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Tribuna:LA MÁQUINA HUMANA | TOUR 2001 | Decimotercera etapa
Tribuna
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Al día siguiente, como nuevo

Tour de 1948, undécima etapa: un joven francés llamado Louison Bobet, que está poniendo en apuros al mismísimo Bartali, se desmaya nada más llegar a la meta de una etapa en la que ha atacado mil veces. Piensa en abandonar. El masaje, una buena cena y una noche de sueño reparador le hacen cambiar de idea. Gana la etapa del día siguiente y llega cuarto a París. En 1987, la historia se repite: Stephen Roche cae redondo en la meta de La Plagne y le tienen que dar oxígeno. Al día siguiente, como nuevo. Y cuatro días después gana el Tour delante de Perico Delgado. ¿A qué se deben estas milagrosas recuperaciones? ¿Cómo se recuperan los ciclistas de un día para otro?

Cinco de la tarde. Acaba la etapa. Quedan 18 horas para el comienzo de la siguiente. La recuperación empieza desde que el corredor cruza la meta. Antes incluso de bajarse de la bicicleta: lo ideal sería que pedalease suave, durante unos 15 minutos, en vez de parar de golpe. Así eliminaría mejor las toxinas acumuladas en los músculos. Al pedalear, los músculos de las piernas estrujan las finas paredes de las venas, haciendo que, en vez de estancarse, la sangre fluya más rápido y se lleve las toxinas fuera de los mismos. Demasiado utópico, de todos modos: llegan tan cansados y hartos de bicicleta, que a ver quién se atreve a pedirles más kilómetros.

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Nada más bajarse de la bicicleta, y tras abrigarse con ropa seca para prevenir catarros, a comer y a beber. Aunque no apetezca. Hay que rehidratarse y empezar a rellenar cuanto antes los depósitos de glucógeno, vaciados al final de cada etapa. Una buena solución es matar dos pájaros de un tiro: ingerir bebidas energéticas, que aportan a la vez glucosa y líquidos. ¿Cuánto hay que beber? Al menos medio litro por cada kilogramo de peso perdido (en el hotel se podrán pesar y comprobar el peso perdido en relación con lo que marcaba la báscula por la mañana). ¿Y comer? Cuántos más hidratos de carbono, mejor, pues es necesario ingerir unos 800 gramos de hidratos para rellenar al máximo los depósitos. Un ejemplo de menú para alcanzar esa cifra: dos litros de zumo de naranja, dos vasos de leche, 20 rebanadas de pan integral, dos platos de cereales, dos platos de espaguetis, 6 plátanos y 4 manzanas. Así que más vale empezar cuánto antes para llegar a engullir casi un kilo de hidratos en sólo 18 horas...

Ya en el hotel, a la ducha. Algo de agua fría en las piernas siempre ayuda a activar la circulación venosa. Y enseguida, a merendar. O mejor dicho, a seguir merendando. Pero esta vez de plato. Al menos, un buen plato de cereales. Y a esperar el masaje. En efecto, una vez puesta en marcha la recuperación de los depósitos energéticos (lo más urgente), hay que recuperar los músculos de las piernas. A lo largo de la etapa también se producen múltiples microtraumatismos o microlesiones musculares que desencadenan una reacción inflamatoria en toda la regla y que se manifiestan como agujetas. Igual que hacía el pedaleo suave, la compresión manual sobre los músculos de las piernas favorece el drenaje de toxinas a través de las venas y vasos linfáticos. Los cuidadores meten a veces los dedos bien a fondo, para deshacer cicatrices fibrosas y adherencias entre haces musculares.

Así que nos plantamos a eso de las siete de la tarde. Y pongamos que el ciclista se ha recuperado ya del cansancio en un 40%. Toca esperar a la cena. Mejor tumbado con las piernas en alto (para acelerar la dichosa circulación venosa, una vez más). Bueno, entre medias siempre ayuda una visitilla al médico de equipo, para que le inyecte a cada ciclista los famosos recuperantes. Como por ejemplo la vitamina B12 y diversas sustancias antioxidantes que permiten eliminar los radicales libres que se liberan en los músculos durante las etapas.

A eso de las 8:30, cena pantagruélica. Pero esta vez de mantel y con carne o pescado. Entre unas cosas y otras, el ciclista ya se encuentra más animado y listo para dormir. Si no está demasiado exhausto, puede conciliar bien el sueño. Unas nueve horas seguidas. Nueve horas para que trabajen sus hormonas anabólicas. Como la insulina, la hormona del crecimiento o la testosterona, que se encargan de reparar las células musculares dañadas y de acabar de rellenar sus depósitos mientras duerme.

Así, a la mañana siguiente los ciclistas están listos para una nueva etapa. Por eso precisamente no hay otro deporte tan duro: porque el ciclista tiene la desgracia de que sus músculos se han recuperado.

Alejandro Lucíaes fisiólogo de la Universidad Europea.

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