_
_
_
_
_
VISTO / OÍDO
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Ça ira!

Puede ser irónico ver a un Borbón, rey en ejercicio, presidir en París la fiesta de la toma de la Bastilla el 14 de julio de 1789, que precedió a la instalación de la guillotina en la que morirían decapitados aquellos reyes después de los aristócratas y el clero, y aparecería una república modelo. Pero es más que una broma: este Rey constitucional no tiene nada que ver con sus antepasados absolutistas, ni siquiera con su abuelo y predecesor en el trono, Alfonso, que quiso defenderse con una dictadura borracha y más militarota que militar. Es un modelo de rey mutado tras la guillotina. Tampoco la República francesa es aquélla, y ninguna de las que se extendieron, desde entonces, por el mundo. Un rey de la sangre, un Sajonia-Coburgo, puede ser primer ministro en la república que le exilió, aunque Simeón de Bulgaria es más grotesco que otra cosa.

Lo curioso es que las celebraciones del 14 de julio, con poderosos ejércitos conservadores del orden, derrotados en mil batallas desde la caída de Napoleón, no representen más que una fiesta nacional, y que el lema de Libertad, igualdad, fraternidad tenga un significado meramente simpático, y en el país del Rey visitante -de paisano y con paraguas- la izquierda que salió de sus propias bastillas se enrede en que la libertad y la igualdad son más bien incompatibles (o sea, sin existir: sólo como pulsiones fallidas).

La burguesía anegó la Revolución Francesa, se llevó por delante sus textos previos, enterró a sus filósofos en el Panteón de Hombres Ilustres y en tomos de La Pléyade, y convirtió la fecha en un desfile; por la noche, en unos bal musette en las esquinas de la capital, a la luz de farolillos, muy sexualizados (por fin, una libertad). Qué fuerte burguesía la de Europa. En España los tardíos movimientos de la burguesía trajeron la República, y la evicción definitiva de la aristocracia; el movimiento burgués movió luego a unos generales burgueses a rechazar la República, que les parecía obrerista, de reforma agraria y poco católica; y la burguesía hizo la transición y la Constitución, que hoy parece cosa sagrada.

El paraguas del Rey me recordaba los de los protestantes de la Orden de Orange desfilando en Portadown. Sombrero hongo, traje oscuro, corbatas, paraguas al brazo, frente al desarrapado católico. Uniforme burgués. El Rey, que escuchaba con respeto la Marsellesa, tenía el pretexto para su paraguas de que llovía. No iba bajo palio de caudillo, sino bajo el emblema de la burguesía.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_