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Reportaje:

Las horas más duras de Saviola

Tras la muerte de su padre, el jugador afronta con 19 años la presión de ser la estrella del Barça

Diego Torres

Roberto Saviola soñaba con sentarse en las gradas del Camp Nou para ver jugar a su único hijo, Javier, vestido de azulgrana. Junto con María, su esposa, habían comprado dos billetes para viajar a Barcelona el lunes pasado. Roberto tenía un cáncer terminal y su hijo lo sabía desde hace semanas. La muerte le sobrevino ayer al mediodía. 'Pensábamos que no era una situación tan terminal', dijo Carles Rexach, el entrenador; 'la noticia ha caído como una losa en el barcelonismo, pero lo más duro va a ser para Saviola'.

Antes de fichar por el Barça, y frente a las reticencias de su antiguo club para aceptar la oferta de Joan Gaspart, en junio, el jugador adujo en una carta abierta a los directivos del River que necesitaba emigrar para prosperar como futbolista y para buscar un 'tratamiento' alternativo que salvase a su padre 'de una grave enfermedad'. Cacho, como le llamaban a Roberto Saviola, se prestó indirectamente para presionar al River en un momento crucial. La misiva colocó a Saviola en la encrucijada, en plena disputa del Mundial Sub 20 y con el brazalete de capitán de la selección argentina. Sin embargo, en una Buenos Aires asfixiada por la crisis económica pocos aficionados se preguntaron por la fortaleza mental de un chaval de 19 años que cargaba en sus hombros una tonelada de responsabilidad. Los futboleros conocían la madera del goleador.

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La curva San Martín del estadio Monumental lo sabía de sobra. El Conejo era un delantero de hielo. Desde su debú, en octubre de 1998, la barra brava no había visto ni una mala racha en el punta. Nunca una depresión. Nunca una duda en los últimos metros, desde que le vieron jugar su segundo partido con la camiseta de la banda roja y se plantó frente al portero del Vélez, el intimidatorio José Luis Chilavert, figura mundial. Saviola tenía 16 años. Chilavert 34. Y para el asombro, fue gol con caño incluido.

Así es que a la curva de fanáticos que lo adoraban de domingo en domingo no le sorprendió que Argentina saliera del Mundial Sub 20 como campeón ni que su ídolo se convirtiera en el máximo goleador de la historia del torneo con 11 goles, por delante de Adailton (10) y Ramón Díaz (8).

Saviola es un chico tranquilo que se crió jugando al fútbol en los potreros del barrio de Núñez, a 500 metros del estadio Monumental. Pibe muy atado a su familia, de costumbres constantes. Tan constantes que hace años que en su habitación cuelga el póster del Burrito Ariel Ortega, su ídolo antes de firmar el primer contrato con el River.

Cuando su madre lo llamó a Nyon para anunciarle lo irremediable el jugador viajó hasta Buenos Aires y durmió en su cuarto bajo del póster de Ortega. Durante el día se encerró acompañado de sus tíos y su madre en la clínica Suizo-Argentina donde el padre vivió sus últimas horas, desahuciado en una habitación normal, ya fuera de la UVI. Allí lo visitaron sus antiguos compañeros, con Ortega a la cabeza, y los técnicos Díaz y Gallego le llamaron por teléfono.

En Barcelona caben dudas sobre la dureza de Saviola para soportar la presión. Con 19 años, huérfano de un padre al que vivió muy unido y con el peso de ser el símbolo de los hinchas más necesitados de una imagen que despierte ilusión. Los culés le esperan temerosos ante una circunstancia que mide el límite anímico de su nuevo ídolo. La curva San Martín sabe la respuesta.

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Sobre la firma

Diego Torres
Es licenciado en Derecho, máster en Periodismo por la UAM, especializado en información de Deportes desde que comenzó a trabajar para El País en el verano de 1997. Ha cubierto cinco Juegos Olímpicos, cinco Mundiales de Fútbol y seis Eurocopas.

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