La calle y la noche, de los jóvenes
Es una de las muchas pintadas que adornan los edificios de la Universidad Complutense. Ayer tuve que pasar por allí a hacer unas gestiones y de entre las lindezas que mis ojos contemplaron en sus muros destaco ésta, por ser la que menos daño hizo a mi vista.
En otros tiempos, el campus universitario era centro de cultura del que todos queríamos beber (eran otros tiempos).
Ante esa expresión, 'la calle y la noche también son para los jóvenes', tuve que preguntarme: y al resto de las personas, ¿qué nos queda? Muchos dirán que no todos los jóvenes son iguales, que los otros pasan desapercibidos.
Es verdad. A las siete de la mañana hay jóvenes -los jardineros- que ya están reparando los estragos que los otros, las manadas de jóvenes -y perdonen la expresión, pero tal vez sea la más acertada-, hacen el día anterior como consecuencia de todo aquello que ingieren para ser felices y que no quiero señalar, pues ya se encargan las encuestas de darnos a conocer los baremos, que, desgraciadamente, cada vez aumentan con más rapidez.
Y al resto de las personas, ¿qué nos queda?
Desde mi adultez quiero reivindicar los parques donde los niños puedan jugar sin perder su inocencia oyendo el vocabulario que emplean esos jóvenes; quiero reivindicar los parques donde los mayores puedan tomar el sol sin películas de fondo que hieran su sensibilidad -para eso ya está la tele-, y, desde luego, quiero reivindicar el silencio de la noche para poder ir al día siguiente a trabajar y así poder seguir sufragando los gastos de los estragos que la juventud, 'divino tesoro', se encarga de proporcionarnos cada vez con más intensidad.