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Columna
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Un cuento

Agosto, que está a la vuelta de la esquina, se merecía un cuento refrescante con su moraleja y su princesa, algo así como la historia sencilla de una niña musulmana que vivía entre la grandeza y el lujo, en su palacio de oriente, junto su padre, el venerado monarca de Las mil y una noches que logró independizar su reino del colono holandés. Hasta que un mal día, un ogro vestido de general, con tripas de acero y cerebro de papel, salió de las sombras para engullirla entre sus fauces. El narrador, al parecer, se apiadó de la niña y rectificó el argumento sobre la marcha para dejar el suceso en el socorrido exilio de siempre. La princesa entonces, destronada y triste, se fue con los suyos a un país civilizado. A partir de aquel momento no fue, lo que se dice, un modelo de realeza. Se matriculó en dos universidades y obtuvo pésimas calificaciones. Aborrecía los libros, la política y los pactos de Estado. Acabó, pues, haciéndose una muchacha corriente: salía compulsivamente de compras, se distraía con la prensa del corazón y aceptaba un matrimonio lícito y fecundo para dedicarse por entero a las labores domésticas y la vida social. Muchos años después, cuando el ogro de las siete cabezas agonizaba más allá de los mares, el pueblo aclamó su nombre, Mega, y ella sintió la remota llamada de sus súbditos, se desprendió de su vestido de Versace y sacó del armario el modelo javanés de su llorada adolescencia. En unos días se puso a la cabeza del PDI y se aventuró, acuciada por la nostalgia, a tomar las riendas del poder con el regio aval de su apellido paterno. Se le adelantó, sin embargo, Wahid, un ex-compañero de escuela incompetente y corrupto, arrebatándole el trono ante sus propias narices. El prenda duró poco, apenas dos años. El pasado lunes, la princesa Mega conseguía la presidencia de Indonesia con el apoyo enardecido de sus vasallos, del parlamento y del ejército. Megawati Sukarnoputri es ahora una nacionalista radical que sigue un curso acelerado para gobernantes en la inopia. Pronto aprenderá. Entre ogros y chacales ella será siempre la princesa. Peores inútiles encontraron su horma en la política y siguen en su escaño. Además, el cuento acaba sólo de empezar.

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