El gran barullo
Cuando Jardiel estrenó Madre, (el drama padre), estaba ya en la etapa de sus sufrimientos por los ataques de los críticos -salvo Marqueríe y algún otro- y de los bienpensantes, en los que, por algunas razones misteriosas, había creído siempre: el público de la derecha, a la que creía pertenecer contra toda lógica. Esta parodia del cine de folletín gustó poco y no suele aparecer en los comentarios generales sobre su obra. Tuvo, además, el furor de los que veían en ella una especie de aceptación del incesto. El enredo de Jardiel con la paternidad y la maternidad de cuatro chicas que se casan con cuatro chicos, de forma que podrían ser todos hermanos, serlo de dos en dos o de ninguna manera, produce atropellados cambios de situación y de colocación mental de los personajes y del público que pueden aturdir.
Madre (el drama padre)
De Enrique Jardiel Poncela. Intérpretes: Francesca Piñón, Juanjo Cucalón, Gabriel Moreno, Chisco Amado, Gonzalo de Castro, Blanca Portillo, Chema de Miguel, Gonzalo Núñez, Ruth García, Cynthia Martín, Elena González, Nuria Mencía, Anna Rodríguez, Cristina Pons, Carolina Román, Carlos Santos, Nicolás Vega, Paco León, Toni Misó, Pau Durá. Escenografía: Max Glaenzel, Estel Cristiá. Vestuario, Javier Artiñano. Dirección: Sergi Belbel. Centro Dramático Nacional. Teatro de La Latina.
Quizá, a pesar de la pesadez del autor en explicar todo una y otra vez sin que quede ningún cabo suelto, como era su obsesión de autor, no todo el mundo siguiera bien (ni ahora) el absurdo cambiante; dentro de él, la tendencia sexual de todos por encima de lo que podría ser el incesto múltiple y la huida hacia el connubio, sin importarles otro tipo de relaciones.
La realidad es que el público puede hoy pasar por encima de la lógica o de la necesidad de seguir el hilo, porque lo que importa es el gran barullo. Pasó por la censura de Franco, llega a nuestro pudoroso tiempo y la patrocina este Gobierno por su Centro Dramático Nacional, que hace bien al elegirla. Probablemente ese asunto tiene menor importancia: el enredo escénico está bien planteado.
No comparto el poco éxito de entonces, ni las malas críticas; ni la opinión de que es una obra de importancia menor en el teatro de Jardiel. El género de la parodia va siempre a la exageración y a la comicidad absoluta, y aquí está conseguida, además de ese misterioso encaje de bolillos de la justificación de todo. Encuentro que el paso del tiempo es significativo en la longitud y en la reiteración, y admiro que el Centro y el director, Sergi Belbel, hayan respetado la integridad del texto: no tenían necesidad, y hubieran favorecido a la obra y al autor. Pienso que él mismo la hubiera aligerado.
Cualquier superviviente de su última época -y hay muchos, afortunadamente- lo recordarán corrigiendo, cortando escenas, añadiendo otras, rectificando, creando personajes nuevos en la noche misma del estreno. Como le recordarán en ese trabajo infinito de rehacer que era el proceso de la escritura: en la mesa del café, con cuartillas, tijeras y pegamento tachando escenas, poniendo trozos encima de lo escrito, escribiendo frases que recortaba para sustituir otras.
Sergi Belbel ha hecho algo más que esa operación de respeto, y es mantener una brillante teatralidad, permitir que los actores coloquen las frases dentro de la acción con una fuerza grande. Me refiero a todos, pero resalto los mismos que el público a la hora de los aplausos finales porque coincidimos: Blanca Portillo y Tony Misó, aunque se pueden citar los 20 personajes, los pequeños solos de cada uno y las escenas de conjunto. La utilización del decorado y sus sorpresas (previstas por Jardiel), los movimientos, las carreras, los gritos, van a luchar contra la fatiga de seguir la acción. Quizá los gritos sean excesivos, sobre todo en las primeras filas, pero ¿no eran un secreto -a voces- del teatro cómico? Repito la palabra cómico por su diferencia con el humor. Y para resaltar que dentro del teatro cómico de la época esta obra esté por encima.
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