es la vida? Un frenesí', decía el dramaturgo. Pero cree uno mejor que la vida es sueño, en la más estricta concepción calderoniana; la historia que uno mismo se cuenta, bien por propia invención o asumiendo lo que fabulan otros, para ir disimulando sus continuas frustraciones, los dolores cíclicos que conlleva haber llegado a este mundo, su inexorable final.

No es que vaya uno de pesimista, pero tampoco se trata de hacer el primo e ir creyendo o fingiendo que se cree el cuento de la buena pipa que nos cuentan, en su particular beneficio, quienes mandan en el dinero y en el cotarro, en la prosperidad y en la supervivencia.

El curso que vuelve sin solución de continuidad al regreso de las vacaciones no sólo tendrá los trabajos y las horas, sino también (y preferentemente) el mensaje que convenga al poder político y económico que rige nuestros destinos. Cada día, el poder político y económico dictará hábilmente lo que hemos de creer, lo que hemos de pensar; lo que hemos de consumir y aquello de lo que nos debemos abstener.

Antes de las vacaciones los dirigentes de la Comunidad madrileña nos pintaron un Madrid que sería en el verano referente cultural, gran parnaso, centro lúdico para recreo de forasteros y turistas, animada urbe con sustanciosa actividad comercial. Poco después vino precisamente el verano y se vio que no. Pero lo bonito había sido el mensaje, que causó su efecto entre la ingenua ciudadanía y, con eso, a los políticos, que les quiten lo bailado. Ahora, de retorno, el mensaje será diferente, o quizá el mismo. El caso es encandilar al personal, tenerlo entretenido, crearle expectativas, adularle un poco para que se sienta importante y continúe haciendo lo que le manden.

La luz es más rápida ahora que en los orígenes del cosmos según el descubrimiento de los astrofísicos australianos, con lo cual han venido a darme la razón; dicho sea humildemente, sin ánimo de presumir de nada ni de acomplejar a nadie. Ahora sólo les queda descubrir si el ser humano es también más primo. Y a mí me da que sí. No por nada, sino por la simple observación del paisanaje, siempre bueno y a veces tan municipal y espeso, como lo describía Rubén Darío.

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