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Crónica:Cine | FESTIVAL DE CANNES
Crónica
Texto informativo con interpretación

La Casa Negra

A estas alturas, y si sigue el goteo de películas que tienen como escenario la Casa Blanca de Washington va a terminar llamándose la Casa Negra, porque ya parece sabido de antemano, cosa casi impepinable, que los patrones genéricos de este largo batiburrillo de historias para dormir sean variaciones que giran alrededor de los ejes formales del cine negro, del viejo e incombustible thriller.

Y si también las verdes veladas del insomne Bill Clinton hicieron posible una variante golfa de tan sagrado asunto, la titulada Primary colors, ahora, en Candidata al poder, nos encontramos a bocajarro con una contundente y astuta ración de la socorrida e infalible síntesis de la cal y la arena, fórmula de banquete a dos carrillos que obviamente no falla, de manera que la Casa Blanca, la Casa Negra, la Casa Rosa y la Casa Verde se alían y funden sus primarios colores para que gente tan maestra en su oficio como Jeff Bridges y Gary Oldman nos mantengan durante dos horas en vilo sobre si son blancas o negras verdades las devastadoras comidillas, procedentes del eructo de una caverna del Senado, acerca de un espectacular enculamiento, entre porro y porro, de la guapa aspirante a la vicepresidencia de Estados Unidos Joan Allen (que se ganó una opción a un oscar por tan arriesgada postura).

CANDIDATA AL PODER

Director: Rod Laurie. Intérpretes: Joan Allen, Jeff Bridges, Gary Oldman, Christian Slater. Género: Intriga política. Estados Unidos, 2000. Duración: 110 minutos.

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La película es la hábil, tensa, divertida, viva y competente intromisión de la escritura y la cámara de un tal Rod Lurie, guionista y director casi recién llegado a la celebridad, pero que ya se sabe de carrerilla las buenas leyes de su oficio, en la parte trasera y rastrera de los enrevesados entresijos procesales y los torcidos entramados de intrigas de una indagación senatorial al estilo del Comité de Actividades Antiamericanas del dulce Joe Little Hitler McCarthy, no está dispuesto a que aberraciones como andar por casa en pelotas, fumar canutos y fornicar al estilo perro sean practicadas en las inmaculadas alturas ejecutivas del país.

Gracias a una atinada y equilibrada mezcla de gravedad y de choteo, el poco creíble hilván de la aventura argumental se sostiene y funciona sobre la superficie de una pantalla convencional, que nada aporta al equipaje histórico del cine estadounidense, pero que está exacta y gozosamente interpretada por el delicioso, insuperable trío de protagonistas ya referido, un trío que unifica, engarza y maneja con agilidad y sagacidad este Rod Lurie. Hay en su trabajo destellos de una brillantez que hacen perdonar algunas caídas en la resultonería, porque, aunque a veces parece abocado a merodear en los simplones alrededores del telefilme, Lurie rectifica de pronto y se las arregla para esquivar la línea de menor resistencia del cine televisivo y mover la secuencia de Candidata al poder con rasgos de severidad, autoexigencia y buen criterio.

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