_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Predio

Preservada por un cerco de adelfas venenosas que ahuyentan de forma natural a los insectos más dañinos, cultivo una huerta de judías, tomates, pimientos y algunas verduras y no por eso me creo Horacio, aunque ese pequeño predio, que se rige por un estricto orden ecológico, no deja de ser un poco lírico. Dentro del cerco de adelfas dejo que las hortalizas crezcan a su aire, sólo a merced de la naturaleza, tal como esta era en tiempo de los clásicos, sin que en el proceso de las plantas intervenga ningún producto que no sea orgánico. Insecticidas, herbicidas y otros elementos químicos están vedados. En la entrada de la pequeña explotación he escrito en una tabla de pino el siguiente aviso: en esta huerta, a la hora de comer, oh, peregrino, tienen absoluta preferencia la mosca blanca, el pulgón, la cochinilla, la babosa, cualquier pájaro e incluso los jabalíes que bajen del monte a por melones. Primero que coman ellos y las sobras que estos bichos desechen nos las comeremos mis amigos y yo este verano bajo la parra. Hago esto porque soy un hombre de principios. Después de todo, si la mosca blanca y demás insectos están aposentados en este terreno hace más de cien millones de años y un servidor, que es el propietario actual, apenas acaba de llegar, ¿cómo no voy a reconocer su derecho a probar cualquier tomate de mi huerta antes que yo?. Siendo muy cierto que todas las grandes civilizaciones de la historia son más débiles que cualquier organización de mosquitos, ya que estos sobrevivirán a la humanidad otros millones de años, considero normal reconocer su fuerza casi divina y tributarles con diezmos y primicias para aplacar su ira. Estas hortalizas criadas de forma primigenia poseen el aspecto tosco de los cardos y los nabos que pinta Sánchez Cotán en sus bodegones, pero son tan puras y sabrosas como el incontaminado corazón de las doncellas medievales. Cuando regalo estos frutos a mis amigos siempre les advierto que no reparen en su apariencia rudimentaria, que están hechos casi a mano uno a uno y que así se los comía el emperador Adriano. Me tengo por un tipo moderno y para compensar mando a mis amigos estas hortalizas en cajas de diseño minimalista de Sol Lewitt. Me excita pensar que, al abrir un envoltorio cuya pureza de líneas alcanza el zen, ellos en su interior encontrarán judías y tomates casi místicos, porque están alimentados con auténticas joyas hoy casi inencontrables, que son las doradas boñigas de pollino.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_